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sábado, 28 de octubre de 2023

Escuchemos con gozo nuestro nombre en los labios de Jesús que a nosotros también nos elige porque nos ama seamos como seamos para darnos una misión

 


Escuchemos con gozo nuestro nombre en los labios de Jesús que a nosotros también nos elige porque nos ama seamos como seamos para darnos una misión

Efesios 2, 19-22; Sal 18; Lucas 6, 12-19

Supongamos que estamos en un lugar tratando más o menos de pasar desapercibidos, porque pensamos que allí nadie nos conoce; no es que hagamos cosas extrañas, pero queremos pasarlo sin preocupaciones, atendiendo a nuestras cosas, tratando de disfrutar del momento de manera relajada; pero de repente escuchamos una voz, quizás por la megafonía del lugar, o quizás la sentimos detrás de nosotros mismos, que nos llama por nuestro nombre y hasta nuestros apellidos; seguramente nos sentiremos sorprendidos porque alguien nos haya identificado, alguien nos esté señalando con nuestras circunstancias concretas, y además nos dicen que nos necesitan, que hay algo que quieren confiarnos. Nos sentimos además en el punto de mira de todos los que están a nuestro alrededor.

Como decíamos primero es la sorpresa, pero luego quizás en el fondo nos sentimos halagados porque nos hayan identificados, y más cuando nos dicen que quieren confiarnos algo. ¿Aun con todas esas sorpresas y halagos nos sentiremos dispuestos a dar el paso para aceptar aquello que nos quieren confiar?

¿Sería algo así lo que le sucedió a aquel grupo de discípulos de Jesús cuando se ven llamados uno a uno por su nombre porque Jesús quiere confiarles algo? No estaban allí quizás queriendo pasar desapercibidos, pero si formaban parte de aquel grupo numero que iba siguiendo a Jesús y querían ser sus discípulos; ya lo llamaban maestro, como lo hacen los seguidores y discípulos. Pero mirándose a sí mismos, unos pescadores de la orilla del lago, otros de tierra adentro quizás con otras ocupaciones, algunos que habían formado parte del grupo de los zelotas que eran algo así como los rebeldes contra el dominio de los romanos, alguno que había formado parte de aquel grupo que era despreciado por las gentes y que los llamaban publicanos, pero sus nombres fueron sonando uno a uno y Jesús quería que estuvieran con El. Pronto comenzará a confiarles algunas misiones. En principio era para estar con Jesús y sentirse enseñados por El de manera especial.

Quiero trasladar ese episodio al hoy de nuestra vida y de nuestro mundo. Jesús sigue llamando por su nombre y su identidad, Jesús sigue llamándonos a nosotros por nuestro nombre y nuestra identidad. Que no son solo el nombre y los apellidos, el lugar de donde procedamos o la edad o profesión que tengamos. Jesús quiere seguir llamándonos por nuestro nombre conociendo quienes somos, conociendo lo que es nuestra vida, con sus luces y buenos deseos pero también con sus sombras, porque todos tenemos nuestras sombras.

Una llamada de Jesús es una elección, y una elección implica un amor especial. Nos ama Jesús con lo que somos, con lo que es nuestra vida; nos ama Jesús y quiere confiar en nosotros, quiere a nosotros confiarnos también una misión. Nos ama Jesús a pesar de que tengamos nuestras parálisis o nuestras cegueras, estemos invadidos por la lepra de nuestras debilidades y maldades, o andemos también muchas veces de acá para allá sin saber por donde decidirnos, sin saber lo que realmente creemos, sin saber por donde orientar nuestra vida. Pero Jesús cuenta con nosotros. Jesús a nosotros también nos quiere confiar una misión en ese campo nuestro que a veces nos parece tan árido y tan estéril.

Un día Simón el cananeo y Judas Tadeo, los apóstoles que hoy celebramos, escucharnos su nombre y dieron el paso para estar con Jesús. ¿Estaremos dispuestos a dar también ese paso? ¿Estaremos dispuestos a abrir bien nuestros oídos para escuchar nuestro nombre en los labios y en el corazón de Jesús? Dicha tenemos que sentir. Generosidad tiene que explosionar desde nuestro corazón.

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