Hebreos, 4, 12-16
Sal. 18
Mc. 2, 13-17
‘Tus palabras, Señor, son espíritu y vida’, decíamos en el salmo. Y no podíamos menos que decir eso después de lo escuchado en la Carta a los Hebreos: ‘La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el fondo del alma… Juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se oculta; todo está patente…’
Es la palabra que da vida, nos llena de vida. Es la Palabra que es luz para nuestros ojos; que nos hace descubrir la realidad profunda de nuestro corazón y nuestra vida. Cuando necesitamos limpiar nuestra casa no lo hacemos a oscuras y con las puertas y ventanas cerradas, sino que encendemos todas las luces, abrimos todas las ventanas y puertas para que entre la luz, para que podamos mirar hasta los más recónditos rincones. Así la Palabra de Dios es esa luz en nuestra vida.
Es la Palabra que nos purifica, nos salva, nos sana. Jesús nos dice hoy en el Evangelio que vino a curar a los enfermos, a buscar a los pecadores. Es la Palabra que nos descubre todo el misterio de Dios y de su Reino; Jesús enseñaba en todo lugar y en toda ocasión. Hoy lo vemos a la orilla del lago. ‘Jesús salió de nuevo a la orilla del lago y la gente acudía a El y les enseñaba’.
Es la Palabra que nos llama y nos pone en nuevos caminos. ‘Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme. Se levantó y lo siguió’. Hoy nos coincide la celebración del sábado con la memoria de san Antonio Abad. Un hombre que escuchó la Palabra y se dejó conducir por ella. Buen ejemplo de lo que hemos escuchado y estamos comentando.
Nos cuenta san Atanasio en la vida de san Antonio que un día que el joven Antonio entró a la Iglesia escuchó en ese momento la Palabra que se proclamaba. ‘Ve, vende todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres y luego sígueme’. Aquella palabra no cayó en tierra baldía, sino que Antonio que había heredado de sus padres una cuantiosa fortuna, vendió todo lo que tenía para dárselo a los pobres, dejó al cuidado de unas buenas mujeres a su hermana menor, y se fue al desierto para vivir en la soledad de la vida eremítica, en la oración y la penitencia.
Pronto en torno a Antonio se congregaron otros muchos que siguiendo su ejemplo querían así radicalmente vivir el evangelio y fue el principio del monacato, convirtiéndose Antonio en padre y guía de aquellas comunidades que fueron surgiendo. Por eso lo llamamos Abad y lo reconocemos como padre e iniciador del monacato en Oriente.
No fue fácil la vida de ascetismo de Antonio en el desierto, porque el diablo de mil maneras le tentaba. Se le aparecía bajo la figura de animales para incitarlo al pecado pero Antonio que se fiaba de la Palabra de Dios, que era un hombre de intensa oración y penitencia, logró salir vencedor en las tentaciones. Ese animalito que se pone junto a su figura en las imágenes de san Antonio, quiere expresar esas tentaciones del diablo que sufrió. De ahí la costumbre de llevar los animales, nuestros ganados, en este día ante la imagen de san Antonio para pedir la bendición y protección de Dios.
Pero lo importante que podemos deducir como ejemplo para nosotros y en torno a la Palabra proclamada es ese ejemplo de quien supo escuchar la Palabra y plantar la semilla en la tierra buena de su corazón para que diera fruto. Palabra de vida que nos salva, que nos purifica y que nos llena de vida.