Vistas de página en total

sábado, 7 de marzo de 2015

Un cuadro que retrata nuestra miseria pero sobre todo la misericordia y ternura de Dios

Un cuadro que retrata nuestra miseria pero sobre todo la misericordia y ternura de Dios

Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 102; Lucas 15,1-3.11-32
Un cuadro nos ofrece la Palabra de Dios hoy donde se encuentran la miseria del hombre con la misericordia de Dios. ¿Quién, podríamos decir, pesa más en la balanza?
Si miramos nuestro lado con sinceridad por muchas cosas buenas que hayamos podido hacer para contrapesar nuestra miseria veremos que siempre pesa mucho más nuestra miseria y nuestro pecado. Hoy la parábola nos lo describe perfectamente entre aquel hijo que se marcha de la casa del padre porque quiere vivir la vida a su manera y le veremos hundido en su miseria - rica la imagen del joven hambriento y envuelto en suciedad y desesperación cuidando cerdos con lo que eso significaba en el concepto semita y judío de lo que era la impureza - pero no podemos dejar de contemplar al que se creía bueno y cumplidor pero que su corazón estaba lleno igualmente de miseria por sus rencores, envidias, orgullos, exigencias aunque quisiera contar que era bueno porque siempre se había quedado en la casa del padre.
Pero la parábola y toda la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado no se queda en ese lado de la imagen. Enfrente está el corazón del padre lleno de ternura y de misericordia, que busca, que llama, que espera, que acoge, que restaura y perdona, que no echa en cara, que siempre ofrece vida, alegría y paz. No es necesario entretenerse demasiado en hacernos descripciones y explicaciones, sino simplemente contemplemos la imagen. ‘Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo’. Es la fiesta, es la alegría del amor que nos contagia, que nos levanta, que nos hace llorar de alegría, que nos llena de esperanza y de paz.
‘Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; el rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas…’ Podríamos seguir recitando el salmo porque ‘el Señor es compasivo y misericordioso’. Podríamos seguir sintiendo ese abrazo de acogida y de amor de Dios, esos besos de Dios que nos llegan al alma.
Podríamos recordar lo que ya nos había dicho el profeta. ‘No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos’. Muchas veces equivocadamente decimos que la imagen que se nos presenta de Dios en el Antiguo Testamento es una imagen que nos llena de temor, pero cuantas veces nos encontramos la ternura de Dios en textos como lo de este salmo o lo que hoy le hemos escuchado al profeta. ‘Arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos’. Ternura de Dios
Todo esto nos tiene que mover para volvernos a Dios, acercarnos a El con confianza y con amor, con la humildad de sentirnos pecadores, pero con la esperanza de encontrar la misericordia y la paz. Pero creo que también tendría que hacer algo más en nosotros; que también nosotros nos llenemos de esa ternura de Dios para ser con nuestra vida, con nuestros gestos, con nuestras actitudes pero también con nuestros actos concretos imagen de esa misericordia de Dios para con los demás. Demasiadas veces nos parecemos a aquel hermano mayor que recrimina, que echa en cara, que no se quiere mezclar, que no quiere ni siquiera llamar a su hermano como tal.
      Que la misericordia de Dios resplandezca sobre nosotros, pero que seamos también signos de misericordia para los demás. Siempre pesa más el lado de la misericordia en la balanza. Aprendamos de Dios

viernes, 6 de marzo de 2015

Una parábola que es la historia del amor de Dios siempre fiel que se traduce en la vida nuestra de cada día

Una parábola que es la historia del amor de Dios siempre fiel que se traduce en la vida nuestra de cada día

