Hebreos 2, 5-12;
Sal.115;
Mc. 1, 14-20
Cada vez que nos acercamos a la Palabra de Dios hemos de hacerlo con espíritu de fe, porque ni es un simple rito que hemos de hacer de una forma mecánica, ni una lectura simplemente de cosas bonitas. Vamos a escuchar la Palabra que Dios nos dirige y hemos de saber invocar al Espíritu divino que sea quien nos hable al corazón y nos haga comprender toda la sabiduría divina encerrada en su Palabra. Seguro que si dejándonos conducir por el Espíritu del Señor nos acercamos a la Palabra muchas serán las cosas que el Señor nos hable en el corazón y mucho será lo que lleguemos a sentir que nos pide la Palabra de Dios.
Podríamos hoy fijarnos en muchas cosas desde la carta a los Hebreos en primer lugar, el salmo responsorial que nos hace descubrir la grandeza del hombre ‘a quien Dios ha hecho poco inferior a los ángeles’, o lo que nos expresa el evangelio en ese reconocimiento por parte del espíritu inmundo de quién es Jesús – ‘sé quien eres: el Santo de Dios’, que le dice – o el poder de Jesús que provoca la admiración de las gentes.
Quisiera detenerme en esta reflexión en el mensaje – o al menos, parte – que nos trae la carta a los Hebreos. En la vida atenemos que enfrentarnos a problemas, en los que muchas veces no sabemos cómo salir adelante; hay ocasiones en que la enfermedad, nuestras debilidades y carencias nos hacen sentirnos limitados; nos vemos quizá imposibilitados por discapacidades que puedan afectarnos o quizá por lo avanzado de los años podríamos pensar qué sentido o qué valor tiene nuestra vida.
Pues aún así, creo que la madurez de nuestra vida nos hace ver el valor que tenemos en nosotros mismos más allá de lo que podamos o no podamos hacer. O también podemos caer en la cuenta que quizá esas limitaciones, esos problemas por los que tenemos que pasar, ese sufrimiento o todo eso que nos sucede, puede ser para nosotros un medio que nos ayude a profundizar en lo que somos, a crecer y a madurar como personas, a darle una mayor hondura a nuestra vida. Los problemas, los sufrimientos nos maduran y nos ayudan a ser más personas.
De eso nos ha hablado hoy la carta a los Hebreos al referirse a Jesús. ‘… a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, por quien y para quien existe todo, juzgó conveniente… perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación’.
Coronado de gloria y honor por su pasión y muerte…. Perfeccionar con sufrimientos… Como decíamos, los sufrimientos nos maduran, nos pueden ayudar a comprender sí el valor y el sentido de nuestra vida, cuando al mismo tiempo somos capaces de mirar a Jesús.
Y ya sabemos el valor redentor del sufrimiento y muerte de Jesús. Así podemos comprender también el valor de nuestra vida. Para nosotros puede y tiene que ser también un medio de santificación. Nos purifica como se purifica el oro el crisol del fuego, purificamos nuestra vida en el crisol del sufrimiento. Cómo nosotros podemos unirnos al sacrificio de Cristo y con nuestros sufrimientos y limitaciones con Cristo también podemos hacernos corredentores.
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