2Reyes 5, 14-17;
Sal. 97;
2Tim. 2, 8-13;
Lc. 17, 11-19
‘Niño, se dice gracias’, nos enseñaron desde pequeños como norma de urbanidad y buena conducta. Es de corazón noble ser agradecidos, solemos decir también. Pero, en verdad, ¿sabremos ser agradecidos en la vida? Pienso que la gratitud es como una correspondencia a la gratuidad de lo recibido. Sentimos la admiración por lo que nos han ofrecido de forma gratuita y surgirá el agradecimiento. Claro que hoy en la vida parece que nos moviéramos más por actitudes de exigencias, reclamaciones y derechos que desde posturas de gratuidad, admiración y gratitud. A todo tenemos derecho, todo nos lo tienen que hacer o dar, y si no lo hacen ya estoy haciendo mis reclamaciones.
Nos falta esa actitud de la gratitud y agradecimiento porque muchas veces nuestras relaciones las tenemos demasiado desde parámetros mercantilistas. No le hago nada, no le regalo nada, porque él tampoco me ha regalado a mí, tampoco hace por mí. Y cuando vivimos esas posturas de exigencias y reclamos de derechos, no seremos capaces - hemos perdido la capacidad - de la admiración ante lo recibido y en consecuencia del agradecimiento. Si no llegamos a ser capaces de admirarnos ante lo gratuito que se nos ofrece nos costará hacer surgir esa actitud de agradecimiento por lo que hemos recibido.
Creo que es en lo que nos quiere hacer reflexionar la Palabra de Dios que hoy hemos escuchado. Por una parte lo que nos narra de Naamán, el sirio, curado de su lepra en el río Jordán en tiempos del profeta Eliseo y por otra parte la curación de los diez leprosos de lo que nos habla el evangelio con la vuelta de un solo leproso curado a dar gracias y alabar a Dios por los beneficios recibidos.
El texto que se nos ofrece del libro de los Reyes es corto en su relato, pero viendo todo su contexto creo que nos puede iluminar mucho. En principio Naamán no había querido realizar lo que le pedía el profeta que era bañarse en el Jordán para poder curarse; le parecía que era algo demasiado simple; siempre buscando cosas grandiosas para no ver dónde está la maravilla de la acción del Señor que se nos puede manifestar en lo más sencillo.
Sólo al cambiar Naamán su actitud de orgullo y exigencia por la humildad de aceptar lo pequeño y sencillo que le pedía el profeta, es cuando fue capaz de recibir y descubrir la gracia que Dios obraba sobre él de forma gratuita, será entonces cuando pasará a una actitud de gratitud y de fe verdadera. Descubrió esa acción de Dios en su vida desde la humildad de cambiar su corazón, y descubriría, entonces, la verdadera salvación que Dios le ofrecía. Hemos visto los gestos con los que quiere expresar luego esa acción de gracias a Dios queriendo vivir la auténtica fe en el único Dios verdadero.
El evangelio, por su parte, nos ha hablado de aquellos diez leprosos que se encuentran con Jesús en el camino. Desde lejos le suplican: ‘Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros’. El corazón misericordioso de Cristo siempre escucha el clamor de los que sufren y por eso les envía a presentarse a los sacerdotes para cumplir con los requisitos necesarios para poderse incorporar curados a sus familias y a la vida de la comunidad. ‘Id a presentaros a los sacerdotes’, les dice Jesús. ‘Y mientras iban de camino quedaron limpios’.
Pero ya hemos escuchado cómo uno se vuelve al verse curado para acudir hasta Jesús ‘alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús dándole gracias’. Y ahí están las palabras de Jesús, como una queja por una parte porque sólo había vuelto ‘aquel extranjero para dar gloria a Dios’, pero por otra parte para alabar la fe de aquel hombre que le ha llevado a la auténtica salvación. Había sido capaz de reconocer las maravillas del Señor que así obraba en él generosamente, gratuitamente, y había venido a dar gracias. Se estaba obrando la verdadera salvación en el corazón del hombre que había visto a Dios en su vida.