Génesis 37,3-4.12-13a.17b-28; Sal 104; Mateo 21,33-43
En la parábola del evangelio podemos verlo un claro sentido pascual, porque en ella podemos ver un anuncio que Jesús hace de su propia muerte, al tiempo que viene a ser como un reflejo de toda la historia de la salvación, la historia del propio pueblo de Israel. Ya escuchábamos al final de la parábola que el evangelista nos dice que ‘Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos’.
Refleja la infidelidad del pueblo de Israel que no cuidó de aquella viña que se le había confiado, pero refleja también el amor del Señor por su pueblo que una y otra vez les envía mensajeros que les ayudasen a dar el fruto que se les pedía. ‘Llegado el tiempo envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondía… envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo’. Leer la historia del pueblo de Israel es leer esa historia de amor de Dios por su pueblo; cómo continuamente les está enviando a los profetas que les recuerden la Alianza.
‘Por último les mandó a su hijo…’ continúa diciendo la parábola porque hasta entonces no había habido los frutos de la conversión que se les pedían. ‘Agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron’. Fuera de las murallas de Jerusalén moriría Jesús. ‘Tanto había amado Dios al hombre que le envió a su propio Hijo…’ como tantas veces hemos escuchado en el evangelio y hemos meditado.
Pero es nuestra historia, la historia de la salvación en nuestra vida, la historia del amor de Dios para con nosotros. No nos quedamos en el Antiguo Testamento; miramos nuestra vida, recordamos nuestra vida. ‘Recordad las maravillas que hizo el Señor’, hemos repetido en el salmo. No solo los fariseos y sumos sacerdotes se han de dar cuenta que hablaba de ellos. Recordemos las maravillas que ha hecho el Señor en nuestra vida, recordemos nuestra propia historia, nuestra vida concreta. Cuántos momentos de gracia, cuántas llamadas del Señor, cuántas veces que hemos escuchado su Palabra, cuantas celebraciones de la Eucaristía de los sacramentos; un caudal de gracia del Señor en nuestra vida. Y ¿cuál ha sido nuestra respuesta?
Me atrevo a pensar que aún así el Señor sigue contando con nosotros. A pesar de nuestros fallos, nuestras debilidades, nuestros momentos de infidelidad;  parecería que nada valemos ni nada merecemos, pero el Señor sigue amándonos, sigue contando con nosotros.
Ha recordado Jesús al final de la parábola aquellas palabras del salmo ‘la piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido ahora en piedra angular’. Una clara referencia a sí mismo, rechazado por todos, pero nuestro único Salvador. Piedra angular de nuestra vida es Cristo sobre el que tenemos que fundamentar toda nuestra existencia.
Pero está diciéndonos también que nosotros que parecemos que no valemos nada, que más aun estamos llenos de debilidades y de pecados, sin embargo el Señor quiere contar con nosotros y de nosotros se vale para hacer llegar sus bendiciones y sus gracias a los demás.  ¿No había convertido a Pedro en piedra fundamental de su Iglesia y a pesar de su pecado, a pesar de que lo negó, sigue confiando en él, ‘pastorea mis ovejas, pastorea mis corderos’?
Pedro hizo una porfía de amor por Jesús cuando llorando su pecado se volvió de nuevo hacia El. Lloramos nuestros pecados, somos conscientes de nuestras flaquezas y debilidades, pero nos sentimos amados del Señor y nosotros queremos también porfiar nuestro amor. Este camino hacia la Pascua que estamos haciendo en esta cuaresma es una oportunidad para hacer esa porfía de amor, para convertir nuestro corazón totalmente hacia el Señor, para darle gracias también por todo lo que nos sentimos amados.

jueves, 5 de marzo de 2015

Abismos y barreras que nos hemos creado y nos insensibilizan y nos ciegan que hemos de romper y saltar

Abismos y barreras que nos hemos creado y nos insensibilizan y nos ciegan que hemos de romper y saltar

Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31
‘Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo…’ le decía Abrahán al rico de la parábola. Creo que puede ser un buen punto de reflexión. ¿Quién había creado ese abismo? ¿qué abismos nos creamos nosotros los hombres en nuestras relaciones de cada día?
El abismo no es que existiera solo después de la muerte, porque aquel hombre había merecido la condena mientras el pobre Lázaro estaba en el seno de Abrahán. El abismo ya existía en vida, porque mientras aquel ‘hombre rico se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes, a su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico’. La riqueza, la ostentación, la vida sibarita de aquel hombre había creado un abismo en torno suyo para no ver ni siquiera lo que estaba a su puerta.
Cuantas barreras creamos a nuestro alrededor, de cuantas cortinas oscurecedoras nos rodeamos para no ver más allá de nuestro yo. El caso que nos propone la parábola lo podríamos llamar un caso extremo, pero en el día a día de nuestra vida son muchas las cosas que hacemos en ese estilo. Fácilmente nos puede venir a la mente nuestro mundo injusto con tantas diferencias abismales que nos creamos entre un primer mundo y un tercer o cuarto mundo de miseria, de pobreza, de enfermedad, de hambre. Y en nuestra conciencia humana no podemos ser insensibles ante esas diferencias y separaciones tan injustas y tiene que haber un serio compromiso de nuestra sociedad por hacer que todo eso cambie.
Pero me gusta pensar en mi vida de cada día, en esas cosas concretas que yo cada día hago en un sentido o en otro o que tendría que hacer para hacer desaparecer abismos o barreras que nos separan, o cortinas que nos ciegan. Es abrir los ojos a mi vida y a la vida de esas personas cercanas a mí, con las que me encuentro cada día, pero quizá simplemente paso a su lado sin verlas, sin fijarme en sus problemas porque solo voy pensando en mis problemas, en mis ansiedades o preocupaciones, o en ver cómo yo vivo bien.
Había muchos manos que tender hacia el hermano que pasa a mi lado, que está cerca de mi con su sufrimiento, pero por el que nunca quizá me haya interesado y realmente no sé o no quiero saber qué es lo que le pasa. Mucho tendríamos que abrir los ojos de nuestro corazón para ver y para sentir ese sufrimiento, esa mirada, esa mano que nos tienden pidiendo una ayuda o ese silencio que nos grita desde sus angustias, pero que nosotros no oímos porque estamos entretenidos en nuestras músicas o nuestros sueños.
¿Cómo despertarnos? ¿cómo salir de esa modorra en que nos dormimos o de esa indiferencia en que nos insensibilizamos?
Aquel rico le pedía a Abrahán que enviase a Lázaro a casa de sus hermanos porque si un muerto los visitaba quizá podrían despertarse de su situación y cambiar. Pero Abrahán le dice que tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen. Sí, tenemos la Palabra del Señor que cada día podemos escuchar y rumiar en nuestro interior, como ahora estamos queriendo hacer con este texto del evangelio. Ahí tenemos el despertador, ahí tenemos la luz que nos ilumina, ahí tenemos la fuerza del Espíritu del Señor que nos habla en nuestro interior y nos da fuerzas para ese despertar, para ese cambio de actitud y ese cambio de vida que tenemos que hacer.
Aprovechemos, escuchemos con un corazón bien abierto en este camino cuaresmal que estamos haciendo la Palabra que cada día se nos ofrece. Podremos realizar esa pascua en nosotros, esa transformación de nuestra vida que nos lleve a vivir en los caminos de la gracia y del amor.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Ser capaces de vivir la pascua siguiendo los mismos pasos de Jesús en la entrega, el sacrificio, el servicio y el amor

Ser capaces de vivir la pascua siguiendo los mismos pasos de Jesús en la entrega, el sacrificio, el servicio y el amor

