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sábado, 5 de abril de 2014

Estudia la Escritura y conocerás más a Dios y tu vida será más conforme al Evangelio



Estudia la Escritura y conocerás más a Dios y tu vida será más conforme al Evangelio

Jer. 11, 18-20; Sal. 7; Jn. 7, 40-53
‘Unos decía: Este es de verdad el profeta. Otros decían: Este es el Mesías’. Pero otros lo ponían en duda porque el Mesías no podía ser Galileo como lo era Jesús, o decían que tenía que venir del linaje de David y de Belén. No terminaban de conocer a Jesús. Andaban divididos. ‘Surgió la discordia entre la gente por su causa’. Estaba anunciado ‘sería signo de contradicción’. Recordamos lo que anunciaba el anciano Simeón, cuando la presentación de Jesús en el templo.
Querían prenderlo, pero eran incapaces. Los sumos sacerdotes y los fariseos habían enviado a los guardias del templo y se volvieron más bien dando testimonio de Jesús. ‘Jamás nadie ha hablado así’, decían. Pero como hemos escuchado en textos anteriores, ‘todavía no había llegado su hora’.
Ante Jesús tenemos que decantarnos, no podemos andar nadando entre dos aguas, no podemos estar a medias tintas, como se suele decir. Tenemos que decidirnos; tiene que clarificarse bien nuestra fe. Ni nos podemos quedar con entusiasmos superficiales ni podemos permanecer siempre en la duda. Por eso, tenemos que fortalecer nuestra fe. Y para eso hemos de procurar cada día más crecer en nuestro conocimiento de Jesús y para ello tenemos que acudir más y más al evangelio, la Escritura Santo. Hemos de empaparnos de Evangelio, abrir nuestro corazón al Espíritu divino que nos lo vaya revelando en el corazón.
Lo mismo que hemos escuchado hoy y que quería servirles de argumento contra la defensa que hacía Nicodemo de Jesús, nos puede valer a nosotros para ese crecimiento de nuestra fe. ‘Estudia la Escritura y verás’, le decían a Nicodemo, aquel fariseo que había ido de noche a ver a Jesús y que ahora les decía que no se puede juzgar ni condenar a nadie sin haberlo oído previamente. Ellos querían argumentar  que de Galilea no salía ningún profeta. Nosotros sí tenemos que ir a la Escritura Santo pero para fundamentar más y más nuestra fe.
Es una lástima que a los cristianos se nos caiga de las manos el libro de la Biblia, porque realmente no leemos con atención ni meditamos profundamente el mensaje de la Palabra de Dios que tenemos contenido en la Biblia. Tendría que ser el vademécum de nuestra vida, el libro que nos acompañara en todo momento, para que en toda ocasión y circunstancia lo tomáramos en nuestras manos para empaparnos de su sabiduría.
Son palabras de vida eterna las que tenemos contenidas en la Biblia y nos ayudarían a encontrar y empaparnos de esa sabiduría de Dios. Crecería más y más nuestra fe en la medida en que fuéramos creciendo en ese conocimiento de Jesús y de su Buena Nueva de Salvación.
Ya es una riqueza para los que venimos cada día a la celebración la proclamación que se nos hace de la Palabra de Dios y lo que aquí podamos reflexionar. Pero no tendríamos contentarnos con este momento, sino que luego en nuestra oración personal, en esos momentos que tengamos en el día para nuestra reflexión, la lectura de una página de la Biblia, del Evangelio, o el volver a releer los textos que se nos han proclamado en la celebración nos ayudaría a darle todavía una mayor profundidad y riqueza espiritual.
Ya vamos bien avanzados en este camino cuaresmal que estamos haciendo y tenemos cercanos ya los días en que celebraremos el misterio pascual de Cristo en su pasión, muerte y resurrección. Sería una hermosa oportunidad para intensificar ese crecimiento espiritual, ese ir en verdad caldeando más y más nuestro corazón, para no echar en saco roto esa gracia que el Señor nos ofrece y nos regala en las próximas celebraciones pascuales. No nos hagamos oídos sordos a esta invitación que el Señor nos hace.

viernes, 4 de abril de 2014

Vivamos una entrega generosa de amor a la manera de Jesús aunque no seamos comprendidos por los demás

Vivamos una entrega generosa de amor a la manera de Jesús aunque no seamos comprendidos por los demás

Sab. 2, 1.2-22; Sal. 33; Jn. 7, 1-2.10.25-30
‘Recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo… intentaban agarrarlo, pero  nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora…’ Así nos dice el principio del texto del evangelio que hoy hemos escuchado y el versículo final.
¿Por qué querían echarle mano? ¿por qué querían matarlo? En una ocasión que quisieron apedrearlo Jesús les preguntaba que por cual obra buena de las que hacía querían apedrearlo. ¿Por qué nos preguntamos nosotros también? El pasó haciendo el bien; ahí están sus milagros, sus curaciones, la cercanía de su corazón a todos como el pastor que cuida de sus ovejas y busca a las descarriadas, el perdón y la paz que con su presencia y con su palabra iba llevando a todos.
El texto del sabio del Antiguo Testamento, del libro de la Sabiduría nos ayuda a comprender. ‘Acechemos al justo que nos resulta incómodo… es un reproche para nuestras ideas… lleva una vida distinta a los demás y su conducta es diferente… declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por Padre a Dios’.
La vida del hombre  justo a nuestro lado nos resulta incómoda porque con su vida nos está haciendo ver la realidad de nuestras obras que no son siempre son buenas.  A los ojos que están acostumbrados nada más que a las tinieblas les molesta y les hiere la luz. ¿La luz es mala? De ninguna manera, pero nos hiere porque nuestros ojos no quieren sino tinieblas, nos hiere porque nos hace descubrir donde están nuestras maldades.
Como hemos escuchado en el evangelio Jesús andaba por Galilea y cuando llegó la fiesta judía de las tiendas o de los campamentos, que recordaba su peregrinar por el desierto, no subió con sus parientes a Jerusalén, sino que lo hizo más tarde sin dejarse ver mucho. Sin embargo cuando algunos lo encuentran se harán preguntas sobre si en verdad Jesús será o no el Mesías y si ya lo habrán aceptado los dirigentes judíos. Pensaban, sin embargo, que no podía ser el Mesías, porque tenían la idea de que el Mesías no sabrían de donde procedía y de Jesús en cambio sabían que era de Galilea.
Es lo que ahora les quiere aclarar Jesús con sus palabras. Para conocer a Jesús era necesario algo más que saber que era de Galilea, cuál era su patria y quienes eran sus parientes. En Jesús habían de descubrir algo más que solo desde la fe podrían conocer. Jesús es el enviado del Padre. Será algo que nos aparecerá muchas veces en el Evangelio de san Juan. Viene del Padre y viene a hacer la voluntad de Dios.
‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, es su grito a la entrada en el mundo del Hijo del Hombre. Consciente de que ha de hacer siempre la voluntad del Padre esa será su oración en la oración y agonía de Getsemaní. ‘Que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya’. Ahí descubrimos la obra de Jesús y su misión; ahí comprendemos  su entrega de amor y su muerte en la cruz, entregándose en las manos del Padre.
Es lo que nos va enseñando, porque es lo que fue su vida en todo momento.  Es ese sentido nuevo de vivir que vemos en Cristo y que no siempre será comprendido por todos. Como hemos comenzado reflexionando hoy vemos cómo no es aceptado, cómo su vida resulta incómoda para los demás que quieren ponerlo a prueba y lo llevarán a la prueba suprema del amor que es su entrega y su muerte en la cruz.
Nosotros que nos decimos seguidores de Jesús, ¿seremos capaces de vivir una entrega de amor semejante? Quienes nos rodean ¿llegarán a descubrir en nosotros ese estilo de entrega y de amor porque también nuestra meta y nuestro ideal sean siempre pasar haciendo el bien?
No nos importe que no nos entiendan ni comprendan cuando amamos y cuando somos serviciales, cuando ponemos la paz y el amor por encima de todo y somos capaces de ser siempre comprensivos con los demás, aceptándonos mutuamente con generosidad y siendo capaces siempre de perdonarnos. No temamos parecer unos bichos raros porque amemos así a la manera de Jesús. No hacemos otra cosa que querer parecernos a Jesús porque sabemos que así es como vamos a encontrar la verdadera plenitud de nuestra vida.

