¿Nos gustaría decir también como Pedro ‘qué hermoso es estar aquí’?
2Pd. 1, 16-19; Sal. 96; Mt. 17, 1-9
¿Nos gustaría decir también como Pedro ‘qué hermoso es estar aquí’? Decir de
entrada que ojalá ése fuera nuestro sentimiento y nuestro deseo cuando venimos
a celebrar la Eucaristía. ¿Puede haber algo más hermoso y más grandioso? Por ahí
podríamos seguir haciéndonos hermosas consideraciones.
En otra ocasión del momento litúrgico escuchamos - se
nos proclama - este mismo texto del Evangelio. Siempre en el segundo domingo de
Cuaresma, diferente según el evangelista, en cada uno de los tres ciclos,
escuchamos el relato de la Transfiguración.
Entonces, como expresábamos en la liturgia de aquel día
se nos quería mostrar ‘que la pasión es
el camino de la resurrección’. En la inminencia de la celebración de la
Pascua se nos proponía ese evangelio, igual que Jesús en la medida en que iba anunciándoles
su pasión y muerte cercana se les transfiguró en lo alto del Tabor para
fortalecer la fe de los apóstoles y sobrellevasen el escándalo de la cruz.
Cuarenta días nos faltan ahora para la celebración de
la exaltación de la Santa Cruz el catorce de septiembre, y la liturgia con el
mismo sentido nos propone hoy esta fiesta de la Transfiguración del Señor. Ya
hemos escuchado el relato del evangelio; ‘Jesús
que tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó aparte a una
montaña alta’. En el Tabor, una montaña de gran significado en la historia
de Israel en medio de las llanuras de Galilea la tradición ha situado siempre
esa montaña alta de la que habla el evangelista. Jesús se los llevó a orar y ‘se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz’.
Es entonces, cuando aparecen Moisés y Elías conversando
con Jesús, cuando Pedro entusiasmo exclama,
como le hemos escuchado: ‘¡qué
hermoso es estar aquí!’. Se olvida de si mismo y de sus compañeros, sólo
piensa en lo que está contemplando que quiere que dure para siempre. Esta
dispuesto a hacer un altar o un templo, levantar tres chozas o lo que haga
falta; pero que aquello no se acabe. Y se oye la voz del Padre que desde la
nube que los envolvía les decía: ‘Este es
mi Hijo, el amado, el predilecto. Escuchadle’. Aunque se llenan de temor al
oír la voz del cielo, allí está Jesús y con Jesús siempre la paz: ‘Levantaos, no temáis’.
¿Qué sentido nos quiere dar la liturgia, entonces, a
esta nueva celebración de la Transfiguración del Señor? Siempre todas nuestras
celebraciones cristianas son una celebración y una proclamación de nuestra fe.
No lo podemos olvidar. Celebramos el misterio de Cristo y estamos celebrando
nuestra fe, gozándonos de nuestra fe, dándole gracias y gloria al Señor por esa
fe que profesamos. Pero al tiempo que la celebramos la proclamamos; al tiempo
que la celebramos y la proclamamos alimentamos también nuestra fe. Como recordábamos
antes ‘fortaleció la fe de los apóstoles’,
fortalece nuestra fe. Bien que lo necesitamos en medio del mundo de
turbulencias en que vivimos.
Pero más cosas podemos ver y aprender, por así decirlo,
en nuestra celebración de hoy. Contemplando a Cristo transfigurado estamos
contemplando la gloria a la que estamos llamados. En la transfiguración de Jesús
se está prefigurando de forma maravillosa, como expresábamos en la oración
litúrgica, nuestra perfecta adopción como hijos de Dios desde nuestro bautismo.
Tiene también en esta ocasión la celebración de la Transfiguración del Señor un
hondo sentido pascual; nos recuerda nuestro bautismo; nos recuerda la
transfiguración que se realiza en nuestra vida por la acción del Espíritu Santo
que nos hace partícipes de la vida divina, nos hace hijos de Dios.
Es una invitación a la transfiguración de nuestra vida
a imagen de Cristo; es una invitación a que vivamos para siempre purificados de
nuestros pecados y resplandezca entonces en nosotros la gloria del Señor. Es
una invitación a la santidad. ‘Cuando se
manifieste Cristo, decía san Juan en sus cartas en un texto que se utiliza
como antífona también en esta fiesta, seremos
semejantes a El, porque le veremos tal cual es’, nos llenaremos de su
gloria y de su resplandor.
Recordemos que cuando Moisés bajó de la montaña después
de haber visto cara a cara a Dios, venía con su rostro resplandeciente, de
manera que se lo cubría con un velo porque aquel resplandor hería los ojos de
los israelitas. Así resplandecía de Dios; así tenemos nosotros que resplandecer
de Dios.
Vivamos con intensa alegría y gozo en el alma esta
fiesta de la Transfiguración del Señor. Pero no olvidemos a lo que estamos
llamados. Es una invitación a la santidad, a transfigurarnos en Cristo y con
Cristo, a alentar la esperanza de la Iglesia porque nos revela en si mismo la
claridad con que un día, por toda la eternidad, ha de brillar todo el cuerpo de
Cristo que es la Iglesia.
‘¡Qué hermoso es estar
aquí!’, decía san
Pedro contemplando la transfiguración del Señor. ‘¡Qué hermoso es estar aquí!’ tenemos que decir nosotros cuando
vivimos con toda intensidad nuestra celebración porque también contemplamos la
gloria del Señor. Pero es también con lo que un día tendríamos que exclamar en
el cielo contemplando y gozando de la gloria del Señor por toda la eternidad. ‘¡Qué bien se está aquí!’ ¡Cuántos
deseos de cielo tendría que haber en nuestra alma!
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