Por la revelación del Padre del cielo en nuestro corazón podremos llegar en verdad a conocer el misterio de Jesús
Jer. 31,31-34; Sal.50; Mt. 16, 13-23
Para llegar a un verdadero conocimiento de Jesús no nos
es suficiente ni lo que le podamos oír decir a la gente ni simplemente dejarnos
llevar por una apreciación muy subjetiva de lo que a mi parece que es o que
debiera ser. Esto que nos vale en nuestra mutua relación con aquellos que
convivimos o con los que nos relacionamos
humanamente en el día a día, con mucho mayor razón tenemos que decirlo
del conocimiento de Jesús que tiene mucha mayor trascendencia para nuestra vida
el llegar a conocer el misterio de su ser.
Mucho podríamos comentar en este sentido cuando
pretendemos conocer a las personas por los chismes que otros puedan traernos de
ellas, como tampoco podemos encajarlas en lo que a mi me parece que son desde
una observación externa y subjetiva o lo que yo desearía que fueran. Y ya
sabemos que somos muy fáciles a los juicios y a los prejuicios, a encasillar a
las personas porque decimos no son como nosotros, y ya sabemos cómo nos va.
Pero vayamos a lo que es un auténtico conocimiento de
Jesús y que es lo que ahora nos estamos planteando. Las gentes que le
escuchaban y que le seguían y hasta los mismos discípulos más cercanos ya se
iban haciendo una idea de Jesús muchas veces también desde lo que eran los
deseos de su corazón o desde las esperanzas que su presencia suscitaba en
ellos. Jesús viene a hacer como una encuesta, pues les pregunta a los discípulos
más cercanos qué es lo que piensa la gente de El. ‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?’
En la medida en que vamos recorriendo el evangelio
vemos cómo la gente se admira de sus enseñanzas y de sus milagros, de la
autoridad y libertad con que actúa y del poder con que se manifiesta. Muchas
llegarían a decir que era una visita de Dios; pero aún así se quedaban con la
idea de que era un profeta distinto y poderoso, porque los profetas a lo largo
de los tiempos así se habían manifestado como la voz de Dios que les hablaba,
corrigiendo o señalando caminos.
En ese sentido van las respuestas que le dan los
discípulos. ‘Unos que Juan Bautista,
otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas’. Cercana tenían
la presencia del Bautista, del que Jesús podía aparecer como una continuación,
no en vano Juan había preparado sus caminos; pero por el poder y autoridad con
que se manifiesta podían recordar a grandes profetas como Elías, que era
paradigma de todos los profetas o como Jeremías. Y claro nos preguntamos, al
hilo de lo que decíamos al principio, ¿era eso Jesús tal como la gente decía?
Ahora la pregunta es más directa a ellos y será Pedro
el que se adelante a responder. ‘Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?... Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo de
Dios’. Aquí hay una respuesta más certera, porque en verdad era el Mesías
Salvador, el enviado de Dios, el Hijo del Dios vivo, como ya incluso habían
escuchado la voz del cielo allá en el Jordán o en el Tabor, como lo escuchamos
nosotros ayer.
Pero ¿Pedro por sí mismo podía haber llegado a esa
revelación? Ese mismo Pedro que ahora hace afirmación tan brillante y tan
tajante, cuando Jesús a continuación comience a hablar de que tenía que subir a
Jerusalén donde iba a ser entregado por parte de los ancianos, sacerdotes y
escribas e iba a ser ejecutado, ya no entiende que a Jesús le pueda pasar todo
eso y tratará de quitarle la idea de su cabeza. Tiene otra idea del mesianismo
de Jesús. Será Jesús el que le diga que se aparte de El porque está haciendo de
tentador.
Ahora será el Pedro que hable por sí mismo, porque lo
que a él le parecía que no le podía pasar a Jesús y lo que él quisiera que
fuera el sentido del mesianismo de Jesús era lo que estaba expresando y
entonces no manifestará que conozca bien a Jesús. Si antes había llegado a
aquella afirmación tan hermosa, no era por sí mismo, sino por la revelación de
Dios. ‘Dichoso, Simón, le dirá Jesús, porque eso no te lo ha revelado nadie de
carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’.
Llegar a conocer a Jesús no será algo que dependa de
nosotros mismos o solo de lo que otros nos puedan decir; para llegar a conocer
a Jesús de verdad tenemos que abrir nuestro corazón al misterio de Dios que se
nos revela allá en lo más hondo de nosotros mismos. Es el Padre del cielo el
que nos lo revela, quien se nos da a conocer. Para eso infunde en nosotros al
Espíritu Santo, al Espíritu de Sabiduría y Entendimiento que será el que nos lo
revele todo y el que nos va a ayudar a descubrir ese misterio de Dios.
Nos pueden ayudar a conocer a Dios quienes están a
nuestro lado, es cierto, porque somos herederos de una tradición cristiana, y
será en el seno de la Iglesia donde tenemos el contenido de esa revelación y
con la asistencia del Espíritu divino ese magisterio de la Iglesia nos ayudará
a ese conocimiento de Dios. Pero nuestro corazón se tiene que abrir a ese
actuar de Dios, a ese revelación de Dios que se irá produciendo en nuestros
corazones, no para creer en Dios a mi manera o en las cosas que a mi me parezca
o simplemente por lo que otros digan, sino para dejarnos conducir por el Espíritu
divino que nos conducirá a la verdad plena.
Fijémonos que en el mismo momento en que Pedro hace esa
hermosa confesión de fe que Jesús le dice que es una revelación del Padre en su
corazón, Jesús constituye a Pedro en piedra fundamental de la Iglesia dándole
las llaves del Reino de los Cielos, para que nos confirme en esa fe. Es la
Iglesia la que nos va a ayudar a discernir esa revelación del misterio de Dios
en nuestro corazón por la fuerza y la sabiduría del Espíritu.
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