Los cristianos y la Iglesia hemos de ser buena noticia que despierte alegría en el mundo de hoy que ha perdido el sabor del evangelio
1Corintios 2,1-5; Sal 118; Lucas 4,16-30
Me vais a permitir que comience hoy mi reflexión con recuerdos de mi
niñez. Eran otros tiempos, eran otras las comunicaciones; para que llegara
noticia de algo se necesitaba tiempo, mucho tiempo en ocasiones, porque no hay había
los medios de comunicación que hoy tenemos.
Recuerdo cómo estábamos pendientes todos los días del cartero, sobre
todo quienes tuviéramos familiares en el extranjero; en mi caso mi padre y mis
hermanos estaban en Venezuela, allá en aquellos tiempos que la forma normal de
viajar era en barco, en que se tardaban muchos días, semanas incluso en
ocasiones, para cruzar de Canarias a Venezuela. Como decíamos estábamos
pendientes de la carta que nos pudiera llegar de Venezuela, y cuando el cartero
nos la traía todo eran muestras de alegría, lágrimas de emoción por recibir
noticias de los familiares que estaban allá en lugares lejanos. La alegría de
las noticias y en especial cuando eran buenas.
Traigo a la memoria estos recuerdos pensando en la alegría de las
buenas noticias recibidas, la alegría de la buena noticia de la que nos habla
hoy el evangelio. ‘A los pobres se les anunciará la Buena Noticia’, es
el mensaje principal hoy del evangelio.
Jesús había acudido a su pueblo y el sábado fue con todos a la
sinagoga como era la costumbre. Ya llegaban noticias de Jesús y de lo que hacia
en otros lugares, justo es que se le ofreciera el hacer la proclamación de la
Palabra y su comentario. Se proclama el texto de Isaías. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar
libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor’. Y ya vemos todo el comentario de Jesús. ‘Hoy
se cumple esta Escritura que acabáis de oír’.
Llega el tiempo de la Buena
Noticia que ha de ser anunciada a los pobres; buena noticia para los oprimidos
y carentes de libertad, buena noticia para los ciegos y todos los que ven
limitada su vida con múltiples discapacidades, buena noticia para los que nada
tienen y para los que parece que han perdido toda esperanza.
¿Cómo no se van a ver
sorprendidos y con una alegría nueva que nace en sus corazones? Una buena
noticia de libertad, una buena noticia de una vida distinta, una buena noticia
porque se terminan los sufrimientos y angustias, buena noticia porque llega un
año de gracia del Señor; es el año, el tiempo del jubileo, del júbilo porque
todo va a cambiar y ha de comenzar todo de nuevo alejando esas angustias y esas
opresiones. Y Jesús les dice que ha llegado ese hoy, ese hoy en que se comienza
a cumplir todo lo que esa buena noticia nos anuncia.
Sin embargo las gentes de
Nazaret no acaban de entender; andan con sus prejuicios no solo metidos en sus
cabezas sino también en sus corazones. Ansiosos quizás de buenas noticias, pero
eran otras cosas o de otra manera lo que esperaban. Les faltó apertura del corazón,
les faltó fe en sus corazones. Y rechazaron al que les traía la buena noticia,
al que era la Buena Noticia.
Dos planteamientos se me
ocurre hacerme ahora mismo. Primero a mi propia vida, ¿cómo recibo y acojo yo
esa buena noticia que es el Evangelio para mi? Y segundo de cara a esa buena
noticia que tenemos que llevar y que tenemos que ser en medio de nuestro mundo
de hoy. ¿Sabremos anunciar esa buena noticia? Decimos que estamos empeñados en
una nueva evangelización de nuestro mundo que ha perdido el sabor del
evangelio. ¿Cómo estamos los cristianos, la Iglesia siendo buena noticia para
nuestro mundo de hoy? ¿El anuncio que hacemos despierta alegría en quienes lo
escuchan?
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