Ojalá sintiéramos inquietud por anunciar la Palabra a todos los que están fuera para que también conozcan a Jesús
Prov. 21, 1-6.10-13; Sal. 118; Lc. 8,19-21
El episodio que nos narra en estos cortos versículos el
evangelista podría pasar como una anécdota más de las tantas cosas que sucedían
cada día en el entorno de Jesús con la gente que se arremolinaba a su alrededor
para escucharle. Ya nos ha dicho como vienen de todas partes y son muchos los
que quieren escucharle o llevar hasta El sus enfermos.
En la orilla del lago se ha tenido que subir Jesús a
una barca para hablarles desde allí mientras la gente en la playa les
escuchaba; ya en otra ocasión nos hablaba de que la gente llenaba la casa hasta
la puerta cuando vinieron con aquel paralítico que no podían entrar y terminan
por quitar unas lozas de la azotea para descolgarlo a los pies de Jesús. Ahora
llegan hasta Jesús su madre y unos parientes, hermanos en la expresión semita
para referirse a todos los familiares cercanos. No es necesario meternos ahora
con más explicaciones del término hermano que siempre la Iglesia lo ha
interpretado en este sentido.
Le avisan a Jesús: ‘Tu
madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Una ocasión para una
hermosa enseñanza de Jesús en la respuesta directa que da a este anuncio. Con
Jesús formamos una nueva familia, que no son los vínculos de la carne y de la
sangre ni siquiera la cercanía de una amistad. Hay algo más hondo que nos hace
entrar en la familia de Jesús. Es su respuesta. ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios
y la ponen por obra’.
Como tantas veces decimos no es un rechazo de Jesús a
su madre y a sus parientes, ni mucho menos. Lo podemos ver incluso como una
alabanza para María, que fue la primera
que escuchó y dijo ‘sí’. Cuántas
veces hemos cantado, ‘Madre de todos los
hombres enséñanos a decir: Amén’. De María aprendemos a decir sí, plantar
la Palabra de Dios en nuestro corazón. ‘Aquí
está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra’, le respondió
María al ángel de la Anunciación. Y será la contra alabanza de Jesús cuando la
mujer anónima del Evangelio comenzó a prorrumpir en alabanzas a la Madre de
Jesús. ‘Dichosos más bien los que
escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’.
Ahí tenemos la primera enseñanza, para saber nosotros
acoger la Palabra de Dios y llevarla a nuestra vida cumpliéndola. No nos basta
decir ‘sí’, si luego no obedecemos la
Palabra y el mandato del Señor. No nos basta decir ‘Señor, Señor’, si luego no cumplimos la voluntad del Padre. Ante
nosotros está el Hijo amado de Dios a quien tenemos que escuchar, a quien
queremos seguir, en quien ponemos toda nuestra fe, a quien queremos amar.
Pero quisiera hacerme otra consideración, que quizá
para algunos les pudiera parecer un forzar el texto sagrado, pero es que siento
una inquietud en el corazón y este texto hoy escuchado, quizá en la literalidad
de sus palabras, alimenta aún más esa inquietud. Son las palabras con las que
anunciaron a Jesús la presencia de María y de sus familiares. ‘Tu madre y tus hermanos están fuera y
quieren verte’, le dicen.
Sí, fuera está María y su familia que quiere verle y
les es difícil entrar. Pero cuántos estarían fuera, ignorantes quizá de lo que allí
sucede, con curiosidad quizá, o con deseos de ver a Jesús y no terminan de
verlo. ‘Están fuera y quieren verte’,
que dice el evangelista. Algunas veces nos contentamos con los que venimos, los
que llegamos al entorno de la Iglesia o llegamos incluso a participar en las
celebraciones, pero cuántos están fuera y en los que quizá tendríamos que
sembrar la inquietud de querer ver y conocer también a Jesús.
Estos días en nuestro entorno se están celebrando las
fiestas del Cristo, ya sea en La Laguna, en Tacoronte o seguirán también en
otros muchos pueblos. La otra noche participaba yo en una celebración de la Eucaristía
dentro de estas fiestas. El templo es cierto está prácticamente lleno, pero
cuando salió la procesión tuve la oportunidad de mirar hacia la plaza del
entorno del Santuario y allí había una multitud grande de gente que había
venido a la fiesta, estaban viendo desfilar la procesión con la Imagen del
Cristo y se agolparían en las aceras a su paso y así en todas las procesiones
de la fiesta. Pero esa gente no llegaba a entrar a la celebración, ‘estaban fuera’ y quizá se contentaban
con ver el paso de la Imagen sagrada. Como tantas otras personas en el entorno
de la fiesta se acercarían por aquel ambiente aquellos días, pero se quedaban
solo en eso. Aunque en la fiesta del Cristo, sin embargo se quedaban fuera, en
lo de fuera.
¿No nos dice nada todo esto? ¿No tendríamos que sentir
una inquietud en el corazón porque a esas personas también tendríamos que anunciarle
a Jesús, para que conozcan a Cristo no solo en una imagen sino en todo su
misterio de salvación y en su evangelio? Pensemos, sí, en los que están fuera y
quizá también quieran ver a Jesús. ¿Qué hacemos nosotros para llevarles ese
conocimiento de Jesús? Siento esa inquietud en el corazón.
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