Una pregunta y una respuesta de la que va a depender todo lo que es nuestra vida y si la podemos llamar cristiana
Eclesiastés, 3, 1-11; Sal. 143; Lc. 9, 18-22
¿Quién es Jesús? Es la pregunta que a nosotros también
se nos hace y que está en el fondo de lo que es nuestra vida cristiana. Jesús la
hace a sus discípulos, preguntando primero por la opinión de la gente, pero
luego preguntándoles directamente a ellos. Es la pregunta que esta mañana, de
manera especial, nos está haciendo directamente a nosotros; no es tanto lo que
la gente pueda pensar, sino lo que es nuestro pensamiento más profundo acerca
de Jesús porque de la respuesta que nos demos estaremos definiendo de verdad lo
que es nuestro ser cristiano.
También a nosotros se nos pueden crear confusiones en nuestra
mente y en nuestro corazón y nos cueste definirnos bien en la respuesta a esa
pregunta fundamental de nuestro ser cristiano. Le sucedía a la gente en los
tiempos de Jesús, pero si miramos la historia son también las confusiones que
se crean en muchas personas, como a tantos a nuestro alrededor, incluso entre
nosotros los bautizados.
Los judíos vivían con la esperanza del Mesías prometido
y repetidamente anunciado a través de toda la historia de la salvación. Los
profetas habían alentado esa esperanza a través de su historia y el pueblo
creyente que vivía en esa esperanza también algunas veces se hacía una idea no
del todo clara de lo que había de ser el Mesías anunciado. Finalmente había
aparecido cuando llegaba la plenitud de los tiempos el Bautista como el que venía
ya a preparar de manera inminente la llegada del Mesías Salvador. Y allí estaba
Jesús en medio de ellos.
Unos se entusiasmaban con sus palabras que hacían
renacer la esperanza en su corazón o también por los signos que realizaba
porque curaba a los enfermos y hasta resucitaba a los muertos, aunque no
siempre hacían una lectura apropiada de los signos que realizaba Jesús de la
llegada del Reino de Dios. Otros, sin embargo, como sabemos muy bien lo
rechazaban; era la oposición de muchos fariseos, de los sacerdotes y de los
escribas y de todos aquellos que se habían hecho una idea muy determinada de cómo
había de ser el Mesías.
Ahora Jesús pregunta a los discípulos más cercanos, a
aquellos que ya había escogido para constituirlos sus enviados, los apóstoles,
primero sobre lo que la gente va diciendo de Jesús. ¿Lo tendrían ellos
suficientemente claro? ¿estarían también con sus dudas en su interior? La
respuesta aunque refleja la opinión de las gentes, era en cierto modo evasiva
por parte de los apóstoles que no terminaban de definirse. ‘Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a
la vida uno de los antiguos profetas’. La referencia es a personajes del
pasado; pero Jesús no es un personaje del pasado que vuelve a la vida; ni
siquiera podemos decir que es como uno de aquellos personajes del pasado,
porque Jesús se está manifestando con una autoridad muy especial y muy
distinta. Ya la gente lo había dicho, ‘éste sí que habla con autoridad…’
Por eso Jesús sigue preguntando ahora de forma directa
a los discípulos ‘y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ ¿Tendrán una respuesta
certera que dar? ¿se quedarían callados sin saber que responder? Será Pedro el
que se adelante: ‘El Mesías de Dios’. Así
tajantemente, claramente, con rotundidad es la respuesta de Pedro. En los otros
evangelistas se nos hará el comentario de lo que le dice Jesús que si ha sido
capaz de dar esa respuesta es porque el Padre del cielo se lo ha revelado en el
corazón. Pero ahora Jesús no quiere que digan a nadie que El es el Mesías.
¿Cómo sería nuestra respuesta? ¿se parecerá a la que dio
Pedro? ¿confesaremos de verdad que Jesús es el Mesías, porque es nuestro
Salvador, la única salvación de nuestra vida, porque es el Hijo de Dios? Pero,
ojo, esta respuesta no la podemos dar como palabras aprendidas de memoria en el
catecismo.
Responder que Jesús es el Señor, porque es el Hijo de
Dios y nuestro único Salvador, tiene que ser una respuesta que comprometa
nuestra vida. Cuando confesamos que en El hemos encontrado la salvación
entrañará que ya desde ahora vamos a vivir esa salvación; cuando confesamos que
es el Señor, significará como toda nuestra vida tiene que girar siempre en
torno a Jesús; cuando estamos profesando nuestra fe en Jesús estamos diciendo sí
a su Buena Nueva de Salvación, a su Evangelio donde encontraremos para siempre
todo el sentido y el valor de lo que hacemos y de lo que vivimos. Una respuesta
que no podemos dar de cualquier manera si no implicamos toda nuestra vida en
ella. De cómo respondamos dependerá de lo que va a ser nuestra vida cristiana.
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