jueves, 3 de abril de 2014

Acuérdate, Señor, de nosotros por amor a tu pueblo



Acuérdate, Señor, de nosotros, por amor a tu pueblo

Ex. 32, 7-14; Sal. 105; Jn. 5, 31-47
Bueno es fijarnos en el texto de la primera lectura. Se había realizado la Alianza de Dios con su pueblo al pie del Sinaí, la Antigua Alianza, pero pronto el pueblo cae en el pecado de infidelidad e idolatría. Era la continua tentación del pueblo de Israel. Mientras Moisés está en lo alto del Sinaí el pueblo pronto olvida la fidelidad que le había prometido a Dios, comprometiéndose a ser su pueblo y que Yahvé, el Dios que les había liberado de la esclavitud de Egipto sea para siempre su Dios.
‘Baja del monte, le dice Dios a Moisés, que el pueblo que has sacado de Egipto se ha pervertido, desviándose del camino que yo le había señalado’. Se hicieron un toro de metal al que ahora adoran como a su dios. ‘Cambiaron la gloria del Señor por la imagen de un toro que come hierba’, como nos relataba el salmista. ‘Se olvidaron de  Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al Mar Rojo’ que Dios les había hecho cruzar a pie enjuto.
Es un pueblo de dura cerviz que merece el castigo, pero ahí vemos la intercesión suplicante de Moisés por su pueblo. ‘¿Por qué Señor se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tu sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta?... Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac y Jacob…’
Es la historia del pueblo de Israel tan llena de infidelidades, como es imagen también de nuestra propia historia. No siempre somos fieles al Señor; olvidamos pronto también ese amor de Dios y pronto apegamos el corazón a tantos falsos ídolos que convertimos en dioses falsos de nuestra vida; es la tentación que nos acecha y que nos hace olvidar tantas veces a Dios echando en saco roto tantas gracias con las que el Señor nos ha regalado.
‘Acuérdate, Señor, de nosotros, por amor a tu pueblo’, también tenemos que decirle como hemos repetido en el salmo pidiendo perdón una y otra vez al Señor. Es la súplica que hacemos invocando la misericordia del Señor para que perdone nuestros pecados, pero, a imagen de Moisés, ha de ser también la súplica que siempre hemos de tener muy presente en nuestros labios y en nuestro corazón pidiendo por todos los pecadores.
Pero digamos también una palabra del Evangelio que hemos escuchado. En los días que nos restan hasta que lleguemos a la Semana Santa y a la celebración de la pasión del Señor vamos a escuchar una continuidad de textos, sobre todo del evangelio de san Juan, donde contemplamos aquella oposición de los dirigentes judíos a Jesús que le llevarían precisamente a la pasión. Ya en días pasados escuchábamos cómo los judíos acosaban a Jesús y buscaban la forma de prenderle y llevarle a la muerte.
Pero al mismo tiempo iremos escuchando las palabras de Jesús, como es el caso de lo que hemos escuchado hoy, en que les da las razones por las que tendrían que creer en El. Les habla hoy del testimonio de Juan el Bautista; allá en el desierto primero había preparado al pueblo para su venida, y luego lo había señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ahora como Cordero, verdadero Cordero Pascual, que ha de inmolarse Jesús camina hacia su pasión, hacia su entrega para nuestra salvación.
Pero Jesús no solo les habla del testimonio de Juan, sino de las obras de Dios que El realiza. Ya Nicodemo, cuando fue a ver a Jesús de noche, había dicho que si Dios no hubiera estado con El no podía realizar las obras que Jesús realizaba. Ahora Jesús les dice: ‘Esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí’.
Y les habla de lo que había anunciado Moisés, que estaba contenido en las Escrituras y que se cumplía en Jesús. ‘Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él’, les dice. ‘Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna, pues ellas están dando testimonio de mí ¡y no queréis venir a mi para tener vida!’
Creemos en Jesús; queremos reafirmar nuestra fe en El; nos dejamos enseñar y conducir por las Escrituras Santas que nos hablan de Jesús, que nos anuncian la salvación y la vida eterna; queremos acudir a Jesús para tener vida, para llenarnos de vida eterna. Que no flaquee nuestra fe; que nos sintamos firmes frente a todas las tentaciones que podamos sufrir y que nos puedan llevar por caminos de infidelidad y de pecado. Que sigamos haciendo con paso firme y confiado este camino de Cuaresma que nos conduce hasta la Pascua,  que nos conduce hasta la vida eterna.

miércoles, 2 de abril de 2014

Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere



Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere

Is. 49, 8-15; Sal. 144; Jn. 5, 17-30
‘Venid a la luz… no  pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol, porque los conduce el Compasivo y los guía a manantiales de agua…’ Hermoso anuncio de resonancias mesiánicas el que nos hace el profeta Isaías en la primera lectura. Una invitación a la alegría y a la esperanza ‘porque el Señor consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados…’
En medio de este camino cuaresmal que vamos haciendo es gozoso y esperanzador escuchar estas palabras. Queremos llegar a la Pascua con todo lo que ello significa; porque queremos llegar hasta Jesús que sabemos bien que nos viene a regalar su vida y su salvación.  En El ponemos toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Nos sentimos confortados.
Ayer contemplábamos a Jesús cómo sanaba al paralítico de la piscina de Betesda, hoy nos habla de que ‘quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida’. Creemos en Jesús y participamos de su Pascua, que es ese paso de la muerte a la vida; creemos en Jesús el que ha muerto y ha resucitado y nos hacemos partícipes de su vida, nos regala su vida, su gracia, su salvación.
‘Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere… igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida’. No quiere otra cosa Jesús para nosotros sino que tengamos vida y la tengamos en abundancia, como escuchamos en otros lugares del Evangelio. Y si se da y se entrega hasta la muerte y la muerte en Cruz es para que nosotros tengamos vida. Nuestro Bautismo  no es otra cosa que participar del misterio de su pascua, del misterio de su muerte y resurrección. Y bautizados en la Pascua de Cristo comenzamos a ser hijos de Dios, porque comenzamos a tener la vida nueva de la gracia que nos hace partícipes de la vida de Dios.
¿Qué nos queda que hacer a nosotros? Como nos ha dicho escuchar su Palabra y poner toda nuestra fe en El. Esa es tarea de cada día del cristiano. Pero es lo que ahora queremos hacer con especial intensidad, vamos haciendo cuando cada día nos acercamos a la celebración para escuchar su Palabra y alimentar así nuestra vida de fe. Agradecidos tendríamos que estar por esta riqueza tan grande que nos ofrece la Iglesia en este tiempo de Cuaresma en la posibilidad de irnos alimentando cada día de la Palabra de Dios.
Que esa Palabra nos ilumine nuestra vida para que vayamos descubriendo cómo hemos de vivir esa fe, en que aspectos de nuestra vida hemos de ir plasmando con espíritu de fe esa Palabra que el Señor quiere dirigirnos. Nos conduce el Compasivo y nos guía a manantiales de agua, nos decía el profeta en la primera lectura. ‘El Señor clemente y misericordioso’, como repetíamos en el salmo. ‘El Señor que es bondadoso, que sostiene a los que van a caer, que endereza a los que ya se doblan… el Señor que consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados…’
Pero tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu de Dios, porque algunas veces nos cuesta, nos resistimos, hacemos oídos sordos a lo que el Señor nos va diciendo allá en lo más hondo del corazón. Nos resistimos por los apegos que hay en nuestra vida; nos resistimos porque nos cuesta arrancarnos de esos apegos y darnos cuenta entonces de esas cosas que tenemos que purificar en nosotros. Pero aunque nos cueste hemos de darnos cuenta que esa tarea de purificación interior que hemos de ir haciendo no la hacemos por nosotros mismos, solo con nuestras fuerzas; no nos falta nunca la gracia del Señor.
El nos guía a manantiales de agua, que nos decía para expresar esa fuerza de la gracia que siempre nos acompaña. Es el Señor, como hemos venido viendo en tantos episodios del evangelio, el que viene a nuestro encuentro y nos toma de la mano para llevarnos a sus caminos. Démosle gracias al Señor por el amor tan grande que nos tiene. Con gozo grande en el corazón escuchamos su Palabra.

martes, 1 de abril de 2014

Cristo viene hasta nosotros y también nos dice: ‘Levántate, toma tu camilla y echa a andar’



Cristo viene hasta nosotros y también nos dice: ‘Levántate, toma tu camilla y echa a andar’

Ez. 47, 1-9. 12; Sal. 45; Jn. 5, 1-3.5-16
No podemos olvidar el sentido bautismal que tiene en su origen la cuaresma, por cuanto era la preparación intensa que hacían los catecúmenos para recibir el bautismo en la noche de Pascua. Luego para nosotros es una preparación para esa renovación de nuestro bautismo, y es por eso que el itinerario de la cuaresma tiene ese sentido bautismal expresado, por ejemplo, en estas imágenes repetidas del agua que nos van apareciendo en la Palabra de Dios a lo largo de la cuaresma.
Fue el agua viva que Cristo ofrecía a la Samaritana junto al pozo de Jacob, el agua de la piscina de Siloé donde se lavó el ciego de nacimiento para recibir la luz de Cristo y hoy nos aparece en el evangelio la imagen de esta otra piscina, la de Betesda, junto a la puerta de las ovejas, donde los aquejados con numerosas enfermedades esperaban el movimiento milagroso del agua que los sanara.
Vemos de nuevo que es Jesús el que toma la iniciativa de ir al encuentro del hombre en su sufrimiento. Es algo que aparece repetidamente en el evangelio de san Juan. Ahora como con el ciego de nacimiento que escuchábamos el pasado domingo, Jesús se acerca a aquel ‘hombre que llevaba allí postrado en su parálisis treinta y ocho años’. Es Jesús el que le preguntará, porque aquel hombre ni sabrá quien es Jesús. ‘¿Quieres quedar sano?’ Para eso estaba allí esperando el movimiento del agua; pero no había nadie que lo ayudara y cuando él llegaba arrastrándose a la piscina ya otros se le habían adelantado.
Pero allí está la Palabra de Jesús que le dice: ‘Levántate, toma tu camilla y echa a andar’. ¿Quién es el que lo sana? ¿Quién le puede traer la salvación? El agua de aquella piscina era un signo de la verdadera salvación que Dios quería para todo hombre. Es Jesús el que nos viene a traer la salvación; es Jesús el verdadero Salvador. Es Jesús la verdadera agua viva que nos llena de vida, que nos saciará plenamente, pero que nos purificará y nos dará vida para siempre.
No son necesarios los signos en aquel momento porque allí está la Palabra salvadora de Jesús. Pero quedará la imagen y el signo para que nosotros podamos seguir sintiendo esa Palabra de salvación que Jesús nos ofrece. Recordamos este episodio de la vida de Cristo, como recordamos ese hermoso texto del profeta Ezequiel que escuchábamos en la primera lectura. Del templo de Dios mana ese torrente de agua que crece y crece y allí por donde va pasando todo lo va llenando de vida. ‘Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente tendrán vida… y quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente’. Y escuchábamos la descripción de la frondosidad de árboles frutales que van surgiendo en su ribera, ‘porque lo riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales’.
Es la imagen de Cristo que viene a nosotros con su salvación. Sangre derramada para el perdón de los pecados, es ese manantial de gracia que nos purifica y que nos llena de vida. Todo esto viene a ser imagen del Bautismo y de todos los sacramentos, donde Cristo derrama su gracia sobre nosotros para llenarnos de vida, la vida de los hijos de Dios, para darnos el perdón de los pecados, para alimentarnos de sí mismo para que tengamos vida para siempre.
Cristo nos tiende también su mano para levantarnos, para ponernos en camino, el camino de la gracia y de la vida, el camino de la fe y del amor; mano de Cristo que nos levanta y nos llena de esperanza porque nos hará sentirnos unos hombres nuevos; mano de Cristo que al llenarnos de su vida nos restituye la dignidad perdida con nuestro pecado, sanándonos de toda maldad; mano de Cristo que al levantarnos nos contagia de su amor y misericordia, para que nosotros de la misma manera vayamos llevando fe y amor a cuantos están a nuestro lado envueltos en sus sufrimientos. Pero Cristo también nos toma de la mano para que nosotros aprendamos a ir tendiendo nuestra mano en la vida para ayudar a levantarse a tantos caídos como encontramos en los caminos de la vida. Pensemos cuanto podemos y tenemos que hacer en este sentido.
Sintamos cómo en verdad Cristo viene hasta nosotros y también nos dice: ‘Levántate, toma tu camilla y echa a andar’. Recordemos lo que en otro momento hemos reflexionado que cuando la fe llena y empapa nuestra vida nos pone siempre en camino.

lunes, 31 de marzo de 2014

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino



El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino

Is. 65, 17-21; Sal. 29; Jn. 4, 43-54
‘El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino’. Creer y ponernos en camino. La fe nunca nos encierra en nosotros mismos; la fe no nos deja quedarnos quietos y con los brazos cruzados; la fe no solo nos abre a Dios sino que abre caminos delante de nosotros para ir a los demás, para abrirnos a los demás; la fe no nos adormece sino que nos compromete; la fe nos lleva a una búsqueda constante, nos hace mirar hacia arriba y hacia adelante; la fe es un impulso grande que nos pone en camino. 
Nos habla hoy el evangelio de Jesús que está en camino. Viene de Jerusalén, ha atravesado Samaría, ahora llega a Galilea y va de nuevo a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Pero hasta allí llega también un caminante,  alguien que viene en su búsqueda. ‘Un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún, oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea fue a verle y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose’.  ¿Pide milagros y señales para creer? Ha venido, sí, pidiendo el milagro, pero confía plenamente en Jesús. ‘El funcionario insiste: Señor, baja antes de que se muera mi hijo’. Y Jesús lo envía a su casa diciéndole que su hijo está curado. ‘El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino… y creyó él con toda su familia’.
Ya lo decíamos, la fe nos pone siempre en camino. Tenemos que revisar mucho cómo creemos y cómo manifestamos nuestra fe. Tenemos que hacer ciertamente que nuestra fe sea algo vivo y que dé sentido totalmente a nuestra vida. Creer en Dios no es simplemente como un libro que tengamos guardado en un cajón o colocado muy bonito en un estante de nuestra biblioteca. Es cierto que la fe es lo más hermoso que nos pueda suceder  porque nos hace encontrarnos con Dios, sentir y vivir a Dios, y desde ese amor de Dios le damos un sentido grande y luminoso a nuestra vida. Y eso es un tesoro que no podemos esconder, ni vivir como si  no lo tuviéramos.
Tenemos que agradecer el don de la fe; darle gracias a Dios por esa luz de la fe que ilumina nuestra vida y nos lleva a caminos cada día de mayor plenitud. Esa fe que nos llena de alegría y de esperanza porque nos hace sentir en todo momento esa presencia de gracia de Dios en nosotros. Y teniendo a Dios a nuestro lado se disipan temores y dudas, encontramos fortaleza para los momentos difíciles, llena nuestro corazón de paz incluso en medio de las turbulencias de los problemas que vamos encontrando en nuestra vida, nos hace actuar con un compromiso serio y efectivo con nuestros hermanos y con nuestro mundo, hará ciertamente que nuestra vida sea distinta,  vivíamos una vida nueva, la vida nueva de la gracia.
Es un camino nuevo el que vivimos cuando encontramos la fe y llenamos de su sentido toda nuestra vida, todo lo que hacemos. Todo adquiere un nuevo sentido y valor. Por eso decíamos que nos pone en camino y nos compromete. Tenemos que vivir agradecidos por nuestra fe, pero al mismo tiempo hemos de saber llevarla a los demás. Las maravillas que el Señor ha hecho con nosotros y que han despertado esa fe en nuestro corazón, hemos de compartirlas con los demás para que ellos también se vean iluminados por esa gracia.
Esa alegría de nuestra fe tiene que ser desbordante, y cuando se desborda algo irá empapando y contagiando todo cuando lo rodea. Por eso con razón cantábamos en el salmo: ‘Te ensalzaré, Señor, porque me has librado’.  Así tiene que ser esa alegría y ese gozo de nuestra fe, cuando sentimos la gracia del Señor que nos libera y nos llena de vida. 
Este camino cuaresmal que estamos haciendo, que es ciertamente un camino de fe, nos tiene que ayudar a pensar en todo esto para que se avive más y más nuestra fe. Hacemos este camino fijos los ojos en la Pascua hacia donde nos encaminamos, pero al tiempo vamos contemplando el camino de Jesús, tal como nos lo describen los evangelios para que así vaya más y más caldeándose nuestro corazón en esa fe y ese amor de Dios que ha de contagiarnos. Así podremos llegar con un corazón bien preparado a la fiesta de la Pascua, sintiendo ese paso salvador de Dios por nuestra vida.

domingo, 30 de marzo de 2014


Como el ciego de nacimiento hemos de encontrarnos con Jesús que es nuestra luz


1Sam.16, 1.6-7.10-13; Sal.  22; Ef. 5, 8-14; Jn. 9, 1-41

El ciego de nacimiento no sabía lo que era la luz, hasta que se encontró un día con el Sol. Empezó a ver y empezó a creer. Es el acontecimiento que nos narra hoy el evangelio con hermoso significado. 

En la ceguera todo es oscuridad. No se conoce la luz, no se sabe lo que es la luz.  Todo permanece en tinieblas. Descubrir la luz tiene que ser algo maravilloso; se distinguen los colores, lo que percibíamos por los otros sentidos ahora se vuelve realidad ante nuestros ojos, podemos contemplar una sonrisa que solo podíamos intuir, descubrir lo que se puede ver tras unos ojos luminosos, las cosas pueden tener otro sentido. Es triste esa oscuridad en la ceguera de los ojos, pero hay otras oscuridades más terribles. Tenemos muchas tinieblas, muchas clases de tinieblas que quieren ahogar la luz.

‘La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron’, había dicho Juan en el principio de su evangelio. Pero la luz un día ha de brillar. ‘Levántate, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz’, escuchábamos que citaba san Pablo en la carta a los Efesios. Cristo es nuestra luz; la luz que viene a arrancarnos de las tinieblas. El episodio del Evangelio de hoy viene a hacernos ese anuncio y a traernos la esperanza de la luz que en Cristo vamos a encontrar.

Cristo viene al encuentro del hombre para traernos su luz. El evangelio nos dice que ‘al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento’. El episodio se sitúa en Jerusalén. El paso de Jesús será siempre un paso salvador. El paso de Jesús es pascua de luz para todo hombre. El paso de Jesús nos enseña también a mirar y ver. Es Jesús el que toma la iniciativa de venir a nuestro encuentro aunque digamos que nosotros lo buscamos y hacemos no sé cuantas cosas.

Allí estaba aquel hombre, ciego de nacimiento, en el que Jesús se quiere fijar de manera especial. Cuántos se tropezarían con él en su deambular por las calles de Jerusalén. Seguramente allí estaba tendiendo su mano pidiendo limosna - era lo habitual - y moviendo a compasión desde su ceguera.

Pero Jesús se detiene. La pregunta surge en los discípulos aflorando lo que quizá era una forma de pensar de muchos - también en nosotros aparece esa forma de pensar - imaginando culpabilidades y castigos por pecados, como se miraba la enfermedad o los males que pudieran suceder a las personas. Afloran cegueras en la manera de pensar que también nos afectan a nosotros porque quizá también cuando nos aparece el sufrimiento en la vida también estamos pensando en qué pecado hemos hecho para merecer tal castigo. Pero Jesús viene a darnos otro sentido. Jesús quiere abrirnos los ojos a través de esos acontecimientos para que aprendamos a descubrir las obras de Dios y las obras de Dios son siempre de amor para traernos paz a los corazones.

Allí está un hombre que sufre, un pobre que pide limosna, que se encuentra envuelto en las tinieblas de la ceguera y de su pobreza. Cuántas veces pasamos al lado de tantos sufrimientos y seguimos nuestro camino sin detenernos y quizá seamos nosotros los ciegos y los pobres; Jesús ahora nos está ayudando a salir de nuestras cegueras y oscuridades para que aprendamos a mirar de manera distinta y para que pongamos nuestra parte en que se descubran las obras de Dios.

Jesús realiza el signo que nos puede parecer incomprensible. Sobre aquellos ojos ciegos Jesús va a poner barro. Parece que en lugar de abrir los ojos lo que hace es mancharlos más con el barro. ¿Será para que sintiera la necesidad de lavarse? ¿Necesitaremos reconocer la oscuridad que hay en nuestros ojos, o mejor, la suciedad que hay en nuestra vida? Jesús le envía a lavarse a la piscina de Siloé.

