Dios nos dé un corazón humilde y agradecido como el
de María
Gál. 4, 4-7; Sal. 112; Lc. 2, 1-7
Popularmente
esta fiesta de la Virgen en el cinco de agosto es la fiesta de la Virgen de las
Nieves; más en nuestra tierra que no solo la tiene como patrona en la isla de
La Palma sino también en otras localidades se venera a la Virgen con esta
advocación de las Nieves. Litúrgicamente sabemos que es la fiesta de la
Dedicación de una de las Basílicas papales o mayores de Roma que es Santa María,
la Mayor, hermosísima Basílica situada en una de las siete colinas de Roma, en el
Monte o Colina del Esquilino.
¿Por qué
este nombre o esta advocación con la que invocamos a la Madre de Dios como
Virgen de las Nieves? Tenemos que hacer referencia precisamente a lo que es el
título de la fiesta litúrgica de la Dedicación de la Basílica de Santa María,
la Mayor y a los orígenes casi legendarios de la construcción de la primitiva
Iglesia, que precisamente hace referencia a la nieve.
Un noble
matrimonio romano, en el siglo IV, que era muy generoso con sus limosnas para
atender a los necesitados, queriendo dar el mejor uso a sus riquezas recibieron
en un sueño el encargo de levantar un templo a la Virgen María en aquel lugar
que apareciera a la mañana con un manto de nieve. Era el amanecer de un cinco
de agosto en medio del bochornoso verano de Roma cuando apareció precisamente
ese manto de nieve en el monte Esquilino. Allí se edificó la primitiva Iglesia,
que luego tras el Concilio de Éfeso, ya en el siglo V, en que se proclamó a la
maternidad divina de María, el Papa Sixto III dedicaría en ese lugar lo que se
considera la primera Iglesia de Occidente dedicada a María, la Madre de Dios,
la Basílica de santa María, la Mayor, como hoy se conoce. Ahí tenemos, reseñado
brevemente, el origen de la Advocación de la Virgen de las Nieves dedicado a María,
la Madre de Dios.
Queremos,
pues, nosotros en esta fiesta tan hermosa de la Virgen y que tanta devoción
despierta en el pueblo cristiano, cantar las glorias del Señor con María
recogiendo el espíritu del cántico de María, con el que ella también quería dar
gloria al Señor que había querido fijarse en la humildad de la que se
consideraba la esclava del Señor para elegirla como su Madre.
Desborda
de gozo el corazón de María, porque aunque se siente pequeña y así pequeña y
humilde quiere ella presentarse delante del Señor, sin embargo reconoce las
maravillas que el Señor ha hecho en ella. ‘El
Poderoso ha hecho en mi cosas grandes’, reconoce María, y por eso bendice
el santo nombre de Dios. La humildad de María no la anula y la hace esconderse,
sino precisamente en nombre de esa humildad reconoce la grandeza de las obras
de Dios en ella.
Se siente
instrumento en las manos de Dios que va a derramar su misericordia y su bondad
sobre todos los hombres. Ella solamente ha dicho ‘sí’ y se ha puesto en las
manos de Dios, pero sabe María cómo Dios quiere contar con ella, y por eso ella
abre su corazón a Dios para servir de cauce de esa gracia divina que se va a
derramar sobre todos los hombres.
Reconoce María
que todos los hombres, de todas las generaciones en ella y con ella se van a
alegrar, pero siente que aunque todos la van a llamar bendita, las bendiciones
son para Dios, porque Dios es el que obra maravillas y es de Dios de donde
proviene toda gracia para hacer presente su misericordia con todos los hombres,
que va a hacer posible un mundo nuevo y distinto donde todo se va a transformar
y las escalas de valores van a ser distintas, porque no serán los que se creen
poderosos y ricos los que van a ser considerados importantes, sino los pequeños
y los humildes van a ser ensalzados y los hambrientos van a ver saciados y
satisfechos los deseos más profundos del corazón.
Cuando hoy
cantamos a Dios con María utilizando su mismo cántico de alabanza y de acción
de gracias nosotros estamos queriendo también aprender de María. Es de su
humildad generosa y agradecida de la que tenemos que impregnar nuestro corazón
y nuestra vida; no para escondernos y anularnos porque nos sentimos pequeños,
sino que nos sentimos pequeños porque reconocemos que lo que somos se lo
debemos al Señor que así nos ha enriquecido con sus dones y con sus valores.
Nunca la
humildad puede anularnos, como tampoco podemos decir que vivimos humildes en la
apariencia llenando de orgullo el corazón; la humildad nos hará reconocer
precisamente esos dones que nos ha regalado el Señor pero para hacerlos
fructificar, porque todo ha de ser siempre para el bien común dando así gloria
al Señor. El guardarnos para sí esos dones pudiera convertirse en un orgullo
solapado de humildad y con eso no agradaríamos al Señor. La gloria del Señor
está en que esas gracias que hemos recibido del Señor las empleemos como hizo María
en la preocupación y en el servicio a los demás. ¡Cuánto podemos aprender de María!
Damos
gracias a Dios por María, por ese Sí de María que la hizo la Madre del Señor;
por ese sí de María expresión de un corazón abierto a Dios, pero abierto también
siempre a los demás; ojalá aprendamos de María y así sea nuestro corazón
siempre abierto a Dios y con esa humildad generosa y agradecida como ella tuvo,
para saber con ella cantar siempre la gloria del Señor.
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