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jueves, 7 de agosto de 2014

Por la revelación del Padre del cielo en nuestro corazón podremos llegar en verdad a conocer el misterio de Jesús

Por la revelación del Padre del cielo en nuestro corazón podremos llegar en verdad a conocer el misterio de Jesús

Jer. 31,31-34; Sal.50; Mt. 16, 13-23
Para llegar a un verdadero conocimiento de Jesús no nos es suficiente ni lo que le podamos oír decir a la gente ni simplemente dejarnos llevar por una apreciación muy subjetiva de lo que a mi parece que es o que debiera ser. Esto que nos vale en nuestra mutua relación con aquellos que convivimos o con los que nos relacionamos  humanamente en el día a día, con mucho mayor razón tenemos que decirlo del conocimiento de Jesús que tiene mucha mayor trascendencia para nuestra vida el llegar a conocer el misterio de su ser.
Mucho podríamos comentar en este sentido cuando pretendemos conocer a las personas por los chismes que otros puedan traernos de ellas, como tampoco podemos encajarlas en lo que a mi me parece que son desde una observación externa y subjetiva o lo que yo desearía que fueran. Y ya sabemos que somos muy fáciles a los juicios y a los prejuicios, a encasillar a las personas porque decimos no son como nosotros, y ya sabemos cómo nos va.
Pero vayamos a lo que es un auténtico conocimiento de Jesús y que es lo que ahora nos estamos planteando. Las gentes que le escuchaban y que le seguían y hasta los mismos discípulos más cercanos ya se iban haciendo una idea de Jesús muchas veces también desde lo que eran los deseos de su corazón o desde las esperanzas que su presencia suscitaba en ellos. Jesús viene a hacer como una encuesta, pues les pregunta a los discípulos más cercanos qué es lo que piensa la gente de El. ‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?’
En la medida en que vamos recorriendo el evangelio vemos cómo la gente se admira de sus enseñanzas y de sus milagros, de la autoridad y libertad con que actúa y del poder con que se manifiesta. Muchas llegarían a decir que era una visita de Dios; pero aún así se quedaban con la idea de que era un profeta distinto y poderoso, porque los profetas a lo largo de los tiempos así se habían manifestado como la voz de Dios que les hablaba, corrigiendo o señalando caminos.
En ese sentido van las respuestas que le dan los discípulos. ‘Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas’. Cercana tenían la presencia del Bautista, del que Jesús podía aparecer como una continuación, no en vano Juan había preparado sus caminos; pero por el poder y autoridad con que se manifiesta podían recordar a grandes profetas como Elías, que era paradigma de todos los profetas o como Jeremías. Y claro nos preguntamos, al hilo de lo que decíamos al principio, ¿era eso Jesús tal como la gente decía?
Ahora la pregunta es más directa a ellos y será Pedro el que se adelante a responder. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?... Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios’. Aquí hay una respuesta más certera, porque en verdad era el Mesías Salvador, el enviado de Dios, el Hijo del Dios vivo, como ya incluso habían escuchado la voz del cielo allá en el Jordán o en el Tabor, como lo escuchamos nosotros ayer.
Pero ¿Pedro por sí mismo podía haber llegado a esa revelación? Ese mismo Pedro que ahora hace afirmación tan brillante y tan tajante, cuando Jesús a continuación comience a hablar de que tenía que subir a Jerusalén donde iba a ser entregado por parte de los ancianos, sacerdotes y escribas e iba a ser ejecutado, ya no entiende que a Jesús le pueda pasar todo eso y tratará de quitarle la idea de su cabeza. Tiene otra idea del mesianismo de Jesús. Será Jesús el que le diga que se aparte de El porque está haciendo de tentador.
Ahora será el Pedro que hable por sí mismo, porque lo que a él le parecía que no le podía pasar a Jesús y lo que él quisiera que fuera el sentido del mesianismo de Jesús era lo que estaba expresando y entonces no manifestará que conozca bien a Jesús. Si antes había llegado a aquella afirmación tan hermosa, no era por sí mismo, sino por la revelación de Dios. ‘Dichoso, Simón, le dirá Jesús, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’.
Llegar a conocer a Jesús no será algo que dependa de nosotros mismos o solo de lo que otros nos puedan decir; para llegar a conocer a Jesús de verdad tenemos que abrir nuestro corazón al misterio de Dios que se nos revela allá en lo más hondo de nosotros mismos. Es el Padre del cielo el que nos lo revela, quien se nos da a conocer. Para eso infunde en nosotros al Espíritu Santo, al Espíritu de Sabiduría y Entendimiento que será el que nos lo revele todo y el que nos va a ayudar a descubrir ese misterio de Dios.
Nos pueden ayudar a conocer a Dios quienes están a nuestro lado, es cierto, porque somos herederos de una tradición cristiana, y será en el seno de la Iglesia donde tenemos el contenido de esa revelación y con la asistencia del Espíritu divino ese magisterio de la Iglesia nos ayudará a ese conocimiento de Dios. Pero nuestro corazón se tiene que abrir a ese actuar de Dios, a ese revelación de Dios que se irá produciendo en nuestros corazones, no para creer en Dios a mi manera o en las cosas que a mi me parezca o simplemente por lo que otros digan, sino para dejarnos conducir por el Espíritu divino que nos conducirá a la verdad plena.

Fijémonos que en el mismo momento en que Pedro hace esa hermosa confesión de fe que Jesús le dice que es una revelación del Padre en su corazón, Jesús constituye a Pedro en piedra fundamental de la Iglesia dándole las llaves del Reino de los Cielos, para que nos confirme en esa fe. Es la Iglesia la que nos va a ayudar a discernir esa revelación del misterio de Dios en nuestro corazón por la fuerza y la sabiduría del Espíritu.

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