Jeremías 18,18-20; Sal 30; Mateo 20,17-28
‘¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?’, es la pregunta que Jesús les hace a los hermanos Zebedeos, pero es la pregunta que nos está haciendo el Señor hoy cuando decimos que estamos haciendo este camino de Pascua o hacia la Pascua que tiene que ser nuestra cuaresma. Una pregunta, es cierto, bien comprometida. Nos es fácil pensar en por qué se las hizo a los discípulos en aquel momento, pero nos cuesta mucho más escucharla nosotros y dar respuesta.
Ciertamente se la estaba haciendo a aquellos discípulos tras sus peticiones o pretensiones manifestadas a través de la madre. ‘Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda’. Pero era como preguntarles si en verdad ellos habían entendido lo que anteriormente les había dicho; les había hablado de pascua, les había hablado de lo que a El le iba a suceder. Subían a Jerusalén y allí iban a pasar muchas cosas. ‘Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará’. Era algo que les costaba mucho entender.
Es algo que también nos cuesta entender para aplicarlo a nuestra vida. Nos gustaría que todo fuera Tabor o todo fuera resurrección. Pero nuestra unión con Jesús es un participar plenamente de su pascua, y la pascua de Jesús es pasión y muerte para poder llegar a la resurrección. Eso que puede significar muerte en nosotros porque tenemos que desprendernos de muchas cosas, o porque tenemos que darnos cuenta que nuestra vida tiene que ir por el camino del desprendimiento, del servicio, del amor, o porque los sufrimientos y problemas rodean nuestra vida es algo que nos cuesta aceptar, asumir, vivir.
Algunas veces se nos puede hacer duro y también gritaremos como Jesús en Getsemaní, ‘que pase de mí este cáliz’, aunque también tenemos que llegar a decir totalmente lo que dijo Jesús ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’. Y eso cuesta mucho, aunque sabemos que el Espíritu de Jesús está con nosotros.
Por allá andan los otros discípulos desconfiados y envidiosos. ‘Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos’. Y allí está Jesús pacientemente enseñándoles, recordándoles lo que tantas veces les había dicho. Es la pascua de purificación del corazón que ellos han de vivir también arrancando del corazón esas ambiciones o esos sentimientos turbios que muchas veces nos pueden aparecer.
‘Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo’. Es el estilo nuevo del Reino de Dios que tanto cuesta muchas veces aceptar. Pero Jesús nos está diciendo que seguirle a El es seguir sus mismos pasos; tendremos que vivir la pascua como El, pero también hemos de vivir nuestra vida desde el sentido del amor y del servicio como fue su vida. Por eso les recuerda: ‘Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos’.
¿Estaremos dispuestos a beber el mismo cáliz que El bebió?

martes, 3 de marzo de 2015

No son los caminos del orgullo y de la vanidad los que nos llevan a Dios sino por la humildad, el amor y el servicio

No son los caminos del orgullo y de la vanidad los que nos llevan a Dios sino por la humildad, el amor y el servicio

Isaías 1,10.16-20; Sal 49; Mateo 23,1-12
No es por los caminos del orgullo y de la vanidad por donde podemos ir a Dios. Y es que Dios solo se revela y manifiesta a los que son sencillos y humildes de corazón. Ya nos lo repite Jesús en el Evangelio en muchas ocasiones. Por eso el estilo de quien se dice seguidor de Jesús es el del servicio y el del amor.
Cuando los discípulos discuten entre ellos por ver quien va a ser el más importante les repetirá lo mismo que hoy hemos escuchado ‘el que quiera ser primero entre vosotros sea vuestro servidor’ y ya en otro momento nos había dicho que ‘el Hijo del hombre no había venido a ser servido sino a ser servidor de todos’.
Por eso hoy le vemos denunciar las actitudes prepotentes y vanidosas de los fariseos y maestros de la ley. Nada de búsqueda de honores y primeros puestos, nada de vanidades que nos hagan aparecer por fuera lo que no llevamos dentro. ‘Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros…’ Ese no puede ser nunca nuestro estilo ni nuestra manera de actuar. Y terminará diciéndonos Jesús: ‘El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
Nuestro camino ha de ser el del servicio; nuestra manera de actuar ha de ser siempre desde la humildad; el amor tiene que llenar nuestro corazón y manifestarse en nuestras actitudes y en nuestros actos. Así nos gozamos en el Señor y alcanzaremos la misericordia y el perdón.
La primera lectura era una invitación a la conversión de nuestro corazón a Dios. ‘Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien’, nos decía el profeta de parte de Dios. Y cuando transformemos nuestro corazón buscando el bien y la justicia, defendiendo al pobre y al oprimido alcanzaremos gracia de parte del Señor, alcanzaremos el perdón de Dios.
‘Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana’. Nos sentimos pecadores delante del Señor porque por mucho que le escuchemos, sin embargo, no siempre somos buenos. Pero volvamos nuestro corazón al Señor y comencemos a actuar de manera distinta; pongamos amor en nuestra vida, en lo que vamos haciendo y seamos capaces de ponernos al lado del pobre y del que sufre; mereceremos así el perdón y la gracia de Dios.
‘Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’, fuimos repitiendo en el salmo. Sigamos los caminos de Dios, vivamos los caminos del amor y alcanzaremos la misericordia de Dios.

lunes, 2 de marzo de 2015

Nos sentimos inundados por el amor del Señor y aprendemos a amar con un amor a semejanza del amor de Dios

