Vivamos una entrega generosa de amor a la manera de Jesús aunque no seamos comprendidos por los demás
Sab. 2, 1.2-22; Sal. 33; Jn. 7, 1-2.10.25-30
‘Recorría Jesús la
Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo…
intentaban agarrarlo, pero nadie le pudo
echar mano, porque todavía no había llegado su hora…’ Así nos dice el principio del texto
del evangelio que hoy hemos escuchado y el versículo final.
¿Por qué querían echarle mano? ¿por qué querían
matarlo? En una ocasión que quisieron apedrearlo Jesús les preguntaba que por
cual obra buena de las que hacía querían apedrearlo. ¿Por qué nos preguntamos
nosotros también? El pasó haciendo el bien; ahí están sus milagros, sus
curaciones, la cercanía de su corazón a todos como el pastor que cuida de sus
ovejas y busca a las descarriadas, el perdón y la paz que con su presencia y
con su palabra iba llevando a todos.
El texto del sabio del Antiguo Testamento, del libro de
la Sabiduría nos ayuda a comprender. ‘Acechemos
al justo que nos resulta incómodo… es un reproche para nuestras ideas… lleva
una vida distinta a los demás y su conducta es diferente… declara dichoso el
fin de los justos y se gloría de tener por Padre a Dios’.
La vida del hombre
justo a nuestro lado nos resulta incómoda porque con su vida nos está
haciendo ver la realidad de nuestras obras que no son siempre son buenas. A los ojos que están acostumbrados nada más
que a las tinieblas les molesta y les hiere la luz. ¿La luz es mala? De ninguna
manera, pero nos hiere porque nuestros ojos no quieren sino tinieblas, nos
hiere porque nos hace descubrir donde están nuestras maldades.
Como hemos escuchado en el evangelio Jesús andaba por
Galilea y cuando llegó la fiesta judía de las tiendas o de los campamentos, que
recordaba su peregrinar por el desierto, no subió con sus parientes a
Jerusalén, sino que lo hizo más tarde sin dejarse ver mucho. Sin embargo cuando
algunos lo encuentran se harán preguntas sobre si en verdad Jesús será o no el Mesías
y si ya lo habrán aceptado los dirigentes judíos. Pensaban, sin embargo, que no
podía ser el Mesías, porque tenían la idea de que el Mesías no sabrían de donde
procedía y de Jesús en cambio sabían que era de Galilea.
Es lo que ahora les quiere aclarar Jesús con sus
palabras. Para conocer a Jesús era necesario algo más que saber que era de
Galilea, cuál era su patria y quienes eran sus parientes. En Jesús habían de
descubrir algo más que solo desde la fe podrían conocer. Jesús es el enviado
del Padre. Será algo que nos aparecerá muchas veces en el Evangelio de san
Juan. Viene del Padre y viene a hacer la voluntad de Dios.
‘Aquí estoy, oh Dios,
para hacer tu voluntad’, es
su grito a la entrada en el mundo del Hijo del Hombre. Consciente de que ha de
hacer siempre la voluntad del Padre esa será su oración en la oración y agonía
de Getsemaní. ‘Que pase de mí este cáliz,
pero no se haga mi voluntad sino la tuya’. Ahí descubrimos la obra de Jesús
y su misión; ahí comprendemos su entrega
de amor y su muerte en la cruz, entregándose en las manos del Padre.
Es lo que nos va enseñando, porque es lo que fue su
vida en todo momento. Es ese sentido
nuevo de vivir que vemos en Cristo y que no siempre será comprendido por todos.
Como hemos comenzado reflexionando hoy vemos cómo no es aceptado, cómo su vida
resulta incómoda para los demás que quieren ponerlo a prueba y lo llevarán a la
prueba suprema del amor que es su entrega y su muerte en la cruz.
Nosotros que nos decimos seguidores de Jesús, ¿seremos
capaces de vivir una entrega de amor semejante? Quienes nos rodean ¿llegarán a
descubrir en nosotros ese estilo de entrega y de amor porque también nuestra
meta y nuestro ideal sean siempre pasar haciendo el bien?
No nos importe que no nos entiendan ni comprendan
cuando amamos y cuando somos serviciales, cuando ponemos la paz y el amor por
encima de todo y somos capaces de ser siempre comprensivos con los demás,
aceptándonos mutuamente con generosidad y siendo capaces siempre de
perdonarnos. No temamos parecer unos bichos raros porque amemos así a la manera
de Jesús. No hacemos otra cosa que querer parecernos a Jesús porque sabemos que
así es como vamos a encontrar la verdadera plenitud de nuestra vida.
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