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miércoles, 13 de octubre de 2010

Resplandezcamos con los frutos del Espíritu

Gál. 5, 18-25;
Sal. 1;
Lc. 11, 42-46

‘Por sus frutos los conoceréis…’ nos dice Jesús en el sermón del monte. ‘Todo árbol bueno da frutos buenos; todo árbol malo da frutos malos… y el árbol que no da fruto es cortado y arrojado al fuego. Por los frutos los conoceréis’ (Mt. 7. 16-20).
He querido recordar en esta reflexión este texto del evangelio de Mateo por lo que nos dice san Pablo hoy en la carta a los Gálatas, en la que nos habla de los frutos de la carne y de los frutos del Espíritu. Bien nos viene recordarlo porque a la larga es un invitarnos a preguntarnos cuáles son los frutos que nosotros damos. Y por los frutos se conoce el árbol, por los frutos se nos reconocerá.
Por eso nos dirá Pablo que ‘los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Y si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu’. Los que somos de Cristo, y a El nos hemos unido desde nuestro Bautismo por nuestra fe en El, hemos dado muerte en nosotros a lo malo, a lo que lleva al pecado.
Somos de Cristo, somos criaturas nuevas, hemos dado muerte al hombre viejo del pecado en el Bautismo que es un unirnos a Cristo en su muerte y resurrección; en nosotros, pues, ha nacido el hombre nuevo, el de la gracia. Hemos muerto con Cristo para con Cristo renacer a una vida nueva. ¿Qué significa la muerte de Cristo sino una victoria sobre la muerte y el pecado? Para eso murió Cristo, para liberarnos del pecado. ¿No decimos para salvarnos? ¿En qué pues se ha de manifestar esa salvación en nosotros sino en esa vida nueva?
Pero es ahí donde surge la pregunta. ¿En verdad vivimos como hombres nuevos? ¿vivimos como quienes hemos sido ya salvados y liberados por Cristo ya de una vez para siempre del pecado? ‘Por sus frutos los reconoceréis’, que recordábamos al principio. Por los frutos se nos reconocerá.
Es en lo que tenemos que mirarnos y lo que es nuestra lucha de cada día. Una lucha, un combate, porque el enemigo acecha y quiere hacer que volvamos a caer en el pecado y en la muerte. Es la vigilancia de la que nos habla continuamente el evangelio y en la que tantas veces hemos reflexionado.
Nos habla Pablo hoy de las obras de la carne, las obras del mal y del pecado que pueden seguir siendo una tentación para nosotros. Habla a los Gálatas de cosas concretas que él veía como peligros en aquella comunidad rodeada por un mundo pagano y lleno de vicios, pero que puede seguir siendo para nosotros también un peligro concreto en este mundo nuestro en que vivimos. ‘Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo’. Fijémonos si no son también cosas que hay en nuestro entorno. Sería una buena pauta para un examen de conciencia.
Pero nos habla de los frutos que hemos de dar, los frutos del Espíritu. ‘Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí’. Cuánta falta nos hace que resplandezcamos por estas cosas. Qué hermosa y distinta sería nuestra vida, nuestra convivencia, nuestras relaciones entre unos y otros. Hundamos las raíces de nuestra vida en el agua de la gracia para ser como ‘el árbol plantado al borde de la acequia que da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas’, como dice el salmo.
Cuidemos también de no caer en el fariseísmo y la hipocresía, la apariencia y los sueños de grandeza, que Jesús denuncia en el evangelio hoy.

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