Hoy
cuando celebramos la fiesta de Todos los Santos sepamos aspirar el perfume del
amor, de la rectitud, de la verdad, de la santidad que tantos exhalan con sus
vidas a nuestro lado
Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3,
1-3; Mateo 5, 1-12a
A vivir que son cuatro días, para allá
no nos llevamos nada… son expresiones que escuchamos con frecuencia, y es fácil
que en estos días, por aquello de las celebraciones de los difuntos, escuchemos
con mucha frecuencia, sobre todo mañana aunque para muchos se haya trasladado
esta celebración al día primero con merma del sentido que tiene este día. Esos
son los que el mundo llama dichosos, porque la felicidad se les queda en eso,
vivir, disfrutar, pasarlo bien sin preocupaciones ni problemas que nos quiten
el sueño, y de ahí ya sabemos en lo que consisten esos disfrutes y esas maneras
de ser felices.
Pero qué contraste con lo que hoy
escuchamos en el evangelio, lo que tendrían que ser nuestros valores, nuestros
sueños y nuestras metas si en verdad nos decimos cristianos, seguidores de
Jesús y su evangelio. Pasarlo bien parece que es tener de todo, pasarlo bien es
que nunca nada nos haga sufrir, porque intentamos pasar por encima de todo eso
sin querer atender a esos detalles, pasarlo bien es que yo sea feliz y poco me
importe lo que le pasa a los demás, pasarlo bien es sentirme siempre triunfador,
colocado como sobre un pedestal porque todos me admiren aunque algunos quizás
me teman, y así podríamos seguir haciendo relación de esa manera de entender
eso de pasarlo bien.
En contraste, Jesús habla de pobres, de
gente que llora y que sufre, habla de los que son incomprendidos por los
principios y valores sobre los que han fundamentado su vida, habla de saber
llorar también con los que lloran y con los que sufren, habla de unos caminos
de rectitud frente al mal que nos rodea lo que tendrá que llevarme a un camino
continuo de superación y de vencimiento ante tantas cosas que nos rodean y nos
atraen por caminos fáciles. Pero, ¡ojo!, Jesús nos está diciendo que serán
dichosos y serán felices y bienaventurados.
Es un nuevo sentido de vivir, es una
nueva riqueza que buscamos para nuestra vida, son unos nuevos caminos que nos
van a llenar de las satisfacciones más hondas y que serán las que van a
permanecer para siempre con nosotros y sí nos vamos a llevar para allá. Es una
vida de trascendencia, que nos hace ir más allá del momento presente para
encontrar lo que va a dar verdadera plenitud a nuestra vida. Es una vida donde
vamos llenando el corazón no de riquezas caducas que las polillas pueden
corroer o los ladrones robar.
Son los verdaderos tesoros que
embellecen el corazón y que no se quedan en vanidades exteriores que pronto
pueden ajarse o que el paso de los años van a llenar de arrugas. Serán esos
corazones generosos, compasivos, llenos de ternura y de misericordia cuya
sintonía va a hacer felices a muchos. ¡Qué bien nos sentimos al lado de los que
tienen un corazón así! ¡Qué mundo distinto construiríamos si todos fuéramos
capaces de entrar en esa sintonía!
Es a lo que nos está invitando esta
fiesta de todos los Santos que hoy celebramos. Es nuestra fiesta, es el día de
todos nosotros, es el día de todos los que han caminado a lo largo de los
siglos queriendo seguir y vivir ese camino, es el día en que tenemos que mirar
en torno nuestro para darnos cuenta, aunque vivan una vida silenciosa, de
tantos y tantos que viven en esa sintonía del evangelio.
Como nos decía el Papa Francisco en una
ocasión tenemos que saber descubrir a los santos de la puerta de al lado. Esas
personas que están junto a nosotros, cercanas a nuestra vida, con sus luchas y
trabajos, con sus deseos de superación a pesar de las debilidades que quizás
muchas veces les hagan tropezar e incluso caer, pero con la ternura que van
derramando a su paso por la vida en sus familias, en los hijos, en los esposos,
en los amigos que están cercanos o con todo aquellos con los que se van
encontrando. No somos santos porque nunca hayamos tropezado y quizás caído,
sino por esos deseos hondos que tenemos dentro de nosotros de darle un sentido
de plenitud y trascendencia a nuestra vida y así queremos ir derramando esas
semillas de amor de paz allí donde
estamos.
Hoy cuando celebramos la fiesta de
Todos los Santos, no solo miramos el catálogo de los que han sido canonizados
por la Iglesia – aunque ellos son también un estímulo, un ejemplo y un rayo de
esperanza para todos – sino queremos tener en cuenta a tantos que nos han
precedido o que conviven a nuestro lado y han ido dejando tras de sí el perfume
del amor, de la rectitud, de la verdad, incluso como decíamos con sus
debilidades, y que son también para nosotros ese estimulo y ese ejemplo para
nuestro propio camino. Creo que esta celebración tendría que hacernos abrir los
ojos para descubrir esos santos que caminan a nuestro lado y nunca tenemos en
cuenta.
Son los que viven, como nos decía el
Apocalipsis, en medio de la tribulación de la vida, pero están queriendo
siempre lavar sus mantos en la sangre del Cordero y, aunque no escuchemos su
canto por falta de sensibilidad en los oídos de nuestro corazón, están cantando
con sus vidas el glorioso cántico de alabanza al Señor que se eleva desde todos
los rincones y con toda la creación.
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