Gál. 4, 22-23.26-27.31 -5,1;
Sal. 112;
Lc. 11, 29-32
Como se va haciendo una lectura continuada del evangelio, en este caso de san Lucas, los textos escuchados en días precedentes tienen una íntima relación de continuidad con el que hoy se ha proclamado. En días pasados hemos visto distintas reacciones ante Jesús, desde quienes le achacaban de forma blasfema, decíamos, su poder para expulsar demonios al poder del príncipe de los demonios, pasando porque quienes siempre estaban pidiendo signos extraordinarios del cielo para creer en Jesús, hasta aquella gente sencilla como aquella mujer anónima que prorrumpió en bendiciones y alabanzas para la madre de Jesús.
Escuchamos, entonces, por una parte la bienaventuranza de Jesús para quienes escuchan la Palabra y la cumplen plantándola en su corazón y en su vida, pero también el que tenemos que decidirnos de forma rotunda por seguir a Jesús. ‘Quien no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama’.
El texto de hoy es una invitación a creer en Jesús a reconocer sus obras y su autoridad, su sabiduría y la luz que es para nuestra vida. ‘Piden signos y no se les dará más signo, que el signo de Jonás’. El profeta Jonás que, aunque en principio no quería ir a Nínime a anunciar el mensaje que Dios le decía, sin embargo cuando, tras todas las incidencias por las que tuvo que pasar que también son signo en algunas cosas de Jesús, por fin predica en Nínive, los ninivitas escucharon y creyeron en las palabras del profeta y se convirtieron al Señor haciendo penitencia.
‘Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación’, les dice Jesús. ‘Ellos se convirtieron con la predicación de Jonás y aquí hay uno que es más que Jonás’. Allí está Jesús, el Hijo de Dios, nuestro Salvador, el que murió y resucitó por nosotros al tercer día. Recordamos también cómo Jonás estuvo tres días en el vientre del cetáceo y al final vivo y salvo fue a cumplir su misión profética. Pero nosotros creemos en Jesús, el Señor, resucitado de entre los muertos, como nos decía ayer san Pablo, ‘éste ha sido mi evangelio por el que sufro hasta llevar cadenas, pero la palabra de Dios no está encadenada’.
Les recuerda Jesús a la Reina del Sur ‘que vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón’. A Salomón el Señor le concedió el espíritu de sabiduría para gobernar a su pueblo y fue la admiración de todos. Pero nosotros creemos en Jesús, verdadera Sabiduría de Dios, porque es la Palabra viva de Dios que se ha encarnado, se ha hecho hombre, y es el que en verdad puede darnos a conocer todos los misterios de Dios.
Recordemos lo que nos dice en otros lugares del evangelio. ‘A Dios nadie lo ha visto jamás; sólo el Hijo único del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer… nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo da a conocer’.
Vayamos, pues, hasta Jesús. Creamos firmemente en El. Pongámonos en silencio ante El para dejar que penetre hondamente dentro de nosotros y podamos conocerle y vivirle. Abramos nuestro corazón con humildad haciéndonos pequeños y sencillos para que podamos conocer a Dios, porque Dios, su sabiduría, sólo se manifiesta a los pequeños y a los sencillos.
Pidamos, pues, que nos conceda ese espíritu de Sabiduría para conocerlo, para saborear todos los misterios de Dios. Algunas veces podamos sentirnos desbordados por tanto misterio pero tengamos la certeza de que El quiere dársenos a conocer, quiere llenarnos de su Espíritu para que no sólo lo conozcamos, podíamos decir, de una forma intelectual, sino para que lleguemos a ese conocimiento más profundo que es vivirle. Démosle gracias a Dios por el don de la fe.
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