Hoy nos toca felicitar a la Madre, María, en su nacimiento, la felicitamos y nos felicitamos sin cansarnos de decirle piropos de amor con la mejor de las alabanzas
Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1,1-16.18-23
Hoy nos toca felicitar a la Madre; hoy nos toca felicitar a María, la
Madre del Señor, nuestra madre también. Es su día, es el día de su nacimiento.
Nos alegramos con María, nos felicitamos con María. Como ella decimos también
‘desborda de gozo mi espíritu en Dios mi salvador’, desborda de gozo
nuestro corazón con María, la Madre del Señor.
La felicitamos a ella, a la que llamarán dichosa todas las
generaciones. Y las madres sienten un regocijo en su alma cuando los hijos
tienen un recuerdo para ellas, cuando las felicitamos en su día y queremos
obsequiarle lo mejor de nuestro amor. le hacemos regalos, buscamos ramos de
flores que ofrecerle, no sabemos qué cosa mejor le podemos ofrecer y todos son
cariños para nuestra madre repitiéndole una y otra vez cuanto la queremos, lo
dichosos que nos sentimos con ella, porque para nosotros es la mejor mujer del
mundo, la que nos dio nuestro ser.
Así queremos hacer con María en el día de su cumpleaños. Y es que no
solo la queremos felicitar, sino que queremos decir lo felices que nosotros nos
sentimos con una madre así. Nos felicitamos con María, nos regocijamos con
María, nos queremos sentir unidos desde lo más hondo de nosotros mismos con
María, como lo queremos hacer con nuestra madre, y tanto es lo que queremos
unirnos a ella que a ella queremos parecernos, de ella queremos copiar sus
mejores virtudes, sus mejores valores, como los hijos hacen siempre con la
madre.
Es la mayor dicha que puede sentir una madre el que le digan que su
hijo se le parece; es la mayor dicha que nosotros podemos sentir que nos puedan
decir también que nos parecemos a nuestra madre. Así queremos hacer con María,
nos revestimos de María, nos vestimos de María porque igual que ella es el
molde en el que se hizo Jesús como hombre, así nosotros queremos meternos también
en ese molde de María no solo ya para parecernos a ella, sino para sentirnos
profundamente configurados con Cristo, con la misma figura de Cristo, con sus
mismos sentimientos y actitudes, con su mismo amor. Jesús como hombre se
configuró en su corazón, pues todo eso que Jesús aprendió de María, nosotros también
queremos aprender de ella.
No queremos hacernos ahora hacernos grandes consideraciones y hacer
poco menos que unas listas de las virtudes de María, sino que simplemente como
hacen todos los hijos con su madre en su día, sentirnos felices y dichosos con
ella y hacerla a ella también feliz y dichosa porque le mostramos nuestro amor,
porque le queremos decir y repetir, cantar una y otra vez las felicitaciones y
cuanto la amamos.
Mostrémosle nuestro amor con la santidad de nuestra vida, pareciéndonos
a ella. Gocémonos con María y llevémosla siempre muy presente en nuestro corazón
y en nuestra vida. No temamos ni nos de vergüenza decirle piropos a María,
cantando asi con la alabanza a María las alabanzas del Señor.