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sábado, 9 de agosto de 2014

Una lámpara encendida para mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza nos hace vivir un compromiso de amor

Una lámpara encendida para mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza nos hace vivir un compromiso de amor

Os. 2, 16-17.21-22; Sal. 44; Mt. 25, 1-13
‘A medianoche se oyó una voz: Que llega el esposo, salid a recibirlo. Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas…’ Había que tener la lámpara encendida para cuando llegara el esposo y poder entrar al banquete de bodas.  Ya hemos escuchado el evangelio, era necesario tener suficiente aceite para que se mantuviera la lámpara encendida.
Una imagen muy significativa la de la lámpara encendida. Vamos a ponernos, aunque fuera virtualmente como ahora se dice, delante de la lámpara encendida para ver cuánto nos puede decir. De entrada podríamos decir, al hilo de las circunstancias de la parábola, que es la imagen de una espera, de una esperanza; mientras esperaban al esposo, como signo de que en verdad estaban preparadas para iluminar primero el camino y luego la sala del banquete, había de tenerse la lámpara encendida. Cuántas esperanzas nos mantienen despiertos pero con la lámpara encendida se disipan las oscuridades de las dudas e incertidumbres; se mantiene viva la esperanza y se superan las congojas y angustias que nos pudieran aparecer, porque esperamos que quien venga nos puede ofrecer algo nuevo y distinto, algo mejor.
Con la lámpara encendida no nos podemos dormir porque hemos de estar vigilantes para recibir al que llega, pero vigilantes también para que no se apague manteniendo siempre el necesario combustible que la mantenga encendida.
Esa lámpara encendida es luz que ilumina, que nos hace vernos pero que nos hace ver con un brillo o una claridad distinta cuanto no rodea; nos ayuda a conocernos y comprender lo que somos y nos hace descubrir quizá la tarea que tenemos que realizar; no solo constatamos la realidad de cuanto nos rodea, también quizá en lo crudo de sus carencias o limitaciones, al tiempo que nos abre caminos de compromiso que nos llevan a la acción, a ver lo que tenemos que hacer, a intentar quizás que las cosas sean distintas y mejores.
¿Será la luz de la fe? ¿Será la luz de la Palabra que nos descubre el misterio de Dios y lo que es la grandeza de nuestra vida? ¿Cómo podemos avivar esa luz que no se apague nunca e ilumine siempre con un sentido nuevo y luminoso nuestra vida?
Esa lámpara encendida puede ser un punto de encuentro, una referencia para que vayamos los unos al encuentro de los otros y aprendamos a conocernos y a caminar juntos; esa lámpara encendida nos hace salir de nosotros mismos para no vivir ensimismados en nuestro yo y nos haga comprender la riqueza que encontramos en los otros y la riqueza que encontramos cuando caminamos juntos porque así nos apoyamos, así nos motivamos los unos a los otros, así nos sentimos estimulados a crecer y madurar en nuestras mutuas relaciones que habrán de ser distintas porque esa luz nos une, esa luz crea unos lazos de comunión entre los unos y los otros.
¿Será la luz del amor que nos caldee los corazones para comenzar a amarnos con un amor nuevo y distinto? ¿Dónde podemos encontrar ese combustible que mantenga la lámpara encendida pero también vivo el calor del amor en nuestro corazón?
Es la lámpara encendida que nos hace profundizar para mirar allá en lo más hondo de nuestro ser, pero que también nos hace mirar a lo alto y también más allá de lo presente o de lo que puedan ver nuestros ojos materiales en una profundidad que nos dará trascendencia porque ya no nos quedamos solo en el momento presente, sino que no da una visión de futuro, una visión de eternidad donde podamos alcanzar la plenitud total. Es la luz de la Sabiduría de Dios que hemos de prender en nuestra vida y que nos dará un conocimiento nuevo y distinto.
Es la luz que despierta en nosotros ansias de futuro y de vida sin fin; es la luz que nos eleva hasta Dios pero que al mismo tiempo nos hará ver a Dios a nuestro lado, en nuestro mismo camino, queriendo venir a habitar en nosotros y en nuestro corazón e invitándonos a ir hasta El para que con El habitemos y con El participemos del Banquete de las Bodas eternas.
Pero, ¿no será la luz que en nuestra vida hemos de prender para que al mismo tiempo seamos nosotros también luz para iluminar a los demás? No olvidemos que somos invitados a ser luz del mundo y sal de la tierra.
Muchas cosas nos puede sugerir esa lámpara encendida ahí delante de nuestros ojos, pero también se convierte en una exigencia para nosotros de no dejarla apagar, de mantenerla siempre encendida. ¿Dónde y cómo podemos alimentarla? Lo maravilloso es que Aquel a quien esperamos y que es la razón para que la mantengamos encendida, se convierte también en Aquel que alimenta esa luz, en la medida en que permanezcamos unidos a El.

Que no se nos apague nunca esa luz; que no nos apartemos jamás de El, porque El es la verdadera Luz y sin el nosotros no podremos ser luz ni podremos mantener encendida nuestra luz.

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