Ante Dios, ¿cuáles son nuestras actitudes y posturas? Es cierto que como aquellos leprosos desde nuestro corazón pobre y roto acudimos a Dios en búsqueda de su auxilio, de su gracia. Pero quizá tenemos que preguntarnos cómo es nuestra oración y nuestra relación con Dios.
Quizá demasiado influenciados por este mundo mercantilista en el que vivimos en que no siempre nos es fácil descubrir la gratuidad, este mundo nuestro donde todo se compra o se vende, donde todo se paga o se cobra, podíamos tener el peligro de ir con unas actitudes semejantes a Dios. Unas actitudes que hemos de saber purificar. Cuánto le prometemos a Dios para que nos escuche. Es esa religiosidad de las promesas que tan metida llevamos dentro de nosotros, o si acaso ofrecemos de antemano algo a Dios es como para congraciarnos con El para que nos escuche y atienda. Perdonen la expresión pero de antemano le hacemos el regalito a Dios. ¿No tendría que ser otra la forma de dirigirnos a Dios, de relacionarnos con El, de ser capaces de ver la acción de Dios en nosotros?
Hoy nos ha dicho el Señor en la carta de Pablo a Timoteo. ‘Haz memoria de Jesucristo, el Señor, resucitado de entre los muertos… éste ha sido mi evangelio… la salvación lograda por Cristo Jesús con la gloria eterna…’ ¿Qué significa esta memoria que hacemos de Jesús y de la salvación que nos ofrece? ¿No significa el regalo más grande de Dios que podamos recibir? Sí, he dicho regalo; solemos decir gracia, y ¿qué significa esa palabra gracia sino algo gratuito? Es el regalo de Dios, la gracia que Dios nos ofrece.
¿Sabremos ser agradecidos de verdad a ese regalo, a esa gracia, como decimos, de Dios? Y no es ya lo que nos sucede tantas veces con las promesas que después de recibido el favor fácilmente las olvidamos. El tema está en que no sabemos dar gracias a Dios por tanto que de El hemos recibido en Cristo Jesús y la salvación que nos regala. ¿No tendríamos que detenernos más a considerar toda esa maravilla que Dios continuamente está obrando en nosotros? Decíamos al principio que desde una postura de admiración ante lo gratuito surgirá más fácil nuestra gratitud, nuestra acción de gracias.
Es lo que tenemos que saber hacer. Es por eso por lo que me gusta a mi recordar continuamente ese amor de Dios Padre. Nos puede parecer una repetición el recordarlo una y otra vez, pero nos es bien necesario para que surja mejor nuestra alabanza y nuestra acción de gracias a Dios.
¿A qué nos reunimos cada domingo en asamblea eucarística los cristianos? Ya lo dice la palabra, para celebrar la Eucaristía, para celebrar nuestra acción de gracias a Dios. Eso es Eucaristía, acción de gracias. Hacemos memorial de la Pascua del Señor en la muerte y la resurrección de Cristo y damos gracias. Fijémonos que todo el meollo de nuestra celebración de la Eucaristía es acción de gracias. La gran oración es la plegaria eucarística que comienza en su introducción, en el prefacio, con una invitación a la acción de gracias. ‘En verdad es justo y necesario darte gracias siempre y en todo lugar… te damos gracias porque nos haces dignos de estar en tu presencia…’
Y hacemos memoria de su muerte, su resurrección y su ascensión gloriosa, recordamos y hacemos presente la Cena Pascual en que se nos da como comida y como bebida de salvación y al tiempo que tenemos presente y pedimos por toda la Iglesia queremos alabar al Señor con toda la Iglesia del cielo, cantando eternamente las alabanzas del Señor. Y la Eucaristía está recogiendo toda nuestra vida, lo que somos y las maravillas que el Señor ha hecho en nosotros.
Que toda nuestra vida sea acción de gracias al Señor.