Jesús es la expresión suprema del amor de Dios y en El ponemos toda nuestra fe y nos iluminamos con su luz
Hechos, 5, 17-26; Sal. 33; Jn. 3, 16-21
Jesús es la expresión suprema del amor de Dios Padre a
los hombres. ¿Queremos saber cuanto nos ama Dios? Miremos a Jesús. ¿Queremos
saber hasta donde llega el amor que Dios nos tiene? Detengámonos ante la cruz
de Jesús y podemos comprender la medida del amor de Dios que así nos entregó a
su Hijo hasta llegar a morir por nosotros en la cruz. ¿Queremos conocer a Dios
y ver de forma palpable ese amor de Dios? Conozcamos a Jesús porque conociéndole
a El conoceremos todo el misterio de Dios, viéndole a El estaremos mirando a
Dios.
‘Quien me ve a mi, ve
al Padre’,
respondió Jesús cuando uno de los apóstoles al oírle hablar del Padre le pidió
que le mostrara al Padre que eso les bastaba. Por eso ponemos toda nuestra fe
en Jesús, que es poner toda nuestra fe y nuestro amor en Dios.
Es lo que nos viene a decir hoy el Evangelio y que
tantas veces habremos repetido y meditado. ‘Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de
los que creen en El, sino que tengan vida eterna’.
Queremos creer en Jesús. Y si ponemos toda nuestra fe y
nuestra confianza en El, estamos seguros de su salvación, porque así de generosamente infinito es el
amor que Dios nos tiene. ‘Para que no
perezca ninguno de los que creen en El’. Es lo importante, nuestra fe en
Jesús. El no vino a condenarnos sino a salvarnos; El lo que quiere es que
tengamos vida eterna.
¿Cómo es nuestra fe? ¿Cómo y en qué ha de manifestarse?
Creer en Jesús es dejarnos iluminar por su luz, de manera que cualquier otra
luz nos sabe a oscuridad. Iluminados por Jesús nuestras obras tienen que ser
las del amor. Lo contrario sería muerte, sería oscuridad. Iluminados por Jesús
y reflejando las obras del amor estará lejos de nosotros el pecado, el mal. Son
incompatibles las tinieblas del pecado con la vida de Jesús y su luz.
Pero aquí está nuestra gran tentación, preferir las
tinieblas a la luz, no dejar que nos ilumine esa luz de Jesús. El evangelio de
Juan nos lo viene diciendo desde el principio. ‘La Palabra era la luz verdadera que con su venida ilumina el mundo… en
ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres… la luz resplandece en
las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron’.
Esa es la tentación y ese es nuestro pecado que nos
condena. ‘La luz vino al mundo y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas, pues el
que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz…’
Creo que todo esto que estamos reflexionando que es tan
hermoso tendría que hacernos pensar mucho. Tendría que ser una llamada de
atención muy fuerte para que estemos vigilantes. Hemos vivido momentos muy
intensos espiritualmente en los pasados días de la Semana Santa y de la Pascua.
Pero somos muy humanos y tenemos la tendencia a que cuando pasan esos momentos
fuertes e intensos, luego fácilmente bajemos la guardia, nos aflojemos. Es en
lo que tenemos que tener cuidado. Lo que hemos vivido y celebrado con tanta
intensidad tiene que ser un verdadero motor para nuestra vida cristiana, para
seguir viviendo con autenticidad nuestra fe y nuestra vida cristiana.
Es la llamada que podemos sentir del Señor a través de
lo que en su Palabra seguimos escuchando en estos días. Que no se afloje
nuestra fe y nuestro amor para que vivamos siempre la salvación del Señor en
nuestra vida, para que así por esa fe que ponemos en Jesús podamos alcanzar la
vida eterna. ‘Para que no perezca ninguno
de los que creen en El’, como nos decía hoy el Evangelio. No temamos
acercarnos a la luz ‘para que se vea que
nuestras obras están hechas según Dios’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario