Fiesta de la Virgen del Pilar
Crón. 15, 3-4.15-6; 16, 1-2;
Sal. 26;
Lc. 11, 27-28
Al celebrar la fiesta de la Virgen del Pilar las imágenes y los signos se suceden en la liturgia ayudándonos a comprender plenamente el sentido de esta fiesta pero sobre todo lo que significa María en la vida del cristiano y en la vida de la Iglesia.
Podemos comenzar por fijarnos en la columna o pilar sobre la que está colocada la imagen bendita de María, que da título a esta advocación, y que viene a hundir, podíamos decir, sus raíces o cimientos en lo profundo de nuestra tierra. Un pilar o una columna es signo de fortaleza bien cimentada para mantener firme todo el edificio. María, según piadosa tradición presente en su imagen desde tiempo inmemorial en nuestras tierras españolas y siempre presente en la devoción de nuestros pueblos, viene a ayudarnos a mantener esa firmeza y fortaleza de nuestra fe.
Nos apoyamos en María para sentir esa fortaleza y sentido hondo que Cristo viene a dar a nuestra vida. María señalándonos siempre el camino que nos conduce hasta Cristo viene a fundamentar firmemente la fe del pueblo cristiano. Si nos apoyamos con verdadero sentido en María con una auténtica devoción a la Virgen seguro que no nos vamos a separar nunca de la verdadera fe que centra siempre todo en Cristo Jesús y en su misterio pascual. Por eso no podemos abandonar de ninguna manera nuestra devoción a María sino, todo lo contrario, invocarla cada día con renovado fervor y amor.
Otra imagen que nos habla también de columna es la que nos aparece en la antífona de entrada de nuestra celebración y que, haciendo referencia a la nube que guiaba noche y día al pueblo de Israel en su peregrinar por el desierto hacia la tierra prometida, la liturgia quiere aplicárnosla a María verdadera guía y protectora de nuestra fe. ‘Tú permaneces como la columna que guiaba y sostenía día y noche al pueblo en el desierto’, dice la referida antífona. Luminosa en la noche, con suave y refrescante sombra en los ardores del día la columna de nube se convertía en un signo del amor del Señor que protegía a su pueblo en su peregrinar.
La imagen de María que entronizamos en el lugar más digno de nuestros hogares o en nuestra habitación junto a la cabecera de nuestra cama, que llevamos colgada al cuello en medallas o escapularios, que colocamos entre las fotografías de nuestros seres más queridos en nuestras carteras para que nos acompañe siempre, nos está recordando esa presencia protectora y maternal de María en el camino de nuestra vida.
Es la luz que nos guía reflejándonos siempre la luz de Cristo, por eso como un signo ponemos una luna a sus pies para señalarnos que ella siempre nos reflejará, no su luz, sino la luz de Cristo, verdadero sol de nuestra salvación. Su amor maternal es esa suave brisa que nos hace descansar y recuperar fuerzas en medio de las luchas de cada día. Cómo necesitamos ese apoyo y ese regazo de una madre en quien descansar. Qué importante la presencia de María junto a nuestro caminar. Qué significativa esa presencia de María en la Iglesia en medio de todos nosotros.
Finalmente la otra imagen en que nos vamos a fijar es la que nos ofrece la primera lectura que nos habla del ‘Arca de Dios, colocada en el centro de la tienda que había preparado David’, como preparación para el templo del Señor que un día se había de edificar. Sí, María, Arca de Dios. El Arca de la Alianza, colocada en medio del templo de Israel, era para el judío el gran signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
María, Arca de Dios que en seno contuvo al Señor Creador del cielo y de la tierra, cuando Dios quiso encarnarse en sus entrañas para venir a ser Dios con nosotros. María que nos trajo a Cristo, portadora de Dios para hacer que Dios llegase a estar en medio de nosotros para nuestra salvación. La fe de María le hizo estar abierta desde lo más hondo de sí misma para aceptar la Palabra de Dios encarnada en su seno por obra del Espíritu Santo. Así, por su fe, se convirtió María en esa Arca de Dios para nosotros.
Cuánto nos enseña María a vivir una fe así en que estemos abiertos siempre a Dios para escucharle y aceptarle, para dejarnos llenar del Espíritu del Señor como lo hizo María y para que ya como ella nos dejemos inundar por ese amor divino que nos haga partir siempre al encuentro del hermano, del necesitado, del que vayamos encontrando por el camino para llevarle siempre a Dios. Que también nosotros por nuestra santidad nos convirtamos, como María, en signos en medio del mundo de esa presencia salvadora de Dios que así quiere llegar a todos los hombres porque para todos es su salvación.
Brevemente creo que esta puede ser la gran lección que hoy recibamos de María en la fiesta de la Virgen del Pilar. Que nos conceda el Señor, como hemos pedido en la oración, ‘por su intercesión fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor’. Que como María nos mantengamos ‘firmes en la fe y generosos en el amor’ y que así podamos ‘llegar a contemplarle eternamente en el cielo’.
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