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martes, 23 de septiembre de 2014

Ojalá sintiéramos inquietud por anunciar la Palabra a todos los que están fuera para que también conozcan a Jesús

Ojalá sintiéramos inquietud por anunciar la Palabra a todos los que están fuera para que también conozcan a Jesús

Prov. 21, 1-6.10-13; Sal. 118; Lc. 8,19-21
El episodio que nos narra en estos cortos versículos el evangelista podría pasar como una anécdota más de las tantas cosas que sucedían cada día en el entorno de Jesús con la gente que se arremolinaba a su alrededor para escucharle. Ya nos ha dicho como vienen de todas partes y son muchos los que quieren escucharle o llevar hasta El sus enfermos.
En la orilla del lago se ha tenido que subir Jesús a una barca para hablarles desde allí mientras la gente en la playa les escuchaba; ya en otra ocasión nos hablaba de que la gente llenaba la casa hasta la puerta cuando vinieron con aquel paralítico que no podían entrar y terminan por quitar unas lozas de la azotea para descolgarlo a los pies de Jesús. Ahora llegan hasta Jesús su madre y unos parientes, hermanos en la expresión semita para referirse a todos los familiares cercanos. No es necesario meternos ahora con más explicaciones del término hermano que siempre la Iglesia lo ha interpretado en este sentido.
Le avisan a Jesús: ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Una ocasión para una hermosa enseñanza de Jesús en la respuesta directa que da a este anuncio. Con Jesús formamos una nueva familia, que no son los vínculos de la carne y de la sangre ni siquiera la cercanía de una amistad. Hay algo más hondo que nos hace entrar en la familia de Jesús. Es su respuesta. ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra’.
Como tantas veces decimos no es un rechazo de Jesús a su madre y a sus parientes, ni mucho menos. Lo podemos ver incluso como una alabanza para María,  que fue la primera que escuchó y dijo ‘sí’. Cuántas veces hemos cantado, ‘Madre de todos los hombres enséñanos a decir: Amén’. De María aprendemos a decir sí, plantar la Palabra de Dios en nuestro corazón. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra’, le respondió María al ángel de la Anunciación. Y será la contra alabanza de Jesús cuando la mujer anónima del Evangelio comenzó a prorrumpir en alabanzas a la Madre de Jesús. ‘Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’.
Ahí tenemos la primera enseñanza, para saber nosotros acoger la Palabra de Dios y llevarla a nuestra vida cumpliéndola. No nos basta decir ‘sí’, si luego no obedecemos la Palabra y el mandato del Señor. No nos basta decir ‘Señor, Señor’, si luego no cumplimos la voluntad del Padre. Ante nosotros está el Hijo amado de Dios a quien tenemos que escuchar, a quien queremos seguir, en quien ponemos toda nuestra fe, a quien queremos amar.
Pero quisiera hacerme otra consideración, que quizá para algunos les pudiera parecer un forzar el texto sagrado, pero es que siento una inquietud en el corazón y este texto hoy escuchado, quizá en la literalidad de sus palabras, alimenta aún más esa inquietud. Son las palabras con las que anunciaron a Jesús la presencia de María y de sus familiares. ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’, le dicen.
Sí, fuera está María y su familia que quiere verle y les es difícil entrar. Pero cuántos estarían fuera, ignorantes quizá de lo que allí sucede, con curiosidad quizá, o con deseos de ver a Jesús y no terminan de verlo. ‘Están fuera y quieren verte’, que dice el evangelista. Algunas veces nos contentamos con los que venimos, los que llegamos al entorno de la Iglesia o llegamos incluso a participar en las celebraciones, pero cuántos están fuera y en los que quizá tendríamos que sembrar la inquietud de querer ver y conocer también a Jesús.
Estos días en nuestro entorno se están celebrando las fiestas del Cristo, ya sea en La Laguna, en Tacoronte o seguirán también en otros muchos pueblos. La otra noche participaba yo en una celebración de la Eucaristía dentro de estas fiestas. El templo es cierto está prácticamente lleno, pero cuando salió la procesión tuve la oportunidad de mirar hacia la plaza del entorno del Santuario y allí había una multitud grande de gente que había venido a la fiesta, estaban viendo desfilar la procesión con la Imagen del Cristo y se agolparían en las aceras a su paso y así en todas las procesiones de la fiesta. Pero esa gente no llegaba a entrar a la celebración, ‘estaban fuera’ y quizá se contentaban con ver el paso de la Imagen sagrada. Como tantas otras personas en el entorno de la fiesta se acercarían por aquel ambiente aquellos días, pero se quedaban solo en eso. Aunque en la fiesta del Cristo, sin embargo se quedaban fuera, en lo de fuera.

¿No nos dice nada todo esto? ¿No tendríamos que sentir una inquietud en el corazón porque a esas personas también tendríamos que anunciarle a Jesús, para que conozcan a Cristo no solo en una imagen sino en todo su misterio de salvación y en su evangelio? Pensemos, sí, en los que están fuera y quizá también quieran ver a Jesús. ¿Qué hacemos nosotros para llevarles ese conocimiento de Jesús? Siento esa inquietud en el corazón.

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