Nos sentimos inundados por el amor del Señor y aprendemos a amar con un amor a semejanza del amor de Dios

Daniel 9,4b-10; Sal 78; Lucas 6,36-38
Alguien ha escrito que ‘El cristiano es el que ama no sólo con su amor, sino con la fuerza amatoria de Dios, que Él le regala’, porque como nos ha dicho el apóstol san Pablo ‘El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado’.
No pretendamos amar solo con nuestro amor, o por la fuerza de nuestro amor; somos muy débiles y limitados y así limitado se puede ver nuestro amor. Queremos amar, es cierto, pero muchas veces hay algo que se nos atraviesa dentro de nosotros cuando vemos que no somos correspondidos, cuando nos sentimos heridos gravemente por algo o por alguien, cuando vemos cosas que no nos gustan y nos sentimos tentados al juicio y a la condena. Por eso, no amamos solo con nuestro amor, sino que los cristianos queremos amar con la fuerza del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones, como nos decía san Pablo.
Por eso en lo hoy hemos escuchado que Jesús nos dice está en primer lugar querer parecernos a Dios. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo’, nos dice Jesús. Y porque nuestro Dios es un Dios compasivo y misericordioso y no juzga ni condena, sino que siempre ama y nos ofrece su perdón y su paz, es de la forma como nosotros tenemos que hacer.
Y cuando lo hagamos así como el Señor nos dice estaremos iniciando una espiral de amor. ‘No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante’. Como la espiral que desde un punto luego se va extendiendo y haciendo más grande, así nuestro amor, porque no juzgamos ni condenamos ni seremos juzgados ni entraremos ya en esa rueda de los juicios y condenas, sino que comenzaremos a hacer crecer esa rueda en espiral del amor. La medida será ya generosa, colmada, remecida, rebosante, como nos dice Jesús.
Claro está que nos sentimos pecadores, porque no siempre amamos con un amor así, porque no siempre realizamos en nuestra vida lo que es la voluntad del Señor. Nos sentimos pecadores, nos sentimos limitados y débiles en nuestro desamor que se manifiesta tantas veces en nuestra vida llenándonos de las negruras del egoísmo, de la desconfianza, de la envidia, del resentimiento y de tantas y tantas cosas que nos llenan de tinieblas. Pero siempre hay una luz en el horizonte, que es la luz del amor del Señor.
‘Señor, nos abruma la vergüenza… porque hemos pecado contra ti. Pero, aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona’. Con qué esperanza, con qué paz nos podemos acercar al Señor. Cuánto amor se despierta en nosotros cuando así nos sentimos amados del Señor. Nos sentimos inundados por el amor del Señor y aprendemos a amar con un amor igual. Amemos con el amor de Dios y será más verdadero, más humano y más divino nuestro amor.

domingo, 1 de marzo de 2015

Necesitamos contemplar la Transfiguración conscientes de que también hemos de hacer el mismo camino de Pascua de Jesús

Necesitamos contemplar la Transfiguración conscientes de que también hemos de hacer el mismo camino de Pascua de Jesús

