Amamos porque nos sentimos amados de Dios y amamos a cuanto Dios ama, nos amamos a nosotros mismos y amamos con ese amor siempre expansivo a los demás
Éxodo 22, 20-26; Sal 17; 1Tesalonicenses 1, 5c-10; Mateo 22, 34-40
Nosotros no hacemos preguntas para poner a prueba – bueno que también los hay maliciosos – pero sí andamos muchas veces llenos de preguntas dentro de nosotros mismos que aunque nos sabemos la lección ‘bien de memoria’, sin embargo andamos renqueando de acá para allá como si no termináramos de tener claro lo que tenemos que hacer.
Es bueno hacernos preguntas, aunque hay a quien no le gusta. Les parece que si se hacen preguntas temblequetea todo lo que tenemos bajos los pies y es como si no nos sintiéramos seguros. Pero hacernos preguntas nos hace avanzar, hacernos preguntas es querer profundizar incluso en aquello que nos parece que tenemos muy claro, hacernos preguntas nos conduce al meollo, a lo que es verdaderamente importante, porque muchas veces nos podemos quedar en la apariencia de la hojarasca y al final no tenemos nada claro. Y nos hacemos preguntas porque nos sentimos débiles y buscamos fortaleza para nuestra vida.
Le preguntan a Jesús por el mandamiento principal. Todos lo tenían claro, porque era algo que además hasta se sabían de memoria y repetían todos los días. Pero las repeticiones como una cantinela al final nos hace perder su verdadero sonido, el verdadero sentido de aquello que sabemos y que repetimos. Porque ¿nos habremos detenido de verdad a pensar lo que significa eso que decimos en el primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas? Muchas veces lo hemos pensado y lo hemos dicho que cuando nos hacemos un examen de conciencia por ese mandamiento es por el que más rápido pasamos porque pensamos que lo cumplimos, porque nosotros amamos a Dios.
Bueno es que Jesús nos recuerde hoy donde están fundamentados y resumidos toda la ley y todos los profetas. Porque cuando le preguntan a Jesús por el mandamiento principal, nos habla de ese amor a Dios con todo el corazón, toda la mente, con toda el alma, pero nos dice que el segundo es semejante, que es también el principal, porque no se puede entender el uno sin el otro. Y nos habla del amor al prójimo, y nos dice que tenemos que amarlo como a nosotros mismos. Y aquí viene la cuestión de si nosotros nos amamos a nosotros mismos, o en qué consiste ese amor que nos tenemos a nosotros mismos. Porque si no nos amamos, o nos amamos con un amor interesado, ¿cómo va a ser ese amor que le tengamos al prójimo?
Claro que todo está partiendo de algo muy importante. Es el amor de Dios. Todo parte de una afirmación de fe en Dios que es único y que nos ama. Y nuestro amor es respuesta al amor de Dios. Dios nos ama y nos engrandece porque nos ha creado a su imagen y semejanza; si tal es la dignidad de la que Dios nos ha regalado, nuestra respuesta no puede ser otra sino la del amor. Por eso, todo nuestro amor para Dios. Pero amamos a Dios y lo que Dios ama. Amamos a Dios y nos amamos a nosotros; amamos a Dios y amamos a todos los hombres que son también amados de Dios.
Si reconocemos nuestra grandeza, de la que Dios nos ha dotado y por eso nos amamos como le amamos a El, con ese mismo amor amamos también a los demás, amamos al prójimo, porque además en ellos estaremos viendo esa imagen de Dios. Por eso vendrá Jesús a completar todo esto en la última cena cuando nos dice que nos da un solo mandamiento y es que amemos a los demás como El nos ama, ‘amaos los unos a los otros como yo os he amado’.
Medida grande del amor la que Jesús nos propone. Ya no es un amor interesado con el que quizás podríamos amarnos a nosotros mismos – cuántas veces nos volvemos egoísta amándonos a nosotros mismos porque al final terminamos encerrándonos en nosotros mismos, lo que ya no es señal de un amor verdadero – sino que tiene que ser un amor generoso y gratuito como es el amor que Jesús nos tiene.
Cuando entramos en esa órbita del amor qué distinto será todo. No nos encierra nunca como en un círculo sino que siempre nos expande. El amor es difusivo de sí mismo. Es como entrar en otra espiral porque el amor se crece más y más precisamente amando. Siempre hay un más allá donde llegar desde el amor. Por eso el amor no tiene límites, es siempre expansivo, crecer y nos hace crecer a los que amamos. Muchas conclusiones prácticas tendríamos que sacar.
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