La generosidad de Dios en su amor hacia nosotros es sorprendente pero nos pide respuesta generosa en nuestro compromiso
Is. 55, 6-9; Sal. 144; Filp. 1, 20-24.27; Mt. 20, 1-6
La generosidad del amor del Señor para con nosotros
siempre nos resulta tremendamente sorprendente. Nuestras categorías humanas,
los criterios por los que muchas veces nos regimos los hombres muchas veces los
encorsetamos de tal manera que no nos podemos salir de la regla, y aunque
decimos que queremos ser humanos los unos con los otros en todas nuestras
relaciones algunas veces andamos excesivamente atados a unas medidas que nos
imponemos y tenemos el peligro de hacernos intransigentes y hasta inhumanos. Por
eso nos sorprenderá siempre la generosidad del amor del Señor.
Pero, ¿hasta dónde llega nuestro amor y nuestra
generosidad? Desde esa tentación de mirarnos a nosotros mismos que todos
tenemos fácilmente ponemos límites y reglas diciéndonos que en esto sí podemos
ser generosos, pero en aquello otro quizá no es necesario llegar a tanto y
cosas así que algunas veces hasta nos imponemos decimos guiados por la
justicia.
Pero ya sabemos generosidad del amor del Señor supera
esos limites o esas reglas que nosotros nos imponemos. Ya nos decía el profeta
en la primera lectura desde la Palabra que el Señor quería dirigirnos, ‘mis planes no son vuestros planes, vuestros
caminos no son mis caminos’, y nos había señalado que aunque fuéramos
malvados y pecadores, si nos volvemos al Señor y vamos a su encuentro
arrepentidos siempre vamos a encontrar la piedad y la misericordia del Señor,
porque como decíamos en el salmo ‘el
Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, el
Señor es bueno con todos, cariñoso con
todas sus criaturas’.
Los caminos del Señor son excelsos e infinita es
siempre su misericordia. Ojalá nosotros aprendiéramos a actuar así en nuestra
relación con los demás. Y lo que tenemos que saber hacer es que nuestros
planes, nuestros caminos, los criterios de nuestra vida estén de verdad en
consonancia con lo que nos enseña en el evangelio.
El evangelio que hoy hemos escuchado nos sorprende. Son
muchas las cosas que el Señor quiere decirnos con esta parábola. Recordamos, el
propietario que sale en diversas horas del día a la plaza para buscar
jornaleros para su viña. Desde el principio había quedado en pagarles un
denario a cada uno por su trabajo; pero eso había sido con los primeros que
había contratado, luego les dirá que les pagará lo debido.
Será al final de la jornada cuando comience a retribuir
el trabajo que han realizado aquellos jornaleros cuando a todos da un denario;
comenzó por los de la última hora y ya los primeros pensaban que a ellos les
daría más. Reclaman pero el propietario les dice que les da lo justo, porque es
en lo que habían quedado. Es entonces cuando habla de la generosidad de su
corazón con la que quiere actuar con todos. Les sorprende con la generosidad
con la quiere pagar a todos sea la hora que fuera a la que hubieran llegado a
trabajar.
Nos está hablando de la generosidad del corazón del
Señor que desborda nuestros criterios y nuestras maneras de actuar. ¿Merecemos
por mucho que hayamos hecho la generosidad del amor del Señor que siempre nos
ama, aunque seamos débiles, aunque quizá no rindamos todo lo que tendríamos que
rendir, aunque muchas veces vayamos dando tropiezos por la vida?
Es la grandeza del amor de Dios. ¿No nos ama el Señor
aunque nosotros seamos pecadores? Ya nos decía san Juan en sus cartas que el amor de Dios consiste no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero. Y san Pablo nos dice
que Dios nos salva gratuitamente por su
bondad y su amor gracias a la redención de Jesucristo. Y nos dirá que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por
nosotros, y ahí se manifiesta la grandeza del amor de Dios. Así nos sorprende el amor de Dios.
