Acuérdate, Señor, de nosotros, por amor a tu pueblo
Ex. 32, 7-14; Sal. 105; Jn. 5, 31-47
Bueno es fijarnos en el texto de la primera lectura. Se
había realizado la Alianza de Dios con su pueblo al pie del Sinaí, la Antigua
Alianza, pero pronto el pueblo cae en el pecado de infidelidad e idolatría. Era
la continua tentación del pueblo de Israel. Mientras Moisés está en lo alto del
Sinaí el pueblo pronto olvida la fidelidad que le había prometido a Dios,
comprometiéndose a ser su pueblo y que Yahvé, el Dios que les había liberado de
la esclavitud de Egipto sea para siempre su Dios.
‘Baja del monte, le dice Dios a Moisés, que el pueblo que has sacado de Egipto se
ha pervertido, desviándose del camino que yo le había señalado’. Se
hicieron un toro de metal al que ahora adoran como a su dios. ‘Cambiaron la gloria del Señor por la imagen
de un toro que come hierba’, como nos relataba el salmista. ‘Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios
en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al Mar Rojo’ que
Dios les había hecho cruzar a pie enjuto.
Es un pueblo de dura cerviz que merece el castigo, pero
ahí vemos la intercesión suplicante de Moisés por su pueblo. ‘¿Por qué Señor se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tu
sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta?... Acuérdate de tus siervos,
Abrahán, Isaac y Jacob…’
Es la historia del pueblo de Israel tan llena de
infidelidades, como es imagen también de nuestra propia historia. No siempre
somos fieles al Señor; olvidamos pronto también ese amor de Dios y pronto
apegamos el corazón a tantos falsos ídolos que convertimos en dioses falsos de
nuestra vida; es la tentación que nos acecha y que nos hace olvidar tantas
veces a Dios echando en saco roto tantas gracias con las que el Señor nos ha
regalado.
‘Acuérdate, Señor, de
nosotros, por amor a tu pueblo’,
también tenemos que decirle como hemos repetido en el salmo pidiendo perdón una
y otra vez al Señor. Es la súplica que hacemos invocando la misericordia del
Señor para que perdone nuestros pecados, pero, a imagen de Moisés, ha de ser
también la súplica que siempre hemos de tener muy presente en nuestros labios y
en nuestro corazón pidiendo por todos los pecadores.
Pero digamos también una palabra del Evangelio que
hemos escuchado. En los días que nos restan hasta que lleguemos a la Semana
Santa y a la celebración de la pasión del Señor vamos a escuchar una
continuidad de textos, sobre todo del evangelio de san Juan, donde contemplamos
aquella oposición de los dirigentes judíos a Jesús que le llevarían
precisamente a la pasión. Ya en días pasados escuchábamos cómo los judíos
acosaban a Jesús y buscaban la forma de prenderle y llevarle a la muerte.
Pero al mismo tiempo iremos escuchando las palabras de Jesús,
como es el caso de lo que hemos escuchado hoy, en que les da las razones por
las que tendrían que creer en El. Les habla hoy del testimonio de Juan el
Bautista; allá en el desierto primero había preparado al pueblo para su venida,
y luego lo había señalado como el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. Ahora como Cordero, verdadero
Cordero Pascual, que ha de inmolarse Jesús camina hacia su pasión, hacia su
entrega para nuestra salvación.
Pero Jesús no solo les habla del testimonio de Juan,
sino de las obras de Dios que El realiza. Ya Nicodemo, cuando fue a ver a Jesús
de noche, había dicho que si Dios no hubiera estado con El no podía realizar
las obras que Jesús realizaba. Ahora Jesús les dice: ‘Esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y
el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí’.
Y les habla de lo que había anunciado Moisés, que
estaba contenido en las Escrituras y que se cumplía en Jesús. ‘Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí,
porque de mí escribió él’, les dice. ‘Estudiáis
las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna, pues ellas están dando
testimonio de mí ¡y no queréis venir a mi para tener vida!’
Creemos en Jesús; queremos reafirmar nuestra fe en El;
nos dejamos enseñar y conducir por las Escrituras Santas que nos hablan de Jesús,
que nos anuncian la salvación y la vida eterna; queremos acudir a Jesús para
tener vida, para llenarnos de vida eterna. Que no flaquee nuestra fe; que nos
sintamos firmes frente a todas las tentaciones que podamos sufrir y que nos
puedan llevar por caminos de infidelidad y de pecado. Que sigamos haciendo con
paso firme y confiado este camino de Cuaresma que nos conduce hasta la
Pascua, que nos conduce hasta la vida
eterna.
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