A los discípulos les costaba entender los anuncios que hacia Jesús de su pascua como nos cuesta a nosotros entender el espíritu evangélico
Eclesiastés, 11, 9-12, 8; Sal. 9; Lc. 9, 44-45
Hay ocasiones en la vida en que por mucho que nos digan
las cosas no terminamos de creer o aceptar aquello que nos dicen; sobre todo
cuando nos parece que todo marcha bien, que no hay problemas, pero alguien con
una visión distinta vislumbra los problemas que nos pueden aparecer, que las
cosas se nos pueden torcer y nos previene para que estemos preparados o para
que tomemos medidas que nos prevengan o preparen para aquello que nos pueda
suceder; quizá nos cegamos en nuestro entusiasmo y nos puede parecer que todo
va a marchar siempre sobre ruedas.
Algo así les estaba pasando a los discípulos con los
anuncios que Jesús les venía haciendo de su pascua, de su pasión. Ayer mismo
cuando escuchábamos la proclamación de fe de Pedro confesando que Jesús era el Mesías,
tras prohibirles que lo dijesen a nadie, les anuncia que ‘el
Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos
sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
En el texto que hoy hemos escuchado paradójicamente
cuando la gente estaba entusiasmada por Jesús por lo que escuchaba y por lo que
hacía, ‘entre la admiración general por
lo que hacía, dice el evangelista,
Jesús dijo a sus discípulos: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre
lo van a entregar en manos de los hombres’. Jesús les insiste, pero a ellos
no se les metía en la cabeza; si todo el mundo sentía admiración por Jesús, si
la gente acudía de todas partes para escucharle y traerle sus enfermos que El
curaba, cómo le podía pasar algo a Jesús, cómo podía ser entregado en manos de
los gentiles.
‘No entendían este
lenguaje’, dice el
evangelista; ‘les resultaba tan oscuro
que no cogían el sentido’. Jesús les
había prohibido que dijeran a la gente que El era el Mesías, precisamente por
esa idea que se habían hecho de lo que tenía que ser el Mesías, pero en sus cabezas
seguían con ese pensamiento.
El Mesías venia como caudillo triunfador que les iba a
liberar de todas las opresiones de los pueblos extranjeros y se iba a restaurar
la soberanía de Israel; ahí estarán, lo escucharíamos en los próximos días,
discutiendo entre ellos quien sería el primero en ese Reino nuevo que Jesús iba
a instaurar; por otra parte veremos a algunos de ellos de arribistas valiéndose
de parentescos para estar uno a la derecha y otro a la izquierda.
Y Jesús les hablará una y otra vez de que hay que
hacerse el último y el servidor de todos; que entre ellos no puede suceder como
entre los poderosos de este mundo; que el Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido sino servir; que la ley que debe imperar en ese nuevo reino es la del
amor y la del servicio, pero seguían sin entender ese lenguaje. ‘Y les daba miedo preguntarle sobre el
asunto’, dice el evangelista. Y cuando Jesús los encontrara discutiendo
sobre quien sería el primero entre ellos, a las preguntas de Jesús tratarían de
escabullirse de la forma que fuera, porque en su corazón seguían predominando
los orgullos y las apetencias a los poderes.
Cuando llegase el momento de la pasión aquello sería un
escándalo grande para ellos y huirían y se esconderían encerrándose en el
cenáculo, porque tendrían miedo entonces de que a ellos les pudiera suceder lo
mismo. Ya surgiría el incidente con Pedro en el patio del pontífice mientras
estaban juzgando a Jesús y Pedro recularía negando incluso conocer a Jesús.
Sólo después de la resurrección comprenderían los anuncios de Jesús y por la
fuerza del Espíritu comenzarían a vivir todo aquello que Jesús les había
enseñado.
Pero, no juzgemos tan fácilmente a los apóstoles,
porque ¿no nos sucederá de la misma manera a nosotros? Cuánto nos cuesta
entender muchas de las cosas que nos dice Jesús; cuánto nos cuesta poner por
obra en la práctica de cada día esas actitudes de amor que Jesús nos propone
como estilo y sentido de nuestra vida; nos cuesta aceptarnos, comprendernos,
perdonarnos; continuamente surge entre nosotros una lucha de orgullos porque no
queremos callar, no queremos perder, nos cuesta ser humildes.
Lo de olvidarnos de nosotros mismos para pensar primero
en el bien de los demás es algo que todavía no llegar a entrar en nuestra
manera de pensar y de actuar; cómo nos rebelamos contra el dolor y el
sufrimiento sin saber hacer ofrenda de amor de nuestra vida al Señor. Así
podríamos pensar en muchas cosas, porque preferimos muchas veces los
triunfalismos y las grandezas aunque se nos queden en apariencias.
Pidámosle al Señor que nos dé la fuerza de su Espíritu
para que podamos entender bien su mensaje y para que seamos capaces de vivir el
estilo del evangelio.