Un cuadro que retrata nuestra miseria pero sobre todo la misericordia y ternura de Dios
Miqueas
7,14-15.18-20; Sal
102; Lucas
15,1-3.11-32
Un cuadro nos ofrece la Palabra de Dios hoy donde se
encuentran la miseria del hombre con la misericordia de Dios. ¿Quién, podríamos
decir, pesa más en la balanza?
Si miramos nuestro lado con sinceridad por muchas cosas
buenas que hayamos podido hacer para contrapesar nuestra miseria veremos que
siempre pesa mucho más nuestra miseria y nuestro pecado. Hoy la parábola nos lo
describe perfectamente entre aquel hijo que se marcha de la casa del padre
porque quiere vivir la vida a su manera y le veremos hundido en su miseria -
rica la imagen del joven hambriento y envuelto en suciedad y desesperación
cuidando cerdos con lo que eso significaba en el concepto semita y judío de lo
que era la impureza - pero no podemos dejar de contemplar al que se creía bueno
y cumplidor pero que su corazón estaba lleno igualmente de miseria por sus
rencores, envidias, orgullos, exigencias aunque quisiera contar que era bueno
porque siempre se había quedado en la casa del padre.
Pero la parábola y toda la Palabra de Dios que hoy se
nos ha proclamado no se queda en ese lado de la imagen. Enfrente está el
corazón del padre lleno de ternura y de misericordia, que busca, que llama, que
espera, que acoge, que restaura y perdona, que no echa en cara, que siempre
ofrece vida, alegría y paz. No es necesario entretenerse demasiado en hacernos
descripciones y explicaciones, sino simplemente contemplemos la imagen. ‘Cuando todavía estaba lejos, su padre lo
vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a
besarlo’. Es la fiesta, es la alegría del amor que nos contagia, que nos
levanta, que nos hace llorar de alegría, que nos llena de esperanza y de paz.
‘Él perdona todas tus
culpas y cura todas tus enfermedades; el rescata tu vida de la fosa y te colma
de gracia y de ternura. No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no
nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas…’ Podríamos seguir recitando el
salmo porque ‘el Señor es compasivo y
misericordioso’. Podríamos seguir sintiendo ese abrazo de acogida y de amor
de Dios, esos besos de Dios que nos llegan al alma.
Podríamos recordar lo que ya nos había dicho el
profeta. ‘No mantendrá por siempre la
ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá
nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos’.
Muchas veces equivocadamente decimos que la imagen que se nos presenta de Dios
en el Antiguo Testamento es una imagen que nos llena de temor, pero cuantas
veces nos encontramos la ternura de Dios en textos como lo de este salmo o lo
que hoy le hemos escuchado al profeta. ‘Arrojará
a lo hondo del mar todos nuestros delitos’. Ternura de Dios
Todo esto nos tiene que mover para volvernos a Dios,
acercarnos a El con confianza y con amor, con la humildad de sentirnos
pecadores, pero con la esperanza de encontrar la misericordia y la paz. Pero
creo que también tendría que hacer algo más en nosotros; que también nosotros
nos llenemos de esa ternura de Dios para ser con nuestra vida, con nuestros
gestos, con nuestras actitudes pero también con nuestros actos concretos imagen
de esa misericordia de Dios para con los demás. Demasiadas veces nos parecemos
a aquel hermano mayor que recrimina, que echa en cara, que no se quiere
mezclar, que no quiere ni siquiera llamar a su hermano como tal.
Que la misericordia de
Dios resplandezca sobre nosotros, pero que seamos también signos de misericordia
para los demás. Siempre pesa más el lado de la misericordia en la balanza.
Aprendamos de Dios