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viernes, 6 de marzo de 2015

Una parábola que es la historia del amor de Dios siempre fiel que se traduce en la vida nuestra de cada día

Una parábola que es la historia del amor de Dios siempre fiel que se traduce en la vida nuestra de cada día

Génesis 37,3-4.12-13a.17b-28; Sal 104; Mateo 21,33-43
En la parábola del evangelio podemos verlo un claro sentido pascual, porque en ella podemos ver un anuncio que Jesús hace de su propia muerte, al tiempo que viene a ser como un reflejo de toda la historia de la salvación, la historia del propio pueblo de Israel. Ya escuchábamos al final de la parábola que el evangelista nos dice que ‘Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos’.
Refleja la infidelidad del pueblo de Israel que no cuidó de aquella viña que se le había confiado, pero refleja también el amor del Señor por su pueblo que una y otra vez les envía mensajeros que les ayudasen a dar el fruto que se les pedía. ‘Llegado el tiempo envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondía… envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo’. Leer la historia del pueblo de Israel es leer esa historia de amor de Dios por su pueblo; cómo continuamente les está enviando a los profetas que les recuerden la Alianza.
‘Por último les mandó a su hijo…’ continúa diciendo la parábola porque hasta entonces no había habido los frutos de la conversión que se les pedían. ‘Agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron’. Fuera de las murallas de Jerusalén moriría Jesús. ‘Tanto había amado Dios al hombre que le envió a su propio Hijo…’ como tantas veces hemos escuchado en el evangelio y hemos meditado.
Pero es nuestra historia, la historia de la salvación en nuestra vida, la historia del amor de Dios para con nosotros. No nos quedamos en el Antiguo Testamento; miramos nuestra vida, recordamos nuestra vida. ‘Recordad las maravillas que hizo el Señor’, hemos repetido en el salmo. No solo los fariseos y sumos sacerdotes se han de dar cuenta que hablaba de ellos. Recordemos las maravillas que ha hecho el Señor en nuestra vida, recordemos nuestra propia historia, nuestra vida concreta. Cuántos momentos de gracia, cuántas llamadas del Señor, cuántas veces que hemos escuchado su Palabra, cuantas celebraciones de la Eucaristía de los sacramentos; un caudal de gracia del Señor en nuestra vida. Y ¿cuál ha sido nuestra respuesta?
Me atrevo a pensar que aún así el Señor sigue contando con nosotros. A pesar de nuestros fallos, nuestras debilidades, nuestros momentos de infidelidad;  parecería que nada valemos ni nada merecemos, pero el Señor sigue amándonos, sigue contando con nosotros.
Ha recordado Jesús al final de la parábola aquellas palabras del salmo ‘la piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido ahora en piedra angular’. Una clara referencia a sí mismo, rechazado por todos, pero nuestro único Salvador. Piedra angular de nuestra vida es Cristo sobre el que tenemos que fundamentar toda nuestra existencia.
Pero está diciéndonos también que nosotros que parecemos que no valemos nada, que más aun estamos llenos de debilidades y de pecados, sin embargo el Señor quiere contar con nosotros y de nosotros se vale para hacer llegar sus bendiciones y sus gracias a los demás.  ¿No había convertido a Pedro en piedra fundamental de su Iglesia y a pesar de su pecado, a pesar de que lo negó, sigue confiando en él, ‘pastorea mis ovejas, pastorea mis corderos’?
Pedro hizo una porfía de amor por Jesús cuando llorando su pecado se volvió de nuevo hacia El. Lloramos nuestros pecados, somos conscientes de nuestras flaquezas y debilidades, pero nos sentimos amados del Señor y nosotros queremos también porfiar nuestro amor. Este camino hacia la Pascua que estamos haciendo en esta cuaresma es una oportunidad para hacer esa porfía de amor, para convertir nuestro corazón totalmente hacia el Señor, para darle gracias también por todo lo que nos sentimos amados.

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