Nosotros
somos esa pequeña plantita que va creciendo y que podemos y tenemos que
extender nuestras ramas para que otros también se acojan a su sombra
Romanos 8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21
Quieras que no también nosotros
admiramos las cosas grandes. Vamos caminando dando un paseo y primero nos
fijamos en las grandes montañas que vemos en la lejanía que en un minúsculo
sendero que quizás nos conduce a un pequeño arroyo de agua cantarina;
observamos un monumento y nos quedamos extasiados ante su grandiosidad, y luego
será quizás cuando entramos en los detalles de sus líneas, de sus grabados o de
sus pinturas; nos sentimos encandilados cuando vemos a una multitud reunida o
manifestándose por cualquier causa y no nos fijamos en los transeúntes que
encontramos al paso o los que están allí en la orilla del camino.
Lo podemos aplicar a muchas cosas, a
muchos aspectos, a muchas cosas que nos suceden y en las que nos vemos
implicados o al menos tendrían que ser un interrogante para nosotros. Cuando
escuchamos los relatos del evangelio enseguida nos fijamos en las multitudes
que se reunían viviendo de un lado y de otro para escuchar a Jesús, vemos la
multitud, pero no nos fijamos en las personas que allá en silencio, en
cualquier rincón también están queriendo seguir a Jesús o escuchar su buena
noticia.
¿Qué nos está queriendo decir hoy Jesús
en el evangelio? Que nos fijemos en lo pequeño, por eso nos habla de la semilla
de la mostaza que es bien pequeña y aparentemente insignificante, o en el
pequeño puñado de levadura que se mezclará con la gran masa para hacer el pan.
¿Nos querrá decir algo para nuestra
vivencia de Iglesia hoy? Algunas veces también quizá añoramos aquellos momentos
en que veíamos nuestros templos repletos de personas, le damos mucha
importancia y hasta propaganda, por decirlo de alguna manera, a esas
manifestaciones religiosas multitudinarias de gentes que se congregan en torno
a un santuario o una determinada devoción.
Bajémonos de esos observatorios de
altura. Vayamos más a ras del camino de cada día y comencemos a ver lo pequeño,
lo que va germinando en el corazón de cada persona, en esas personas sencillas
que no hacen ruido ni vociferan desde unos entusiasmos muchas veces estentóreos
pero que día a día no solo van sembrando la semilla de la Palabra de Dios en
sus corazones, sino que también con sus gestos, con su entrega callada, con sus
compromisos con la vida, van siendo esa levadura en medio de nuestro creando de
verdad el Reino de Dios.
Hay momentos en que nos sentimos como
abrumados y hasta desalentados porque nos parece, frente a tanta algarabía que
escuchamos alrededor, que no contamos, que no somos nadie, que la Iglesia va
perdiendo influencia en la sociedad, que aumentan los indiferentes o los descreídos.
Cuidado que sean ruidos que nos confundan, porque además puede haber quienes
estén interesados también en crear esa confusión. No podemos desalentarnos
mientras siga permaneciendo viva la llama de la fe en nuestro corazón, y seamos
capaces de ver cómo también sigue viva en el corazón de muchos.
Podemos parecer pocos o pequeña
semilla, pero no dejemos de sembrar. El Reino de los cielos se parece a la
semilla de la mostaza, nos dice hoy Jesús en el evangelio. Pensemos que ya
nosotros somos esa pequeña plantita que va creciendo y que podemos y tenemos
que extender nuestras ramas para que otros también se acojan a su sombra.
Nos puede parecer insuficiente o
insignificante lo que vamos haciendo, pero no dejemos de hacerlo, somos ese
puñado de levadura que tiene que hacer fermentar el mundo, y lo hará fermentar.
Es válido eso pequeño que hacemos, y que hacen tantos a nuestro alrededor.
Aunque nos parezca que no estamos transformando nuestro mundo, aunque por
supuesto quisiéramos que fuera con mayor intensidad. Pero valoremos esas
pequeñas cosas que se hacen, valoremos a esas personas anónimas que están a
nuestro lado queriendo también sembrar su buena semilla.
Creo que estas parábolas que hoy
escuchamos nos levantan el ánimo y la esperanza. Es algo que a un cristiano
nunca le puede faltar.
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