Baruc, 4, 5-12.27-29;
Sal. 68;
Lc. 10, 17-24
La alegría y la dicha de la fe y del amor. Es casi todo lo que se me ocurre comentar, o para comenzar a comentar, este texto del evangelio que acabamos de escuchar. Y es que los que tenemos fe en Jesús tenemos que ser las personas más dichosas del mundo, sean cuales sean las circunstancias por las que estemos pasando. Siempre podemos sentir la dicha de la presencia de Jesús a nuestro lado, en nuestra vida. Es el gozo y la dicha de la fe.
Hemos escuchado que Jesús termina diciéndoles – podría parecer que no tiene sentido que comencemos por el final, pero no importa – ‘¡dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron; oír lo que oís, y no lo oyeron’. Y eso ¿no lo podemos sentir también como dicho a nosotros que desde la fe podemos experimentar también esa presencia de Jesús en nuestra vida?
Este texto que hoy hemos escuchado está todo lleno de expresiones de gozo y alegría: en los discípulos – aquellos setenta y dos que había enviado de dos en dos a anunciar el Reino – que ‘volvieron muy contentos’. Habían podido realizar las cosas maravillosas para las que Jesús les había dado poder a la hora de anunciar el Reino. ‘Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre’, le cuentan. Pero Jesús les hacía reflexionar y les decía: ‘Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo’.
Pero veremos a Jesús también lleno de gozo y alegría; ‘lleno de la alegría del Espíritu Santo’, nos dice el evangelista. Y esa alegría del Espíritu le hace bendecir y alabar al Padre. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla’. Ahí está primero que nada cómo ese misterio de Dios se está revelando a aquellos discípulos sencillos que El ha escogido y ha enviado a anunciar el Reino. No son ilustrados, son pescadores de Galilea, gente sencilla que se ha entusiasmado por Jesús y lo ha seguido por los caminos; son los pobres, los humildes y los sencillos los que se han acercado a Jesús para descubrir los misterios de Dios.
‘Lleno de la alegría del Espíritu Santo’ El nos está manifestando a Dios, dándonos a conocer el rostro del amor de Dios; y el Padre está sellando la obra de Jesús, revelándonos y dándonos a conocer también quien es Jesús, su Hijo amado, como lo manifestara en el Jordán o a allá en el Tabor. ‘Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’.
Y todo esto se sigue realizando en la Iglesia, en los que creemos en Jesús a través de los tiempos. Motivos tenemos también nosotros para bendecir así y alabar a Dios que así nos manifiesta su amor y se nos revela allá en lo más íntimo del corazón. Con corazón de pobre, con corazón humilde, con corazón lleno de amor también nosotros hemos de acercarnos a Dios y llenarnos también de esa alegría del Espíritu. Dios se nos manifiesta a nosotros también si con un corazón así nos acercamos a Dios.
Precisamente en este día primero de octubre estamos haciendo memoria de Santa Teresita del Niño de Jesús. Pequeña, humilde, que con corazón de niño se acercaba a Dios y cómo Dios se le manifestaba. No vivió muchos años, pues murió muy jovencita; se consagró a Dios en la vida monástica como Carmelita Descalza y allí vivió consagrada al Señor tras los muros de un monasterio, pero con un corazón abierto a la Iglesia universal, por eso la tenemos incluso como patrona de las misiones.
Pero fue la pequeña que se llenó -del misterio de Dios que se le revelaba en su corazón en el sentido de lo que venimos reflexionando en el evangelio de hoy. No fue de grandes estudios teológicos pero alcanzó una profundidad en el conocimiento del misterio de Dios que incluso la Iglesia la ha reconocido y declarado como Doctora de la Iglesia. Dios que se revela a los pequeños y a los sencillos, que lo vemos reflejado en esta Santa que hoy celebramos.
Llenémonos de ese gozo y de esa dicha en el Señor, desde nuestra fe y desde nuestro amor, desde nuestra humildad y desde nuestra entrega por los demás.