Cristo viene hasta nosotros y también nos dice: ‘Levántate, toma tu camilla y echa a andar’
Ez. 47, 1-9. 12; Sal. 45; Jn. 5, 1-3.5-16
No podemos olvidar el sentido bautismal que tiene en su
origen la cuaresma, por cuanto era la preparación intensa que hacían los catecúmenos
para recibir el bautismo en la noche de Pascua. Luego para nosotros es una
preparación para esa renovación de nuestro bautismo, y es por eso que el
itinerario de la cuaresma tiene ese sentido bautismal expresado, por ejemplo,
en estas imágenes repetidas del agua que nos van apareciendo en la Palabra de
Dios a lo largo de la cuaresma.
Fue el agua viva que Cristo ofrecía a la Samaritana
junto al pozo de Jacob, el agua de la piscina de Siloé donde se lavó el ciego
de nacimiento para recibir la luz de Cristo y hoy nos aparece en el evangelio
la imagen de esta otra piscina, la de Betesda, junto a la puerta de las ovejas,
donde los aquejados con numerosas enfermedades esperaban el movimiento
milagroso del agua que los sanara.
Vemos de nuevo que es Jesús el que toma la iniciativa
de ir al encuentro del hombre en su sufrimiento. Es algo que aparece
repetidamente en el evangelio de san Juan. Ahora como con el ciego de
nacimiento que escuchábamos el pasado domingo, Jesús se acerca a aquel ‘hombre que llevaba allí postrado en su parálisis
treinta y ocho años’. Es Jesús el que le preguntará, porque aquel hombre ni
sabrá quien es Jesús. ‘¿Quieres quedar
sano?’ Para eso estaba allí esperando el movimiento del agua; pero no había
nadie que lo ayudara y cuando él llegaba arrastrándose a la piscina ya otros se
le habían adelantado.
Pero allí está la Palabra de Jesús que le dice: ‘Levántate, toma tu camilla y echa a andar’.
¿Quién es el que lo sana? ¿Quién le puede traer la salvación? El agua de
aquella piscina era un signo de la verdadera salvación que Dios quería para
todo hombre. Es Jesús el que nos viene a traer la salvación; es Jesús el
verdadero Salvador. Es Jesús la verdadera agua viva que nos llena de vida, que
nos saciará plenamente, pero que nos purificará y nos dará vida para siempre.
No son necesarios los signos en aquel momento porque allí
está la Palabra salvadora de Jesús. Pero quedará la imagen y el signo para que
nosotros podamos seguir sintiendo esa Palabra de salvación que Jesús nos
ofrece. Recordamos este episodio de la vida de Cristo, como recordamos ese
hermoso texto del profeta Ezequiel que escuchábamos en la primera lectura. Del
templo de Dios mana ese torrente de agua que crece y crece y allí por donde va
pasando todo lo va llenando de vida. ‘Todos
los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente tendrán vida… y
quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente’. Y
escuchábamos la descripción de la frondosidad de árboles frutales que van
surgiendo en su ribera, ‘porque lo riegan
aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales’.
Es la imagen de Cristo que viene a nosotros con su
salvación. Sangre derramada para el perdón de los pecados, es ese manantial de
gracia que nos purifica y que nos llena de vida. Todo esto viene a ser imagen
del Bautismo y de todos los sacramentos, donde Cristo derrama su gracia sobre
nosotros para llenarnos de vida, la vida de los hijos de Dios, para darnos el
perdón de los pecados, para alimentarnos de sí mismo para que tengamos vida
para siempre.
Cristo nos tiende también su mano para levantarnos,
para ponernos en camino, el camino de la gracia y de la vida, el camino de la
fe y del amor; mano de Cristo que nos levanta y nos llena de esperanza porque
nos hará sentirnos unos hombres nuevos; mano de Cristo que al llenarnos de su
vida nos restituye la dignidad perdida con nuestro pecado, sanándonos de toda
maldad; mano de Cristo que al levantarnos nos contagia de su amor y
misericordia, para que nosotros de la misma manera vayamos llevando fe y amor a
cuantos están a nuestro lado envueltos en sus sufrimientos. Pero Cristo también
nos toma de la mano para que nosotros aprendamos a ir tendiendo nuestra mano en
la vida para ayudar a levantarse a tantos caídos como encontramos en los
caminos de la vida. Pensemos cuanto podemos y tenemos que hacer en este
sentido.
Sintamos cómo en verdad Cristo viene hasta nosotros y
también nos dice: ‘Levántate, toma tu
camilla y echa a andar’. Recordemos lo que en otro momento hemos
reflexionado que cuando la fe llena y empapa nuestra vida nos pone siempre en
camino.
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