Valoremos
la función que realiza cada persona en igual dignidad que todos y tengamos
siempre un corazón abierto y acogedor que abra las puertas a la misericordia
Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mateo 9, 9-13
No todos en la vida son albañiles, ni
todos son maestros, unos serán arquitectos y otros serán agricultores, cada uno
tiene su función, cada uno tiene su lugar, no podemos desempeñar todos el mismo
oficio o función, porque habrían cosas que no se podrían realizar, somos como
un mosaico, cada piedra con su color y su lugar, cada pieza con su función y
con su valor, pero todas son importantes para podernos ofrecer la belleza del
mosaico con sus variados colores, con sus múltiples dibujos, con la riqueza de
sus imágenes.
Podemos pensar en las cualidades y valores
de cada uno, sus capacidades y su técnica; podemos pensar en la conjunción que
entre todos se ha de realizar para el desarrollo de la propia humanidad, de la
propia sociedad, y podemos pensar en la vocación de cada uno. Cada uno según
sus capacidades, según también lo que ha ido recibiendo descubre su lugar, su función,
su vocación, aquello a lo que está llamado, aquello que puede realizar mejor. Y
como una hermosa orquesta compuesta de tan variados instrumentos podrán
ofrecernos la belleza y armonía de su música. Tenemos que descubrir cual es el
instrumento que nos corresponde tocar en esa orquesta de la vida.
Es lo que dentro de la familia
de la Iglesia también tenemos que descubrir y realizar. De ello nos ha hablado
el apóstol en estas lecturas que se nos ofrecen hoy en la fiesta del apóstol y
evangelista san Mateo que hoy celebramos. ‘A cada uno de nosotros se le ha
dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos,
apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y
doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio,
y para la edificación del cuerpo de Cristo…’ Y es aquí donde tenemos que
descubrir cual es nuestra función dentro de la comunidad eclesial.
Mateo era recaudador de
impuestos. Aunque menospreciado por los judíos que a todos los metían en el
saco de los usureros y ladrones, allí desempeñaba su función en la vida. Tendríamos
que pensar en la dignidad de cada trabajo y de cada función; nos podrán
resultar más o menos agradables y somos muy propensos a poner nuestras marcas,
marcar nuestras diferencias, pero hemos de saber tener respeto por el trabajo
que realiza cualquier persona; todos tienen su dignidad, todos tienen su función,
necesaria en el desarrollo de la propia vida de la comunidad. Creo que podría
ser una consecuencia también que dedujéramos para nuestra vida.
Pero un día Jesús al pasar lo
invitó a seguirle. Vemos la prontitud con que lo deja todo con alegría para
seguir a Jesús. ¿Son golpes de gracia repentinos? No podemos negar que la
presencia del Señor impacta y nos llama, aunque no podemos descartar por otra
parte que ya Mateo aunque quizás desde lejos quisiera ser discípulo de Jesús y
en alguna ocasión le habría escuchado planteándole muchos interrogantes en su
corazón. Hoy le vemos dar la respuesta con generosidad y con prontitud.
Tal es la alegría que hará un
banquete en el que participarán los que hasta entonces han sido sus colegas en
su trabajo, pero donde estaba también invitado Jesús y el resto de los discípulos.
Es aquí donde descubrimos también otro mensaje para nuestra vida. por allá
andaban recelosos los puritanos de su tiempo – también ahora hay sus puritanos
que están siempre al tanto de donde puedan hacer su juicio y su condena si las
cosas no son como a ellos les apetece – los fariseos y los escribas que
critican que Jesús coma con publicanos y pecadores.
Jesús que oye la crítica que están
haciendo les replica: ‘No tienen necesidad de médico los sanos, sino los
enfermos. Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificio:
que no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores’. ¿A qué ha venido
Jesús? ¿Qué nos pide de nuestro corazón? ¿Habremos aprendido de verdad lo de ‘misericordia
quiero y no sacrificios’?
Hagamos una Iglesia que sea en verdad
hogar de misericordia. Quitemos de una vez por todas esas lupas con que andamos
mirando la vida de los demás para ver donde está el desliz, donde puedan
aparecer esos motivos que justifiquen nuestros juicios y nuestras intransigencias.
¿Se nos habrá ocurrido pensar que por nuestras intransigencias podemos estar
haciendo sufrir a muchos y muchos no darán el paso adelante en su camino de
conversión porque no encuentran esa acogida llena de misericordia en nosotros?
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