Baruc 1, 15-22;
Sal. 78;
Lc. 10, 13-16
‘¡Ay de ti Corozaín, ay de ti, Betsaida!’ Lamentos de Jesús por aquellas ciudades donde había predicado la Palabra de Dios, anunciado el Reino con obras y palabras y no habían dado respuesta. Lamenta Jesús también la situación de Cafarnaún que se levantaba llena de orgullo considerándose una ciudad próspera por su situación allá junto al lago, donde tantas obras había realizado Jesús y no se habían convertido. ‘¿Piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo…’
Hace referencia Jesús a otras ciudades consideradas paganas y malditas, como eran Tiro y Sidón por una parte, y las ciudades destruidas por el fuego por su maldad en la antigüedad de Sodoma y Gomorra que si allí se hubiera hecho tanto como ahora en estas ciudades hacía Jesús se hubieran vestido de sayal y no hubieran merecido castigo.
Como dirá Jesús en otra ocasión ‘lloraréis y os rechinarán los dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y todos los profetas sentados en la mesa del Reino de Dios mientras vosotros seréis arrojados fuera. Pues vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur a sentarse en la mesa del Reino de Dios’.
Lo vamos a escuchar también el domingo en la parábola de los viñadores homicidas. ‘Arrendará la viña a otros labradores que entreguen los frutos a su tiempo… Os digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se entregará a un pueblo que dé a su tiempo los frutos que corresponden…’
Algo que tiene que hacernos pensar a nosotros que tanta gracia recibimos del Señor. Sí, es una gracia del Señor no solo la fe que hemos recibido y todo lo que a lo largo de nuestra vida hemos ido recibiendo del Señor, sino lo que ahora mismo estamos recibiendo. Podríamos pensar en cuántas veces hemos recibido el perdón del Señor, cuántas veces hemos tenido la oportunidad de acercarnos a la Eucaristía, cuántas veces hemos escuchado la Palabra de Dios. ¿Cuáles son nuestros frutos?
Ahora mismo cada día, cada mañana, tenemos la oportunidad de reunirnos para celebrar la Eucaristía y escuchar la Palabra del Señor, ¿estará creciendo más y más en santidad nuestra vida? ¿Somos cada día mejores?
No echemos en saco roto la gracia del Señor que se nos manifiesta de mil maneras en tantos mimos de Dios para con nuestra vida. Ese amor de Dios que se manifiesta en tantos cuidados que recibimos, en tantas personas que nos quieren y están cercanas a nosotros a nuestro lado. Manifestaciones del amor de Dios tenemos que reconocer. Manifestaciones del amor de Dios que tendrían que mover nuestro corazón a dar una mejor respuesta de amor cada día.
En la primera lectura hemos escuchado un texto del profeta Baruc. Probable secretario de Jeremías y recopilador de las profecías del mismo, fue profeta en los primeros tiempos del exilio en Babilonia y supo hacer una lectura creyente de la situación difícil por la que estaba pasando el pueblo desterrados y cautivos lejos de su tierra, de sus casas, de su templo, de lo que había sido su vida hasta entonces y no habían sabido valorar ni cuidar lo suficiente.
Ahora se sienten pecadores y humildes se postran ante el Señor pidiendo perdón, queriendo convertir sus corazones al Dios de la Alianza cuyos mandatos habían tan fácilmente olvidado y desobedecido. ‘No obedecimos al Señor que nos hablaba por medio de sus enviados los profetas… haciendo lo que el Señor reprueba’.
Fue una ocasión para escuchar ahora la llamada del Señor y convertirse a El. ¿No tendríamos que hacer lo mismo nosotros también cuando tantas son las llamadas del Señor y la gracia que derrama cada día sobre nosotros?
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