Los apóstoles, unos hombres inquietos y movidos por la esperanza que siguen a Jesús
1Cor. 15, 1-8; Sal. 18; Jn. 14, 6-14
Cuando celebramos la fiesta de alguno de los apóstoles,
hoy celebramos a Santiago, llamado el Menor para diferenciarlo del Zebedeo hermano
de Juan, y que es llamado también el
pariente del Señor, y a Felipe, normalmente nos quedamos en el hecho de que
eran discípulos de Jesús y un día fueron especialmente escogidos por el Señor
para formar parte del grupo de los Doce y con la misión de ser los
especialmente enviados a anunciar el Evangelio, la Buena Nueva de Jesús por
todo el mundo.
Está bien partir de ese pensamiento de que eran
discípulos de Jesús, parte de ese gran grupo que seguía a Jesús por todas
partes y se sentían llamados de manera especial en su seguimiento por el Reino
de los cielos. Pero se me ocurre pensar en la inquietud que habría en sus
corazones que un día despertaría en ellos el deseo de conocer más de cerca a
Jesús y seguirle y estar con El. Tenían que ser personas inquietas y en
búsqueda de una esperanza nueva que en Jesús podían ver realizada. Como decían
los discípulos de Emaús nosotros esperábamos que el fuera el futuro liberador
de Israel. Era la esperanza del Mesías que tenía que estar muy fuerte en sus
corazones; era la esperanza de todo el pueblo de Israel, pero que seguramente
en ellos se destacaba de manera especial como para seguir a aquel profeta que
había surgido en medio de ellos proveniente de Nazaret.
Vamos a fijarnos más en Felipe del que se nos habla ya casi al
principio del evangelio de san Juan cuando la llamada de los primeros
discípulos. Juan y Andrés se habían ido con Jesús tras las indicaciones
del Bautista que lo señalaba como el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y ya pronto Andrés irá a buscar
a su hermano Simón para traerlo a Jesús porque han encontrado al Mesías.
Luego nos dirá el evangelio que al pasar Jesús vio a
Felipe y lo invitó a seguirle. Pero pronto será Felipe el que vaya a buscar a
Natanael. ‘Felipe era de Betsaida, el pueblo
de Andrés y Simón’ y por ahí andará en la cercanía de aquellos dos hermanos
con inquietudes semejantes que cuando escucha la invitación de Jesús se va con
El.
Le veremos luego en el episodio de la multiplicación de
los panes, porque es a él a quien le plantea Jesús la necesidad de buscar pan
para aquella multitud. Había buenos deseos en su corazón, pero desde el
realismo del lugar en que estaban y la cantidad de gente que se había reunido,
aunque habría buenos deseos se sentía impotente para la tarea que habría que
realizar. Lo escuchábamos ayer, ‘¿dónde
compraremos panes para que coma toda esta gente?’, se pregunta pero no
quiere cruzarse de brazos.
Jesús les iba instruyendo, a ellos de manera especial
les hablaba del sentido del Reino de los cielos; ellos habrían de ser los
enviados. Pero es interesante ver los diálogos que se entablan entre Jesús y
los apóstoles cuando les va descubriendo todo ese misterio de Dios, porque
sienten deseos de algo grande con las palabras de Jesús pero en muchas ocasiones
les cuesta comprender. Como hemos escuchado hoy en el evangelio, que forma
parte del diálogo de Jesús con los apóstoles en la noche de la cena pascual,
Jesús les habla del Padre del que quiere hacer siempre su voluntad, pero no
terminan de entender. Jesús les dice que será a través de El como pueden llegar
hasta Dios, pero aun les cuesta entender cómo ha de ser todo eso.
‘Nadie va al Padre
sino por mí’, les
dice Jesús después de manifestarles que El es el Camino y la Verdad y la Vida, y
que conociéndole a El podrán conocer a Dios, como también nosotros hemos venido
reflexionando últimamente, y desde ahí surge la pregunta de Felipe: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’.
Tienen deseos de Dios, quieren conocer todo ese misterio de Dios que Jesús les
va revelando, hay una inquietud honda en sus corazones, pero aún les cuesta. Es
hermosa, sin embargo, esa búsqueda y cuánto nos enseña y estimula a nosotros.
También tendríamos que tener esa inquietud en nuestro corazón desde una fe viva
que queremos vivir con toda intensidad.
La respuesta de Jesús a la pregunta de Felipe bien nos
impulsa a nosotros a querer conocer cada vez más a Jesús y permanecer unidos a
El. Es nuestra Salvación y nuestra vida. Es el camino que nos conduce a la
plenitud de Dios. Es la verdad que se nos revela y que nos hace grandes porque
nos da la libertad de los hijos de Dios. Es la vida que tenemos que vivir.
Porque no es solo hacer cosas, es vivir a Cristo, permanecer en su amor,
caminar su camino, llenarnos de El. Sin El nada somos ni podremos alcanzar esa
plenitud que deseamos. Busquemos a Jesús.