Gén. 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115; Rom. 8, 31b-34; Marcos 9, 2-10
No podemos olvidar el auténtico sentido de la Cuaresma; es un camino pascual, un camino que nos prepara para la Pascua. Como preparaba a los primitivos catecúmenos para la celebración del Bautismo en la noche de pascua, como posteriormente ayudaba a los pecadores a ir realizando en su vida una auténtica conversión, haciendo una renovación de su Bautismo, así ahora sigue la Cuaresma ayudándonos a realizar ese camino pascual.
Todo nos va conduciendo a ello, a esa renovación de nuestro compromiso bautismal no olvidando que el bautismo es la primera y fundamental participación en la Pascua del Señor, en el misterio de su pasión, muerte y resurrección. Todos los textos, todos los signos, todos los gestos que vamos encontrando en la liturgia nos ayudan a ello. La Palabra del Señor que vamos escuchando a eso nos conduce también. Se suele decir que los textos de todo el tiempo de Cuaresma son como una gran catequesis bautismal que nos ayudan e iluminan para esa renovación pascual de nuestra vida.
En el segundo domingo de Cuaresma siempre se nos proclama en el evangelio la Transfiguración del Señor. ¿Qué significa, qué nos reporta que ya desde casi el principio de la Cuaresma contemplemos este misterio de la Transfiguración del Señor?
Jesús les había ido anunciando desde el principio casi que su camino era un camino de Pascua. Anunciaba lo que había de sucederle en Jerusalén donde sería entregado y habría de sufrir su pasión y muerte, pero al tercer día resucitaría. No entendían los discípulos, les costaba entender estos anuncios de Jesús. En alguna ocasión veremos a Pedro incluso que trata de quitarle esa idea de la cabeza. Ya les decía también que el camino del discípulo era seguir sus mismos pasos, porque el que quisiera ser su discípulo habría de negarse a sí mismo y cargar también con la cruz. Palabras, repito, que les resultaban incomprensibles.
Este momento de la Transfiguración viene enmarcado por esos anuncios. ‘Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos’. Subió a la montaña, se los llevó con él para orar en la montaña. Era importante lo que sucedía. Como se había retirado al principio de su vida pública al desierto para orar - escuchábamos el domingo pasado -, como le vemos en otras ocasiones que se va a lugares apartados o solitarios para orar, ahora sube a la montaña con aquellos tres discípulos. Se acerca un momento importante, está cercana ya la Pascua y Jesús sube a la montaña a orar, como le veremos en el principio de la pasión orando en Getsemaní.
Sólo en la oración podremos descubrir los misterios grandes que Dios nos quiere revelar. Allí se va a oír la voz del cielo, junto con todas las otras señales celestiales, ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’.
Ese Jesús que anuncia su entrega, su pasión, su muerte es el Hijo amado de Dios. Va a ser difícil ver ese misterio cuando llegue la pasión y la cruz, pero tenemos que saber descubrirlo. Habrían de descubrirlo los discípulos, para eso se transfigura delante de ellos, y luego les hablará de resurrección. Les va a costar, porque a pesar de todo eso huirán, se esconderán y hasta Pedro le negará. Luego, tras la resurrección lo reconocerán todo. Tras la venida del Espíritu será Pedro el que proclame que a ‘ese Jesús a quien vosotros entregasteis, Dios lo resucitó de entre los muertos y lo ha constituido el Mesías y el Señor’.
Necesitamos hoy nosotros contemplar la Transfiguración del Señor si somos conscientes de que nosotros también tenemos que hacer el mismo camino de Pascua de Jesús. Será la renovación que tenemos que hacer de nuestra vida, o será la pascua concreta que cada uno de nosotros ha de vivir en su vida en medio de sus sufrimientos, con sus problemas, con la lucha que cada día ha de mantener para superarse, para ser mejor, con las negruras que pueden aparecer en su vida, con tantas cosas que nos pueden ser duras y difíciles, pero que son nuestro camino, nuestra pascua.
Necesitamos subir al Tabor para contemplar a Cristo transfigurado que es imagen de lo que será su resurrección. Necesitamos subir al Tabor de nuestra oración para sentirnos plenamente unidos al Señor y llenos de la fuerza de su Espíritu. Necesitamos subir al Tabor para escuchar esa voz que nos habla allá en lo más profundo de nosotros señalándonos el camino de Jesús, señalándonos lo que ha de ser nuestro camino de Pascua, señalándonos lo que es la voluntad de Dios para nosotros. Necesitamos subir al Tabor para contemplar a Cristo glorioso, pero sabemos que hemos de bajar de nuevo a la llanura porque habrá otra montaña de pascua que hemos de subir. No nos vamos a esconder en la montaña santa del Tabor haciéndonos nuestras tiendas de refugio.
Nuestra Eucaristía de cada día ha de ser nuestro Tabor, donde nos llenemos de Dios, donde nos sintamos transfigurados en el Señor. Nuestra oración, nuestra escucha de la Palabra de cada día, nuestra vivencia sacramental nos dará esa luz y esa fuerza que necesitamos porque nos garantiza la presencia y la gracia del Espíritu en nosotros. Vamos a seguir haciendo el camino porque sabemos que nos lleva a la vida, nos conduce a la plenitud de la resurrección.