Una lámpara encendida para mantener
viva nuestra fe y nuestra esperanza nos hace vivir un compromiso de amor
Os. 2, 16-17.21-22; Sal. 44; Mt. 25, 1-13
‘A medianoche se oyó una voz: Que llega el esposo, salid a recibirlo.
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus
lámparas…’ Había que tener la lámpara encendida para cuando
llegara el esposo y poder entrar al banquete de bodas. Ya hemos escuchado el evangelio, era
necesario tener suficiente aceite para que se mantuviera la lámpara encendida.
Una imagen muy significativa
la de la lámpara encendida. Vamos a ponernos, aunque fuera virtualmente como
ahora se dice, delante de la lámpara encendida para ver cuánto nos puede decir.
De entrada podríamos decir, al hilo de las circunstancias de la parábola, que
es la imagen de una espera, de una esperanza; mientras esperaban al esposo,
como signo de que en verdad estaban preparadas para iluminar primero el camino
y luego la sala del banquete, había de tenerse la lámpara encendida. Cuántas
esperanzas nos mantienen despiertos pero con la lámpara encendida se disipan
las oscuridades de las dudas e incertidumbres; se mantiene viva la esperanza y
se superan las congojas y angustias que nos pudieran aparecer, porque esperamos
que quien venga nos puede ofrecer algo nuevo y distinto, algo mejor.
Con la lámpara encendida no
nos podemos dormir porque hemos de estar vigilantes para recibir al que llega,
pero vigilantes también para que no se apague manteniendo siempre el necesario
combustible que la mantenga encendida.
Esa lámpara encendida es luz
que ilumina, que nos hace vernos pero que nos hace ver con un brillo o una
claridad distinta cuanto no rodea; nos ayuda a conocernos y comprender lo que
somos y nos hace descubrir quizá la tarea que tenemos que realizar; no solo
constatamos la realidad de cuanto nos rodea, también quizá en lo crudo de sus
carencias o limitaciones, al tiempo que nos abre caminos de compromiso que nos
llevan a la acción, a ver lo que tenemos que hacer, a intentar quizás que las
cosas sean distintas y mejores.
¿Será la luz de la fe? ¿Será
la luz de la Palabra que nos descubre el misterio de Dios y lo que es la
grandeza de nuestra vida? ¿Cómo podemos avivar esa luz que no se apague nunca e
ilumine siempre con un sentido nuevo y luminoso nuestra vida?
Esa lámpara encendida puede
ser un punto de encuentro, una referencia para que vayamos los unos al
encuentro de los otros y aprendamos a conocernos y a caminar juntos; esa
lámpara encendida nos hace salir de nosotros mismos para no vivir ensimismados
en nuestro yo y nos haga comprender la riqueza que encontramos en los otros y
la riqueza que encontramos cuando caminamos juntos porque así nos apoyamos, así
nos motivamos los unos a los otros, así nos sentimos estimulados a crecer y madurar
en nuestras mutuas relaciones que habrán de ser distintas porque esa luz nos
une, esa luz crea unos lazos de comunión entre los unos y los otros.
¿Será la luz del amor que
nos caldee los corazones para comenzar a amarnos con un amor nuevo y distinto?
¿Dónde podemos encontrar ese combustible que mantenga la lámpara encendida pero
también vivo el calor del amor en nuestro corazón?
Es la lámpara encendida que
nos hace profundizar para mirar allá en lo más hondo de nuestro ser, pero que
también nos hace mirar a lo alto y también más allá de lo presente o de lo que
puedan ver nuestros ojos materiales en una profundidad que nos dará
trascendencia porque ya no nos quedamos solo en el momento presente, sino que
no da una visión de futuro, una visión de eternidad donde podamos alcanzar la
plenitud total. Es la luz de la Sabiduría de Dios que hemos de prender en
nuestra vida y que nos dará un conocimiento nuevo y distinto.
Es la luz que despierta en
nosotros ansias de futuro y de vida sin fin; es la luz que nos eleva hasta Dios
pero que al mismo tiempo nos hará ver a Dios a nuestro lado, en nuestro mismo
camino, queriendo venir a habitar en nosotros y en nuestro corazón e
invitándonos a ir hasta El para que con El habitemos y con El participemos del
Banquete de las Bodas eternas.
Pero, ¿no será la luz que en
nuestra vida hemos de prender para que al mismo tiempo seamos nosotros también
luz para iluminar a los demás? No olvidemos que somos invitados a ser luz del
mundo y sal de la tierra.
Muchas cosas nos puede sugerir
esa lámpara encendida ahí delante de nuestros ojos, pero también se convierte
en una exigencia para nosotros de no dejarla apagar, de mantenerla siempre
encendida. ¿Dónde y cómo podemos alimentarla? Lo maravilloso es que Aquel a
quien esperamos y que es la razón para que la mantengamos encendida, se
convierte también en Aquel que alimenta esa luz, en la medida en que
permanezcamos unidos a El.
Que no se nos apague nunca
esa luz; que no nos apartemos jamás de El, porque El es la verdadera Luz y sin
el nosotros no podremos ser luz ni podremos mantener encendida nuestra luz.