Nos
sobran cartelitos que nos señalan horas y días para atender a quien lo
necesita, porque nos está faltando amor y sensibilidad en el corazón
Romanos 8,12-17; Sal 67; Lucas 13,10-17
Toda hora es propicia para hacer el
bien. Para eso no hay horarios ni protocolos, solo hace falta amor,
sensibilidad del corazón, ojos abiertos, pies dispuestos para caminar y manos
abiertas para derramar ternura.
Es cierto que la sociedad se organiza,
se traza sus propias pautas, normas y protocolos, pero de una vez por todas tendrían
que caerse los cartelitos que nos dicen ‘se atiende de ocho a tres’. Cuando hay
amor nos sobran esas pautas y tendremos tiempo para todo. Y nuestra mano
siempre estará tendida.
Es cierto que no es fácil. Porque
seguimos con lentes oscuras en nuestros ojos, seguimos en un circulo cerrado
con un espejo donde parece que solo nos vemos a nosotros mismos, Siguen pesándonos
muchas cosas en el corazón, muchos apegos de los que no sabemos desprendernos;
nos parece que los únicos de confianza somos nosotros y por eso no sabemos
poner nuestra confianza en los demás a los que vemos siempre con prejuicios.
¿Por qué me estoy haciendo esta reflexión?
Parece que en aquella sinagoga de la que nos habla hoy el evangelio sí había un
cartel para que fueran a pedir el don de la curación en determinados días, de
los que siempre estaría excluido el sábado. ‘Hay seis días para trabajar,
dice el jefe de la sinagoga, vengan esos días para que os curen’. No
soportaba que Jesús hubiera curado a aquella mujer encorvada el sábado cuando
se habían reunido en la sinagoga para rezar y para escuchar la ley y los
profetas. ¿Estaban reñidas esas cosas con la curación de aquella mujer?
No os importa quitar el bozal al buey
para que pueda comer o se le pueda llevar a beber agua, pero no se puede
liberar a aquella mujer de aquel mal que padecía. ¿Qué era lo más importante?
¿A quien se tendría que dar prioridad? Pensemos seriamente en las prioridades
que nos ponemos en la vida. Y Jesús los deja callados.
Pero eso nos interpela. También pasamos
de largo nosotros ante quien nos tiende una mano con una súplica porque
llegamos tarde a Misa. También nos justificamos que ya hacemos nuestras
limosnas por unos cauces más oficiales, pero no sabemos detenernos para ver y
para escuchar, para mirar a los ojos del que está frente a nosotros y mirarnos
menos al espejo de nuestro yo. Siempre llevamos prisa. Nos cuesta detenernos a
escuchar. No nos interesamos por lo que pueda estar pasando la otra persona.
Nosotros nos sentimos bien abrigados y calentitos. En cuantas cosas tendríamos también
que detenernos a pensar.
¿Llegará de verdad a dolerme el alma
con todo esto que estoy reflexionando y me tendría que hacer pensar? Lo
pensamos un momento y pronto lo olvidamos. Seguimos con lo nuestro, con
nuestras rutinas, con las cosas que tenemos que hacer… pero dejamos que aquella
mujer encorvada, como nos dice hoy el evangelio, siga con sus limitaciones, con
sus carencias o deficiencias. ¿No llegaremos a sentir dolor y amargura en el
corazón? No terminamos de ponernos en el lugar de la persona que sufre,
seguimos mirando a distancia. ¿Se moverá nuestro corazón algún día?
También quizás tendríamos que
preguntarnos si no hay demasiados carteles de horarios en la comunidad
cristiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario