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miércoles, 2 de abril de 2014

Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere



Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere

Is. 49, 8-15; Sal. 144; Jn. 5, 17-30
‘Venid a la luz… no  pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol, porque los conduce el Compasivo y los guía a manantiales de agua…’ Hermoso anuncio de resonancias mesiánicas el que nos hace el profeta Isaías en la primera lectura. Una invitación a la alegría y a la esperanza ‘porque el Señor consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados…’
En medio de este camino cuaresmal que vamos haciendo es gozoso y esperanzador escuchar estas palabras. Queremos llegar a la Pascua con todo lo que ello significa; porque queremos llegar hasta Jesús que sabemos bien que nos viene a regalar su vida y su salvación.  En El ponemos toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Nos sentimos confortados.
Ayer contemplábamos a Jesús cómo sanaba al paralítico de la piscina de Betesda, hoy nos habla de que ‘quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida’. Creemos en Jesús y participamos de su Pascua, que es ese paso de la muerte a la vida; creemos en Jesús el que ha muerto y ha resucitado y nos hacemos partícipes de su vida, nos regala su vida, su gracia, su salvación.
‘Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere… igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida’. No quiere otra cosa Jesús para nosotros sino que tengamos vida y la tengamos en abundancia, como escuchamos en otros lugares del Evangelio. Y si se da y se entrega hasta la muerte y la muerte en Cruz es para que nosotros tengamos vida. Nuestro Bautismo  no es otra cosa que participar del misterio de su pascua, del misterio de su muerte y resurrección. Y bautizados en la Pascua de Cristo comenzamos a ser hijos de Dios, porque comenzamos a tener la vida nueva de la gracia que nos hace partícipes de la vida de Dios.
¿Qué nos queda que hacer a nosotros? Como nos ha dicho escuchar su Palabra y poner toda nuestra fe en El. Esa es tarea de cada día del cristiano. Pero es lo que ahora queremos hacer con especial intensidad, vamos haciendo cuando cada día nos acercamos a la celebración para escuchar su Palabra y alimentar así nuestra vida de fe. Agradecidos tendríamos que estar por esta riqueza tan grande que nos ofrece la Iglesia en este tiempo de Cuaresma en la posibilidad de irnos alimentando cada día de la Palabra de Dios.
Que esa Palabra nos ilumine nuestra vida para que vayamos descubriendo cómo hemos de vivir esa fe, en que aspectos de nuestra vida hemos de ir plasmando con espíritu de fe esa Palabra que el Señor quiere dirigirnos. Nos conduce el Compasivo y nos guía a manantiales de agua, nos decía el profeta en la primera lectura. ‘El Señor clemente y misericordioso’, como repetíamos en el salmo. ‘El Señor que es bondadoso, que sostiene a los que van a caer, que endereza a los que ya se doblan… el Señor que consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados…’
Pero tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu de Dios, porque algunas veces nos cuesta, nos resistimos, hacemos oídos sordos a lo que el Señor nos va diciendo allá en lo más hondo del corazón. Nos resistimos por los apegos que hay en nuestra vida; nos resistimos porque nos cuesta arrancarnos de esos apegos y darnos cuenta entonces de esas cosas que tenemos que purificar en nosotros. Pero aunque nos cueste hemos de darnos cuenta que esa tarea de purificación interior que hemos de ir haciendo no la hacemos por nosotros mismos, solo con nuestras fuerzas; no nos falta nunca la gracia del Señor.
El nos guía a manantiales de agua, que nos decía para expresar esa fuerza de la gracia que siempre nos acompaña. Es el Señor, como hemos venido viendo en tantos episodios del evangelio, el que viene a nuestro encuentro y nos toma de la mano para llevarnos a sus caminos. Démosle gracias al Señor por el amor tan grande que nos tiene. Con gozo grande en el corazón escuchamos su Palabra.

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