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viernes, 15 de octubre de 2010

Que se encienda en nosotros el deseo de la verdadera santidad

Fiesta de Santa Teresa de Jesús
Eclesiástico, 15, 1-6;
Sal. 88;
Mt. 11, 25-30

‘Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo’. Esta antífona con que comienza hoy la Eucaristía en la fiesta de santa Teresa de Jesús muestra la sabiduría de la Iglesia que no pudo escoger otra antífona que mejor expresar los deseos y ansias del corazón de santa Teresa por llenarse de Dios y que alcanzó en sus altísimas cotas místicas. Ansia de Dios, deseos de Dios, búsqueda de Dios fue el camino de santa Teresa y pudo llegar a un conocimiento de Dios y una contemplación de Dios, que el Señor concede a las almas grandes. ¿Los tendremos nosotros también?
La liturgia nos ofrece en esta fiesta de santa Teresa este evangelio donde Jesús da gracias al Padre que revela los misterios de Dios a los pequeños y sencillos. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Así Padre te ha parecido mejor…’ Así son las cosas de Dios. Así de admirable es su amor y su ternura para con los pequeños y sencillos.
Miremos para conocer ese sentir de Dios a Jesús rodeado siempre de los pequeños, los pobres y los que sufren. ‘Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos’, terminará diciéndonos Jesús en las bienaventuranzas. No son los ricos, los sabios o los engreídos, los poderosos o los que se sienten llenos de si mismos o de sus cosas, los preferidos de Dios para darse a conocer.
Un corazón grande, un alma grande, decíamos antes, refiriéndonos a Santa Teresa que llego a tan alta contemplación del misterio de Dios en su vida mística. Pero cuando se hizo pobre y se vació de sí misma pudo llegar a experimentar ese consuelo de Dios. Pasó por tiempos de sequedades y vacíos como ella misma nos cuenta en su vida, pero fue esa purificación interior para hacer ese camino que le llevaría a Dios de verdad para conocerle y vivirle como ella lo vivió.
Y cuando se llenó así de Dios fue cuando pudo darlo de verdad a los demás en la gran empresa y trayectoria de su vida, de la reforma del Carmelo y de todos esos monasterios que fue fundando a lo largo de toda España. Porque estaba llena de Dios de esa manera, a pesar de sus propios achaques físicos pudo recorrer los caminos de Castilla para ir realizando aquella obra que el Señor le confiaba.
No voy en este momento a hablar de su vida, sus viajes, sus fundaciones o sus escritos. Simplemente tomemos su ejemplo siguiendo la trayectoria del Evangelio para que así podamos abrir nuestro corazón a Dios y llenarnos también de Dios. Que el Señor nos conceda a nosotros el don de la oración aprendiendo de santa Teresa.
Que aprendamos a abrir nuestro corazón a Dios desde la humildad y desde el amor. Hagámonos pequeños y sencillos. Vaciemos nuestro corazón de tantos apegos que nos distraen y no dejan lugar a Dios en nuestra vida. Y podremos llenarlo de Dios. Y podremos sentir su paz y su consuelo. Y así iremos creciendo más y más en ese camino espiritual de santidad que hemos de recorrer; un camino donde nos vamos apartando del mal, venciendo toda tentación, alejándonos de todo peligro; un camino donde iremos creciendo más y más en ese conocimiento de Dios, del Dios que se nos revela allá en lo secreto del corazón. Y nos sentiremos entonces fuertes para lo que el Señor nos pida.
Que la Sabiduría de Dios nos alimente con el pan de la sensatez, nos dé a beber el agua de la prudencia y alcancemos el gozo y la alegría de tener a Dios siempre en nuestro corazón, como nos decía el libro del Eclesiástico.
Que con la intercesión de santa Teresa se encienda en nosotros del deseo de la verdadera santidad caminando ese camino de perfección que nos lleve cada día a estar más cerca de Dios.

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