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martes, 4 de septiembre de 2018

Nos molesta lo bueno que podemos descubrir en los demás porque no somos valientes para dar la cara por el evangelio



Nos molesta lo bueno que podemos descubrir en los demás porque no somos valientes para dar la cara por el evangelio

1Corintios 2,10b-16; Sal 144; Lucas 4,31-37

Hay personas cuya sola presencia producen rechazo en los demás. Y no quiero hablar en sentido negativo en referencia a aquellas personas que por sus actitudes o comportamientos no nos caen bien y no nos agrada su presencia. En este caso quiero pensar distinto, aquellas personas que pueden ser un signo para nosotros que levante ampollas en nuestra vida, bien porque estamos viendo en esas personas algo que nosotros no somos capaces de alcanzar, o se conviertan en denuncia de nuestra vida errada.
Nos molesta porque nos recuerda muchas cosas; nos molesta porque nos sentimos impotentes o incapaces, nos molesta porque nos damos cuenta de cómo tendríamos que ser y no lo somos. No las queremos mirar, las queremos quitar de en medio, queremos seguir nuestro camino como si esas personas no existiesen, endurecidos en nosotros mismos no queremos levantarnos de nuestra situación y nos buscamos mil disculpas para no cambiar. Un rechazo en nuestra vida porque son un signo para nosotros que tendría que despertarnos. El mal siempre querrá rechazar las obras del bien.
Proféticamente ya el anciano Simeón había dicho de aquel niño que iba a ser signo de contradicción. Y eso estaba siendo Jesús en la vida. Ante su presencia había que decantarse; no todos estaban por seguir los caminos que Jesús señalaba; a no todos agradaban las palabras y las obras de Jesús porque denunciaba lo que llevábamos dentro. Ayer mismo vimos como hasta en su propia pueblo era rechazado; a lo largo del evangelio veremos como van surgiendo contrincantes que se van a considerar enemigos de Jesús y serán las fuerzas del mal queriendo luchar contra la bondad de Dios que se manifestaba en Jesús.
Al volver de Nazaret y tras el episodio de la sinagoga, vuelve Jesús a las orillas de Tiberíades y se establece en Cafarnaún; allí los sábados hará el anuncio del Reino en la sinagoga, pero será por todas partes en cualquier lugar donde veremos a Jesús rodeado siempre de la gente haciendo el anuncio de la Buena Noticia del Reino. En general las gentes le escuchan y muchos le siguen; pronto se irá formando en torno a Jesús el grupo de los discípulos, de los que son más fieles y no solo lo escuchan sino que quieren poner por obra sus palabras.
En el episodio que nos narra hoy el evangelio le vemos como al llegar a la sinagoga alguien poseído por el espíritu del mal se pone a gritar contra Jesús. Pero sus gritos con los que quiere rechazarlo son de alguna manera un reconocimiento del poder de Jesús. Es el mal que rechaza el bien, es el maligno que se opone a Jesús, es quien se siente vencido que hasta el último momento querrá seguir rebelándose y oponiéndose. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? Sabemos quien eres’.
Pero se manifiesta la victoria de Jesús, la victoria del bien porque aquel espíritu maligno es arrancado del corazón de aquel hombre. Y la gente se admira de su autoridad, de la fuerza de sus palabras, de la vida nueva que surge en la medida en que escuchamos y seguimos a Jesús. Pero ¿seguirá siendo a si en nosotros?
Con nuestro pecado tantas veces estamos haciendo también un rechazo de Jesús. Nuestro pecado es decir no, preferir nuestras obras a las obras de Jesús, preferir lo que nos satisfaga a nosotros y a nuestros caprichos que seguir el mandamiento de Dios. Pero también es una forma de decir no la indiferencia con que nos mostramos muchas veces, la tibieza de nuestra vida donde no terminamos de aclararnos de qué lado estamos; y son las posturas cobardes con que ante muchas cosas nos manifestamos, los disimulos con que vivimos nuestro ser cristianos, los ocultamientos que hacemos para no dar testimonio por temor quizá al qué dirán o a un ambiente no propicio que encontramos a nuestro alrededor. Podríamos hacer una lista muy grande de nuestras tibiezas y cobardías, donde no terminamos de decantarnos claramente para optar por unos principios y unos valores cristianos.
¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué más tendría que hacer? ¿Qué es lo que puedo hacer? ¿Hasta donde tiene que llegar mi compromiso? Son preguntas que quizás hacemos o nos hacemos para escurrir el bulto y no terminar de dar la cara.


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