Tiene su significado, porque el significado de tal nombre es ‘el enviado’. Era la piscina del Mesías. O mejor, la piscina es Cristo; más aún, Cristo es esa agua que no solo calma nuestra sed, como veíamos el domingo pasado en el episodio de la samaritana, sino que además nos purifica, da una nueva luz a nuestra vida. Y el hombre se encontró con la luz, aunque todavía no supiera bien quién era esa luz, como vemos por todo lo que sucederá a continuación.

Aquel hombre está ya lleno de luz, pero seguirán apareciendo oscuridades y cegueras. No todos quieren aceptar que aquel hombre ha recuperado la luz de sus ojos, se ha encontrado con la luz. Comienza, por así decirlo, la lucha entre la luz y las tinieblas, o las tinieblas queriendo rechazar la luz.

Será la gente desconcertada a la que le cuesta reconocer que el ciego de nacimiento ha recobrado la luz de sus ojos; serán los fariseos con su fanatismo que no querrán reconocer la obra de Dios que se ha realizado en aquel hombre; será la cobardía de los padres que temen reconocer el milagro que Jesús ha obrado en su hijo, por temor a ser expulsados de la sinagoga; será la desconfianza y las descalificaciones que se quieren hacer de Jesús para que la gente no crea en El.

Muchas cegueras que nos pueden aparecer también tantas veces en nuestra vida con nuestras dudas, nuestras cobardías, nuestros desconciertos, nuestras desconfianzas y hasta envidias hacia los que hacen cosas buenas; son las sombras de dudas que queremos sembrar en la vida de los demás porque nos cuesta aceptarlos; son las críticas y murmuraciones, juicios inmisericordes y condenas con las que dañamos a los demás y nuestro corazón se llena de negruras. ¿No necesitaremos ir también nosotros a lavarnos a Siloé? Necesitamos, hemos de reconocerlo, ir al encuentro de Jesús para que nos llene de su luz, para que arranque para siempre esas negruras y tinieblas que dejamos meter de muchas maneras en nuestro corazón.

Mientras, hemos seguido contemplando el proceso de aquel ciego de nacimiento que encontró la luz. En principio era ‘ese hombre que se llama Jesús que hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase…’ No sabía más de Jesús. Pero la luz que brillaba en su corazón fue acercándole al misterio de Dios para reconocer que tenía que ser un profeta, que era un hombre de Dios y finalmente llegar a confesar su fe en Jesús.

No le fue fácil el recorrido de la fe. Las tinieblas luchaban contra la luz y tuvo dificultades y hasta al final se vio perseguido por el testimonio que estaba dando. ‘Lo llenaron de improperios…’ a causa de su testimonio. Finalmente ‘lo expulsaron de la sinagoga’, pero  él seguía dando testimonio. Era un testigo; lo que había visto, no lo podía callar; se había encontrado con la luz. ¿No nos hace pensar todo esto en nosotros? ¿Llegamos hasta el final dando testimonio de nuestra fe en Jesús?

‘Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre?... ¿Y quién es, Señor, para que crea en El?... Lo estas viendo: el que está hablando contigo, ése es… Creo, Señor. Y se postró ante El’. Es la confesión de fe. No sabía qué era la luz, donde estaba la luz, pero se encontró con el Sol y empezó a ver y a creer.

Jesús viene hoy también a nuestro encuentro. Es el paso de Dios por nuestra vida que nos arranca de cegueras y oscuridades. Cuando llegue la noche de Pascua nos veremos envueltos totalmente por su luz. Son los signos que van a resplandecer en esa noche llena de luz. Para ese momento vamos haciendo ahora nuestro camino cuaresmal.

Queremos ver a Jesús; que aprendamos a distinguir su presencia sin confusiones ni dudas. Queremos ver como Jesús para que nuestros ojos se iluminen y nuestra mirada esté siempre llena de bondad y de misericordia como era la mirada de Jesús; ya no ha de ser una mirada a nuestra manera sino a la manera de Dios, a la manera de Jesús. Queremos ver a Jesús para aprender a ser luz como Jesús; El nos ha llamado a ser luz del mundo, y ahora somos luz en el Señor y como hijos de la luz hemos de aprender a caminar, como nos enseñaba san Pablo. Nuestras palabras, nuestras obras, nuestra vida tienen que ser siempre transparencia de Jesús, tienen que estar siempre llenas de luz.