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viernes, 24 de septiembre de 2021

Hay respuestas que tenemos que elaborar por nosotros mismos traduciéndolo a nuestra forma de vivir, así tiene que ser siempre nuestra respuesta de fe

 


Hay respuestas que tenemos que elaborar por nosotros mismos traduciéndolo a nuestra forma de vivir, así tiene que ser siempre nuestra respuesta de fe

Ageo 2, 1-9; Sal 42;  Lucas 9,18-22

A veces hay preguntas a las que nos cuesta responder. Tenemos que definirnos, tenemos que aclararnos, con nuestra respuesta vamos a manifestar de qué lado estamos, en ocasiones no tenemos las cosas claras y preferimos mirar para otro lado, hacernos sordos a esas preguntas que nos comprometen, dar largas con respuestas vagas, o acaso responder con lo que nos parece que es la respuesta de que quien nos pregunta y que le agradaría encontrar en nuestros labios. Pero al final terminamos no definiéndonos.

¿Cobardía? ¿Ignorancia y no tener las cosas claras? ¿Escurrir el bulto como se suele decir? Mucho de todo esto puede haber, pero puede estar indicando una pobreza de nuestra vida.

Hoy Jesús les plantea unas preguntas serias a los discípulos. O más bien tendríamos que decir que Jesús nos plantea a nosotros unas preguntas serias. Pregunta para empezar porque le cuenten lo que la gente opina de él, pero como quien no quiere la cosa hace la pregunta directa que sí es difícil de responder. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’

Responder comentando lo que dice la gente no es difícil, para eso hay siempre respuestas fáciles, porque además no nos comprometen, porque solo estamos reflejando lo que los otros pueden pensar y en eso no queremos entrar. Pero cuando la pregunta es directa, como la que hace Jesús, no nos podemos poner a mirar para otro lado, sino que tenemos que definirnos. En aquella ocasión les salvó la campana, como se suele decir, les salvó que siempre Pedro se adelanta y sí que dijo cosas interesantes. Claro que cuando luego Jesús les quiso explicar bien lo que significaba la respuesta de fe de Pedro, ya comenzaron a recular y hasta Pedro se pondría a decir que esas cosas a Jesús no le podían pasar; Jesús les había anunciado pasión y muerte, les había hablado del sentido de la Pascua que iban a subir a celebrar a Jerusalén y ellos no querían entender, no entraba eso en el planteamiento de sus vidas.

Hay preguntas que nos hacen pensar. Decía alguien que el que pregunta es porque piensa; en este caso tenemos que decir que es la respuesta que tenemos que dar donde tenemos que manifestar que pensamos de verdad. Y a esa pregunta directa que Jesús nos está haciendo en el hoy y ahora que estamos escuchando su Palabra no nos vale responder con respuestas del catecismo aprendidas de memoria. Bien que recordamos los mayores como teníamos que aprendernos de memoria, al pie de la letra, el catecismo para que siempre pudiéramos responder con las palabras acertadas. Pero podían ser solamente palabras aprendidas de memoria; hoy se nos pide que las palabras que pronunciemos, la respuesta que demos sea algo salido del corazón, es más, sea algo de verdad plasmado en nuestra vida.

¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué es Jesús para ti? Es importante que nos planteemos el quien o el qué, porque en eso puede estar lo que nosotros realmente vivamos. Es quien, pero es el qué de cómo nosotros lo vivimos. Es el quien que se tiene que hacer vida en nosotros. No son solo palabras bonitas lo que se nos pide, sino unas actitudes nuevas, una vida nueva, un sentido de vivir, un compromiso real con la vida y con los demás, unas vivencias que nos hacen tener unos sentimientos distintos, una mirada distinta, es un nuevo vivir.

Podemos repetir con toda facilidad las mismas palabras de Pedro ‘el Mesías de Dios’, el Cristo, el Hijo de Dios vivo, pero tenemos que preguntarnos y eso cómo se va a traducir en nuestra vida, en nuestros comportamientos, en nuestras actitudes, en la manera de mirar la vida y de mirar a los demás, en nuestros compromisos. Es decir, sí, que es nuestra salvación, que Cristo murió por nosotros, pero tiene que ser luego el vivir esa salvación, porque tenemos una nueva manera de vivir, porque nos dejamos impregnar por el evangelio y eso se va a tener que reflejar en muchas cosas de mi vida. Será comenzar a vivir con toda intensidad todo lo que es el Reino de Dios anunciado por Jesús. No será hacer una bonita confesión de fe con nuestras palabras, mientras en la vida seguimos con nuestras rutinas, con nuestras vanidades, con nuestras ambiciones, con nuestros orgullos, con una falsedad de vida.

Y esa respuesta tiene que elaborarla uno por si mismo; soy yo, eres tú el que tienes que traducirlo a tu manera de vivir. No cubrimos nuestra vida con palabras bonitas, sino que nos impregnamos desde lo más hondo de la profundidad de la vida de Jesús.

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