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miércoles, 30 de abril de 2014

Jesús es la expresión suprema del amor de Dios y en El ponemos toda nuestra fe y nos iluminamos con su luz



Jesús es la expresión suprema del amor de Dios y en El ponemos toda nuestra fe y nos iluminamos con su luz

Hechos, 5, 17-26; Sal. 33; Jn. 3, 16-21
Jesús es la expresión suprema del amor de Dios Padre a los hombres. ¿Queremos saber cuanto nos ama Dios? Miremos a Jesús. ¿Queremos saber hasta donde llega el amor que Dios nos tiene? Detengámonos ante la cruz de Jesús y podemos comprender la medida del amor de Dios que así nos entregó a su Hijo hasta llegar a morir por nosotros en la cruz. ¿Queremos conocer a Dios y ver de forma palpable ese amor de Dios? Conozcamos a Jesús porque conociéndole a El conoceremos todo el misterio de Dios, viéndole a El estaremos mirando a Dios.
‘Quien me ve a mi, ve al Padre’, respondió Jesús cuando uno de los apóstoles al oírle hablar del Padre le pidió que le mostrara al Padre que eso les bastaba. Por eso ponemos toda nuestra fe en Jesús, que es poner toda nuestra fe y nuestro amor en Dios.
Es lo que nos viene a decir hoy el Evangelio y que tantas veces habremos repetido y meditado. ‘Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna’.
Queremos creer en Jesús. Y si ponemos toda nuestra fe y nuestra confianza en El, estamos seguros de su salvación,  porque así de generosamente infinito es el amor que Dios nos tiene. ‘Para que no perezca ninguno de los que creen en El’. Es lo importante, nuestra fe en Jesús. El no vino a condenarnos sino a salvarnos; El lo que quiere es que tengamos vida eterna.
¿Cómo es nuestra fe? ¿Cómo y en qué ha de manifestarse? Creer en Jesús es dejarnos iluminar por su luz, de manera que cualquier otra luz nos sabe a oscuridad. Iluminados por Jesús nuestras obras tienen que ser las del amor. Lo contrario sería muerte, sería oscuridad. Iluminados por Jesús y reflejando las obras del amor estará lejos de nosotros el pecado, el mal. Son incompatibles las tinieblas del pecado con la vida de Jesús y su luz.
Pero aquí está nuestra gran tentación, preferir las tinieblas a la luz, no dejar que nos ilumine esa luz de Jesús. El evangelio de Juan nos lo viene diciendo desde el principio. ‘La Palabra era la luz verdadera que con su venida ilumina el mundo… en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres… la luz resplandece en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron’.
Esa es la tentación y ese es nuestro pecado que nos condena. ‘La luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas, pues el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz…’
Creo que todo esto que estamos reflexionando que es tan hermoso tendría que hacernos pensar mucho. Tendría que ser una llamada de atención muy fuerte para que estemos vigilantes. Hemos vivido momentos muy intensos espiritualmente en los pasados días de la Semana Santa y de la Pascua. Pero somos muy humanos y tenemos la tendencia a que cuando pasan esos momentos fuertes e intensos, luego fácilmente bajemos la guardia, nos aflojemos. Es en lo que tenemos que tener cuidado. Lo que hemos vivido y celebrado con tanta intensidad tiene que ser un verdadero motor para nuestra vida cristiana, para seguir viviendo con autenticidad nuestra fe y nuestra vida  cristiana.
Es la llamada que podemos sentir del Señor a través de lo que en su Palabra seguimos escuchando en estos días. Que no se afloje nuestra fe y nuestro amor para que vivamos siempre la salvación del Señor en nuestra vida, para que así por esa fe que ponemos en Jesús podamos alcanzar la vida eterna. ‘Para que no perezca ninguno de los que creen en El’, como nos decía hoy el Evangelio. No temamos acercarnos a la luz ‘para que se vea que nuestras obras están hechas según Dios’.

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