Hebreos 4, 1-5.11
Sal. 88
Mc. 2, 1, 12
‘Nunca hemos visto una cosa igual’.Fue la exclamación del pueblo sencillo al contemplar las obras de Jesús. ‘Un gran profeta ha aparecido entre nosotros’. El pueblo glorificaba a Dios.
‘Nunca hemos visto una cosa igual’. Jesús hace lo que ningún profeta ha hecho hasta ahora. Perdona los pecados. Aunque por allí hay algunos que no entienden. Jesús progresivamente ha ido manifestándose al pueblo. En el primer capítulo de Marcos que hemos venido escuchando le vemos enseñar. Va la sinagoga. Enseña por los caminos y las plazas, en las casas como lo vemos hoy.
Anuncia el Reino de Dios en el que hay que creer. Proclama que hay que darle la vuelta a la vida ante la Buena Noticia que está proclamando. Como señales del Reino de Dios que anuncia hace milagros, cura a los enfermos; le hemos visto curar a leprosos, levantar a la suegra de Pedro de la cama donde estaba postrada con fiebre, dar la vista a los ciegos, curar a poseídos y endemoniados. Hoy le vemos hacer algo más.
Este es aquel a quien ‘pondrás por nombre Jesús porque El salvará al pueblo de sus pecados’, como le había el ángel a José. Jesús se está manifestando con el verdadero salvador, redentor. Aquel que un día derramaría su sangre para el perdón de los pecados.
Jesús no es un simple profeta; no es ni un médico ni un curandero. Jesús sana y Jesús salva. Es su Palabra poderosa la que nos sana y salva. No utiliza remedios ni medicinas como podrían utilizar los médicos. Basta su Palabra. Como lo dijo el centurión cuando pidió la salud para su criado. En El está el poder de Dios.
Pero aquel día que trajeron al paralítico y al no poder entrarlo lo descuelgan desde el tejado hasta los pues de Jesús, los escribas que están presentes no entienden las palabras de Jesús. ‘Hijo tus pecados están perdonados’. Por allá en su interior murmuran. ‘¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?’ Quizá si nosotros hubiéramos estado allí también podríamos haber pensado lo mismo. Ellos solo veían a un hombre. Quizá un profeta o un enviado de Dios, pero no a Dios mismo allí encarnado. Nosotros hoy lo comprendemos mejor. La fe nos ha iluminado para descubrir quién es Jesús.
Pero Jesús les argumenta. ¡Es que acaso un hombre por su poder puede sanar a un enfermo, o resucitar a un muerto? Sólo Dios puede hacerlo. Pues si yo puedo curar a un enfermo de su lepra o levantarlo de su invalides también puedo perdonar los pecados. ‘¿Qué es más fácil: decirle al paralítico tus pecados están perdonados, o decirle; levántate, coge la camilla y echa a andar? Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados… entonces dijo al paralítico; Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa’.
Allí está Jesús, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Allí está Jesús verdadero Dios y verdadero hombre que es nuestro salvador y nuestro redentor. ‘No se nos ha dado otro nombre bajo el cielo que pueda salvarnos’, proclamaría un día Pedro. Ahí está Jesús pongamos toda nuestra fe en El. ‘Nunca hemos visto cosa igual’.
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