Queremos
caminar con Jesús escuchando sus palabras; no tememos subir con El a Jerusalén
aunque eso signifique meternos en el misterio de la pascua
Zacarías 2, 5-9. 14-15c; Sal.: Jr.
31,10-13; Lucas 9,43b-45
Hay cosas que no nos gusta escuchar.
Como solemos decir no nos gusta que nos digan la verdad; que nos señalen
claramente lo que estamos haciendo si es correcto o no, por ejemplo. Pero
aparte de esas correcciones en las que nos puede faltar humildad para
escucharlas, hay también muchas otras cosas que nos gusta escuchar.
Nos gusta en ocasiones la rutina de
cada día, porque así hacemos menos esfuerzo, o bien nos acomodamos a unas
situaciones en que las cosas nos parecen que marchan bien, pero cuando nos
dicen que las cosas pueden cambiar, que lo que ahora nos parece tan claro se
nos puede volver oscuro, o en ese camino que queremos hacer donde todo queremos
que nos salga bien y parece que vamos triunfando cada día más, el que nos
recuerden que somos frágiles y que nos pueden aparecer cosas en la vida que nos
cambien esos triunfalismos por momentos más oscuros, no queremos escucharlo.
Nos cuesta afrontar la realidad de la
vida en la que siempre no todo es tan brillante, o en la que como consecuencia
de lo que hacemos, incluso del compromiso bueno que queremos ir realizando
podemos encontrar oposición, desencuentros, o situaciones en las que parece que
todo se nos va de las manos.
Cuando emprendemos un camino de
compromiso aunque en principio nos puede parecer todo bonito y que vamos
encontrando buenas respuestas, tenemos que ser conscientes de que el bien va a
encontrar siempre oposición, porque aquello bueno y justo que nosotros
emprendemos puede desestabilizar a otros que viven en sus rutinas o sus viejas
costumbres y lo nuevo que nosotros ofrecemos quizá ya no les agradará tanto
porque hará que muchas cosas cambien. Ese camino bueno que nosotros emprendemos
tiene también sus cuestas bien empinadas que se llenan de dificultades y nos
puede exigir quizá también grandes sacrificios para poderlo lograr. Y no podemos
perder la paz en el corazón, y tenemos que afrontarlo todo con todas sus
consecuencias, porque tenemos que sentirnos seguros de nuestras metas, de
aquello que queremos alcanzar.
Hoy Jesús quiere dejárselo muy claro a
los discípulos. Ya el evangelista comienza presentándonos un panorama bonito
porque habla de la admiración general por lo que Jesús hacía. Eran muchos, es
cierto, los que le aclamaban, los que iban en su búsqueda, los que se quedaban
alabando a Dios al contemplar las cosas que Jesús hacía, sentían admiración por
sus palabras y enseñanzas porque aparecía un mundo nuevo que les llenaba de
esperanza.
Pero en medio de todo eso Jesús quiere
aclarar bien las cosas con sus discípulos más cercanos, porque todo aquello
puede cambiar. ‘Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre
va a ser entregado en manos de los hombres’. Aquellas palabras los
descolocaban; si todo iba tan bien, cómo es que Jesús va a ser entregado en
manos de los gentiles. No entendían aquellas palabras ni querían entenderlas.
Les daba miedo incluso preguntarle, porque si Jesús estaba diciendo esto era
por algo y no querían confirmaciones de algo que no les agradaba. Como nos pasa
a nosotros tantas veces.
‘Les resultaba tan oscuro, que no
captaban el sentido, y les daba miedo preguntarle sobre el asunto’. Hay también temores que se nos meten en el alma. No
siempre terminamos de comprender toda la profundidad del evangelio, de las
bienaventuranzas que Jesús nos propone, del camino de superación que cada día
hemos de vivir y que por eso nos habla de tomar la cruz, de negarnos a nosotros
mismos, de ser capaz de venderlo todo para tener un tesoro en el cielo. Nos
resultan palabras muy bonitas, pero que no somos capaces de llevarlas a la
realidad de la vida de cada día, de ponerlas en práctica, y seguimos edificando
sobre arena en lugar de hacer sobre roca firme; queremos confiar más en
nosotros mismos y en lo que por nosotros somos capaces de hacer que tener la
disponibilidad del que va solo con un manto y con el bastón pero sin ningún
tesoro en el bolsillo.
No tengamos miedo al evangelio y a las
exigencias que va a comportar para nuestra vida, aunque en algún momento el
camino se nos vuelva oscuro o nos exija sacrificios. Queremos caminar con Jesús
y queremos escuchar sus palabras; queremos caminar con Jesús y no tememos subir
con El a Jerusalén aunque eso signifique meternos en el misterio de la pascua.