La misión que nos confía Jesús nos hace dar señales del Reino de Dios venciendo todo mal y dejándonos envolver por el amor
Prov. 30, 5-9; Sal. 118; Lc.9, 1-6
La misión de Jesús es la misma que confía a sus
apóstoles; son sus enviados, como la misma palabra indica, con su misma misión.
Jesús anuncia el Reino de Dios por el que tenemos que lograr que Dios sea el
único Señor del hombre y de la historia; y si Dios es nuestro único Señor, el
único Rey de nuestra vida, todo lo que pretenda quitar ese Señorío de Dios es
expresión del mal. Siendo Dios nuestro único Señor estamos llamados a la mayor
felicidad y plenitud, porque con Dios nada nos esclaviza, nada tendría que
hacernos sufrir, a nada tenemos que sentirnos atados, seremos los hombres más
libres y más felices.
Pero nos cuesta lograr ese Señorío de Dios en nuestra
vida, porque el mal nos acecha y nos quiere esclavizar; el mal nos limita y nos
llena de sufrimientos; el mal nos impide ser de verdad felices. Es el pecado
que se nos mete en el corazón pero del que Cristo viene a liberarnos; por eso
nos dirá que la verdad nos hará libres y Cristo es nuestra verdad y la
salvación verdadera.
Cuando Jesús anuncia el Reino de Dios que llega a
nuestra vida como un signo nos va curando de nuestras enfermedades; los milagros
son signos porque nos están dando la señal de todo de lo que quiere liberarnos
Cristo con su salvación. Así le vemos recorrer los caminos de Palestina
anunciando el Reino, diciéndonos cuál ha de ser ese sentido nuevo de nuestra
vida cuando reconocemos a Dios como nuestro único Señor; y va dándonos señales
de esa liberación del mal curando a los enfermos, resucitando a los muertos,
limpiando a los leprosos, como una señal de que nos va trayendo el perdón y la
paz. Cuantas veces después de realizar un milagro les dice: ‘vete en paz y no
peques más’.
Es la misma misión que confía a sus discípulos, que confía
a los apóstoles, como hoy hemos escuchado. ‘Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad
sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a
proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos…’ La misma
actuación de Jesús, su mismo anuncio y sus mismas obras. Así tienen que
manifestarse las señales del Reino de Dios; así tienen que comenzar a reconocer
que Dios es el único Señor de nuestra vida y de nuestra historia y que el mal
ha de ser vencido. Es una tarea donde hemos de ir llenando de humanidad los
corazones desde el amor y la paz, pero que solo podemos conseguir plenamente
cuando nos llenamos de Dios. Al final el evangelista dirá que ‘ellos se
pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y
curando en todas partes’.
Pero ¿cómo habían de
realizar esa misión? En la vida de los enviados no había de haber preocupación
por la posesión de las cosas de este mundo como medio y como fuerza para
realizar su misión. Pobreza y confianza en Dios han de resplandecer en sus
vidas. Las mochilas para su camino solo han de ir llenas de Dios. Para realizar esta misión a la que
se nos envía Jesús pone una condición: No llevar nada para el camino; ir
desprovistos de seguridades, con una cierta indefensión, atreviéndonos a
exponernos, ligeros de equipaje. ‘Ni
bastón ni alforja, ni pan ni dinero, ni túnica de repuesto’, nos dice el
Señor. Y es que llevar la mochila demasiado cargada dificulta el viaje: nos
hace pesados, rígidos, autosuficientes, incapaces de contar con los otros, de
abrirnos a sorpresas que nos puedan desviar de nuestros caminos previstos.
Nuestra confianza ha de estar puesta totalmente en el Señor porque solo El es
nuestra fuerza.
Hay un pensamiento hermoso
que nos decía el sabio de los Proverbios que escuchábamos en la primera lectura.
‘No me des riqueza ni pobreza, concédeme
mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: «¿Quién es el
Señor?»; no sea que, necesitando, robe y blasfeme el nombre de mi Dios’. ¿No
es lo que pedimos también en el padrenuestro? No pedimos ni riquezas ni
abundancias, sino solo el pan de cada día. Lo demás nos sobra, porque sabemos confiarnos en la providencia paternal de Dios. Con esa confianza en el
Señor que vivimos en cada momento de nuestra vida, vamos también a realizar la
misión que el Señor nos confía. Nuestra pobreza con nuestra disponibilidad que
nos hace tener verdadera libertad de espíritu es la mejor señal de que en
verdad queremos realizar el Reino de Dios en nuestra vida.
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