Vivimos el Reino nuevo de Dios y el banquete de bodas con todo su sentido de alegría y de fiesta es la nueva manera de nuestro vivir
1Corintios 4, 1-5; Sal 36; Lucas 5, 33-39
Vernos separados de la persona que amamos nos resulta doloroso;
sentimos la añoranza de su presencia, a la mente nos vienen los recuerdos de
los momentos hermosos que junto a esa persona vivimos, ansiamos y deseamos
estar con ella y en nuestro corazón sentimos el dolor de su ausencia. En muchas
ocasiones esa separación se nos hace tan dura que parece que perdemos el gusto
o el sentido de todo y nos parece que se nos acaban las ganas de vivir. Sin
embargo siempre permanece la esperanza de un nuevo reencuentro y soñamos con
los momentos felices que podremos volver a vivir, por eso el dolor de la separación
parece que se mitiga en esa esperanza que nos anima y nos hace estar deseando
ese nuevo día.
Son experiencias humanas que vivimos en distintos momentos a lo largo
de la vida, un viaje, una necesidad de cambiar de residencia, unas obligaciones
laborales, u otras circunstancias que se nos pueden hacer más dolorosas y
difíciles de sobrellevar que en ocasiones se nos vuelven traumas para el corazón.
Son experiencias humanas de las que tenemos que trascendernos porque nos pueden
estar hablando también de experiencias del espíritu, experiencias que como
creyentes y cristianos podemos vivir.
Son los momentos de gracia que como cristianos podemos vivir cuando
sentimos fuertemente la presencia del Señor en nuestro corazón y en nuestra
vida que nos dan un sentido muy especial a nuestro vivir. Es el gozo y la alegría
que siempre ha de cantar en el corazón del cristiano porque se sabe gozosamente
amado y no pierde de vista de ninguna manera esa presencia del Señor en su
vida, aunque puedan aparecer humanamente momentos duros por las pruebas o las
dificultades que pasemos, por enfermedades o limitaciones que quizá tengamos
que soportar, u otros momentos dolorosos de la vida.
Pero el cristiano no pierde nunca la alegría del Espíritu en su corazón.
Se sabe amado y se sabe lleno del Espíritu del Señor. No tienen entonces que
atormentarse ni buscar por si mismo momentos o situaciones de sufrimiento
porque la alegría del Espíritu canta en su corazón. No es fácil en ocasiones,
porque pueden ser muchas las tormentas que nos envuelvan, pero vivimos con
seguridad, la seguridad y la confianza en el amor del Señor.
El evangelio hoy nos habla de ayunos y sacrificios que le reprochan
los fariseos a los discípulos de Jesús porque no hacen. En el sentido con que
lo Vivian los fariseos el ayunar era algo así como un luto, porque incluso
externamente en su porte así habían de manifestarse cuando ayunaban. Y Jesús
les dice que sus discípulos no necesitan de esas apariencias ni tienen que
estar con esos duelos, porque los amigos del novio cuando están en la boda de
su amigo lo han de vivir con gozo y alegría. Lejos entonces de los discípulos
de Jesús los llantos y los lutos, porque están con Jesús. No olvidemos cuantas
veces Jesús compara el Reino de Dios con un banquete de bodas. Y así tienen que
estar viviendo, con ese sentido, los discípulos de Jesús el Reino de Dios al
que Jesús le está invitando.
Así tenemos que vivir nuestra vida cristiana, nuestro seguimiento de Jesús.
Vivimos el Reino nuevo de Dios y el banquete de bodas con todo su sentido de
alegría y de fiesta es la nueva manera de nuestro vivir. Vistámonos el traje
nuevo de fiesta que ha de vestir siempre el hombre nuevo del Reino de Dios.
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