Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere
Is. 49, 8-15; Sal. 144; Jn. 5, 17-30
‘Venid a la luz…
no pasarán hambre ni sed, no les hará
daño el bochorno ni el sol, porque los conduce el Compasivo y los guía a
manantiales de agua…’
Hermoso anuncio de resonancias mesiánicas el que nos hace el profeta Isaías en
la primera lectura. Una invitación a la alegría y a la esperanza ‘porque el Señor consuela a su pueblo, se
compadece de los desamparados…’
En medio de este camino cuaresmal que vamos haciendo es
gozoso y esperanzador escuchar estas palabras. Queremos llegar a la Pascua con
todo lo que ello significa; porque queremos llegar hasta Jesús que sabemos bien
que nos viene a regalar su vida y su salvación.
En El ponemos toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Nos sentimos
confortados.
Ayer contemplábamos a Jesús cómo sanaba al paralítico
de la piscina de Betesda, hoy nos habla de que ‘quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna
y no será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida’. Creemos en
Jesús y participamos de su Pascua, que es ese paso de la muerte a la vida;
creemos en Jesús el que ha muerto y ha resucitado y nos hacemos partícipes de
su vida, nos regala su vida, su gracia, su salvación.
‘Lo mismo que el Padre
resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que
quiere… igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el
disponer de la vida’.
No quiere otra cosa Jesús para nosotros sino que tengamos vida y la tengamos en
abundancia, como escuchamos en otros lugares del Evangelio. Y si se da y se
entrega hasta la muerte y la muerte en Cruz es para que nosotros tengamos vida.
Nuestro Bautismo no es otra cosa que
participar del misterio de su pascua, del misterio de su muerte y resurrección.
Y bautizados en la Pascua de Cristo comenzamos a ser hijos de Dios, porque
comenzamos a tener la vida nueva de la gracia que nos hace partícipes de la
vida de Dios.
¿Qué nos queda que hacer a nosotros? Como nos ha dicho
escuchar su Palabra y poner toda nuestra fe en El. Esa es tarea de cada día del
cristiano. Pero es lo que ahora queremos hacer con especial intensidad, vamos
haciendo cuando cada día nos acercamos a la celebración para escuchar su
Palabra y alimentar así nuestra vida de fe. Agradecidos tendríamos que estar
por esta riqueza tan grande que nos ofrece la Iglesia en este tiempo de
Cuaresma en la posibilidad de irnos alimentando cada día de la Palabra de Dios.
Que esa Palabra nos ilumine nuestra vida para que
vayamos descubriendo cómo hemos de vivir esa fe, en que aspectos de nuestra
vida hemos de ir plasmando con espíritu de fe esa Palabra que el Señor quiere
dirigirnos. Nos conduce el Compasivo y nos guía a manantiales de agua, nos
decía el profeta en la primera lectura. ‘El
Señor clemente y misericordioso’, como repetíamos en el salmo. ‘El Señor que es bondadoso, que sostiene a
los que van a caer, que endereza a los que ya se doblan… el Señor que consuela
a su pueblo y se compadece de los desamparados…’
Pero tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu de
Dios, porque algunas veces nos cuesta, nos resistimos, hacemos oídos sordos a
lo que el Señor nos va diciendo allá en lo más hondo del corazón. Nos
resistimos por los apegos que hay en nuestra vida; nos resistimos porque nos
cuesta arrancarnos de esos apegos y darnos cuenta entonces de esas cosas que
tenemos que purificar en nosotros. Pero aunque nos cueste hemos de darnos
cuenta que esa tarea de purificación interior que hemos de ir haciendo no la
hacemos por nosotros mismos, solo con nuestras fuerzas; no nos falta nunca la
gracia del Señor.
El nos guía a manantiales de agua, que nos decía para
expresar esa fuerza de la gracia que siempre nos acompaña. Es el Señor, como hemos
venido viendo en tantos episodios del evangelio, el que viene a nuestro
encuentro y nos toma de la mano para llevarnos a sus caminos. Démosle gracias
al Señor por el amor tan grande que nos tiene. Con gozo grande en el corazón
escuchamos su Palabra.
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