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sábado, 27 de septiembre de 2014

A los discípulos les costaba entender los anuncios que hacia Jesús de su pascua como nos cuesta a nosotros entender el espíritu evangélico

A los discípulos les costaba entender los anuncios que hacia Jesús de su pascua como nos cuesta a nosotros entender el espíritu evangélico

Eclesiastés, 11, 9-12, 8; Sal. 9; Lc. 9, 44-45
Hay ocasiones en la vida en que por mucho que nos digan las cosas no terminamos de creer o aceptar aquello que nos dicen; sobre todo cuando nos parece que todo marcha bien, que no hay problemas, pero alguien con una visión distinta vislumbra los problemas que nos pueden aparecer, que las cosas se nos pueden torcer y nos previene para que estemos preparados o para que tomemos medidas que nos prevengan o preparen para aquello que nos pueda suceder; quizá nos cegamos en nuestro entusiasmo y nos puede parecer que todo va a marchar siempre sobre ruedas.
Algo así les estaba pasando a los discípulos con los anuncios que Jesús les venía haciendo de su pascua, de su pasión. Ayer mismo cuando escuchábamos la proclamación de fe de Pedro confesando que Jesús era el Mesías, tras prohibirles que lo dijesen a nadie, les anuncia  que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
En el texto que hoy hemos escuchado paradójicamente cuando la gente estaba entusiasmada por Jesús por lo que escuchaba y por lo que hacía, ‘entre la admiración general por lo que hacía, dice el evangelista, Jesús dijo a sus discípulos: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres’. Jesús les insiste, pero a ellos no se les metía en la cabeza; si todo el mundo sentía admiración por Jesús, si la gente acudía de todas partes para escucharle y traerle sus enfermos que El curaba, cómo le podía pasar algo a Jesús, cómo podía ser entregado en manos de los gentiles.
‘No entendían este lenguaje’, dice el evangelista; ‘les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido’.  Jesús les había prohibido que dijeran a la gente que El era el Mesías, precisamente por esa idea que se habían hecho de lo que tenía que ser el Mesías, pero en sus cabezas seguían con ese pensamiento.
El Mesías venia como caudillo triunfador que les iba a liberar de todas las opresiones de los pueblos extranjeros y se iba a restaurar la soberanía de Israel; ahí estarán, lo escucharíamos en los próximos días, discutiendo entre ellos quien sería el primero en ese Reino nuevo que Jesús iba a instaurar; por otra parte veremos a algunos de ellos de arribistas valiéndose de parentescos para estar uno a la derecha y otro a la izquierda.
Y Jesús les hablará una y otra vez de que hay que hacerse el último y el servidor de todos; que entre ellos no puede suceder como entre los poderosos de este mundo; que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino servir; que la ley que debe imperar en ese nuevo reino es la del amor y la del servicio, pero seguían sin entender ese lenguaje. ‘Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto’, dice el evangelista. Y cuando Jesús los encontrara discutiendo sobre quien sería el primero entre ellos, a las preguntas de Jesús tratarían de escabullirse de la forma que fuera, porque en su corazón seguían predominando los orgullos y las apetencias a los poderes.
Cuando llegase el momento de la pasión aquello sería un escándalo grande para ellos y huirían y se esconderían encerrándose en el cenáculo, porque tendrían miedo entonces de que a ellos les pudiera suceder lo mismo. Ya surgiría el incidente con Pedro en el patio del pontífice mientras estaban juzgando a Jesús y Pedro recularía negando incluso conocer a Jesús. Sólo después de la resurrección comprenderían los anuncios de Jesús y por la fuerza del Espíritu comenzarían a vivir todo aquello que Jesús les había enseñado.
Pero, no juzgemos tan fácilmente a los apóstoles, porque ¿no nos sucederá de la misma manera a nosotros? Cuánto nos cuesta entender muchas de las cosas que nos dice Jesús; cuánto nos cuesta poner por obra en la práctica de cada día esas actitudes de amor que Jesús nos propone como estilo y sentido de nuestra vida; nos cuesta aceptarnos, comprendernos, perdonarnos; continuamente surge entre nosotros una lucha de orgullos porque no queremos callar, no queremos perder, nos cuesta ser humildes.
Lo de olvidarnos de nosotros mismos para pensar primero en el bien de los demás es algo que todavía no llegar a entrar en nuestra manera de pensar y de actuar; cómo nos rebelamos contra el dolor y el sufrimiento sin saber hacer ofrenda de amor de nuestra vida al Señor. Así podríamos pensar en muchas cosas, porque preferimos muchas veces los triunfalismos y las grandezas aunque se nos queden en apariencias.

Pidámosle al Señor que nos dé la fuerza de su Espíritu para que podamos entender bien su mensaje y para que seamos capaces de vivir el estilo del evangelio.

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