Nuestra respuesta tiene que ser la fe y el amor. ¿Cómo
no vamos a creer en quien tanto nos ama? ¿Cómo no vamos a poner toda nuestra fe
y nuestra confianza en El cuando así se ha dado por nosotros? Una fe que se va
a manifestar en las obras de nuestro amor, porque sintiéndonos así amados de
Dios no podemos menos que amar de la misma manera.
La parábola del evangelio, como venimos comentando y
como hemos escuchado en su proclamación, nos habla de ese propietario que va saliendo
a distintas horas a buscar jornaleros para su viña. Es la llamada que el Señor
va haciendo a nuestra vida. Una llamada a que nos convirtamos de corazón a El y
una llamada a que entremos a formar parte de su Reino, pero trabajando por el
Reino de Dios. Muchas cosas podemos considerar desde esa llamada que nos hace
el Señor.
La primera llamada, por así decirlo, es a que pongamos
toda nuestra fe en El, seguirle. Es lo que vamos escuchando continuamente a lo
largo del Evangelio. Y poner nuestra fe en El y seguirle nos exige esa
conversión del corazón, porque es darle la vuelta a nuestra vida para vivir no
según nuestros criterios o caminos sino según el plan del Señor. Es aceptar el
evangelio, esa buena nueva de salvación que tiene para nosotros. Fue su primer
anuncio. Y muchas cosas tenemos que transformar en el corazón.
Y en esa llamada a trabajar en la viña podemos ver lo
que nos va pidiendo el Señor en cada hora de nuestra vida para la construcción
del Reino de Dios. ‘¿Cómo es que estáis
ociosos, sin trabajar todo el día?’ les pregunta a aquellos que se
encuentra en la plaza sin hacer nada. ¿Nos podrá preguntar el Señor eso a
nosotros también?
¿Dónde está el compromiso de nuestra fe? ¿En qué se
manifiesta? ¿Andaremos también cruzados de brazos pensando que son otros los
que tienen que realizar la tarea? Grande es la tarea que un cristiano tiene que
realizar en su mundo desde el compromiso de su fe. El testimonio que tenemos
que dar en nuestra vida no lo podemos ocultar, pero además es en tantas cosas en
las que podemos comprometernos. Ahí tenemos delante de nosotros todas las
tareas pastorales que se realizan en nuestras parroquias y donde tenemos, como
se suele decir, que arrimar el hombro; manifestar nuestro compromiso dedicando
nuestro tiempo, ofreciendo nuestra colaboración, asumiendo tareas.
Muchas son las cosas que tenemos que hacer trabajando
así en la viña del Señor. Sabemos que la recompensa del Señor no nos faltará
como nos faltará nunca su amor en donde encontramos la fuerza y la gracia para
realizar ese compromiso y esa tarea que asumamos. Muchas veces los cristianos
le piden una serie de servicios a las parroquias para que nos atiendan en esto
o en aquello otro, pero no pensamos que todo lo que es la vida de una parroquia
solo se puede realizar con la colaboración de todos. Pedimos pero no somos
capaces de ofrecernos para realizar alguna tarea. Exigimos quizá pero nosotros
no somos capaces de comprometernos. Y me pregunto ¿y entonces quien es el que
lo hará?
No olvidemos, por otra parte, que trabajar por la viña
del Señor, por el Reino de Dios se realiza también a través de esos pequeños
gestos de amor, de cercanía, de generosidad que cada día podemos y tenemos que
realizar con quienes están a nuestro lado. Ese testimonio de las pequeñas cosas
hechas con amor es anuncio y es testimonio y también pueden atraer a los demás
a que vengan por los caminos del Evangelio y sabemos que la recompensa del
Señor será siempre grande, porque ni algo tan sencillo como un vaso de agua
dado en su nombre se quedará sin recompensa.
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