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jueves, 15 de enero de 2009

Humildad, confianza en nuestra suplica para no endurecer el corazón

Hebreos, 3, 7-14

Sal. 94

Mc. 40-42

‘Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme’. Y ¡vaya si quería Jesús! Hermosa suplica. Humildad y confianza podemos ver en el leproso.

Confianza plena porque estaba seguro que Jesús podía curarlo. El lo sabe. Por eso acude a Jesús. Por eso, su atrevimiento. Un leproso no podía estar en medio de la gente. Tenía que vivir alejado de todos. Si alguien se acercaba a él desde lejos tenía que gritarle ¡impuro, impuro! para dar a conocer su condición de leproso. Pero se atreve a llegar hasta Jesús a pesar de todos estos condicionantes.

‘Si quieres, puedes limpiarme’. Es la humildad. Suplica pero no exige, no reclama. Suplica humildemente. ‘Si quieres…’ sé que puedes hacerlo pero de ti depende. Aquí estoy a tus pies. Hermosa la humildad de leproso, pero una humildad llena de confianza.

Tenemos que aprender a acudir con estas actitudes ante el Señor desde nuestra condición pecadora. No vamos a exigir, vamos a pedir con confianza y con humildad. Tenemos que aprender a reconocernos pecadores. Tenemos que aprender de esa confianza. Quizá podríamos pensar que por qué cada vez que comenzamos la celebración de la Eucaristía tenemos que reconocernos pecadores. No sería necesario, piensan algunos, porque ya tantas veces nos hemos arrepentido y hasta quizá en este momento venimos de haber recibido el sacramento de la Penitencia. Pero es nuestra condición pecadores, tenemos que reconocernos así. Es la humildad con que hemos de ponernos ante Dios.

Nos cuesta muchas veces reconocerlo. Quizá nos veamos tan pecadores que nos pueda faltar la confianza en el perdón de Dios. ¡Qué equivocados estamos! ‘El Señor es compasivo y misericordia, lento a la ira y pronto al perdón…’ lo hemos rezado tantas veces con el salmo. Pero algunas veces se nos endurece el corazón. Es un peligro. Lo escuchábamos en la carta a los Hebreos y en el salmo recitado a continuación, que se ve reflejado en la misma carta.

‘Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo y rebelde, que lo lleve a desertar de Dios’. Contemplamos las acciones de Dios y a pesar de eso endurecemos el corazón. La carta está haciendo referencia a aquel momento en el desierto en el que el pueblo que tanto había recibido de Dios desde que lo sacó de Egipto sin embargo desconfía del Señor. ‘No endurezcáis vuestros corazones como cuando el desafío y la provocación del desierto de vuestros padres que me pusieron a prueba a pesar de haber visto mis obras…’

Por eso el autor sagrado nos dice que nos tenemos que apoyar y animar mutuamente los unos a los otros. ‘Animáos, por el contrario, los unos a los otros, día tras día para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado’. Hermoso. Cómo tenemos que ayudarnos los unos a los otros a encontrarnos con el Señor y reconocer sus obras.

Humildad, confianza, valentía para arrancarnos del mal y del pecado y acudir a Dios. Humildad y confianza en nuestra súplica, en nuestra oración.’Si quieres, puedes limpiarme’. Claro que el Señor quiere limpiarnos, purificarnos, hacernos santos.

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