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domingo, 1 de marzo de 2015

Necesitamos contemplar la Transfiguración conscientes de que también hemos de hacer el mismo camino de Pascua de Jesús

Necesitamos contemplar la Transfiguración conscientes de que también hemos de hacer el mismo camino de Pascua de Jesús

Gén. 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115; Rom. 8, 31b-34; Marcos 9, 2-10
No podemos olvidar el auténtico sentido de la Cuaresma; es un camino pascual, un camino que nos prepara para la Pascua. Como preparaba a los primitivos catecúmenos para la celebración del Bautismo en la noche de pascua, como posteriormente ayudaba a los pecadores a ir realizando en su vida una auténtica conversión, haciendo una renovación de su Bautismo, así ahora sigue la Cuaresma ayudándonos a realizar ese camino pascual.
Todo nos va conduciendo a ello, a esa renovación de nuestro compromiso bautismal no olvidando que el bautismo es la primera y fundamental participación en la Pascua del Señor, en el misterio de su pasión, muerte y resurrección. Todos los textos, todos los signos, todos los gestos que vamos encontrando en la liturgia nos ayudan a ello. La Palabra del Señor que vamos escuchando a eso nos conduce también. Se suele decir que los textos de todo el tiempo de Cuaresma son como una gran catequesis bautismal que nos ayudan e iluminan para esa renovación pascual de nuestra vida.
En el segundo domingo de Cuaresma siempre se nos proclama en el evangelio la Transfiguración del Señor. ¿Qué significa, qué nos reporta que ya desde casi el principio de la Cuaresma contemplemos este misterio de la Transfiguración del Señor?
Jesús les había ido anunciando desde el principio casi que su camino era un camino de Pascua. Anunciaba lo que había de sucederle en Jerusalén donde sería entregado y habría de sufrir su pasión y muerte, pero al tercer día resucitaría. No entendían los discípulos, les costaba entender estos anuncios de Jesús. En alguna ocasión veremos a Pedro incluso que trata de quitarle esa idea de la cabeza. Ya les decía también que el camino del discípulo era seguir sus mismos pasos, porque el que quisiera ser su discípulo habría de negarse a sí mismo y cargar también con la cruz. Palabras, repito, que les resultaban incomprensibles.
Este momento de la Transfiguración viene enmarcado por esos anuncios. ‘Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos’. Subió a la montaña, se los llevó con él para orar en la montaña. Era importante lo que sucedía. Como se había retirado al principio de su vida pública al desierto para orar - escuchábamos el domingo pasado -, como le vemos en otras ocasiones que se va a lugares apartados o solitarios para orar, ahora sube a la montaña con aquellos tres discípulos. Se acerca un momento importante, está cercana ya la Pascua y Jesús sube a la montaña a orar, como le veremos en el principio de la pasión orando en Getsemaní.
Sólo en la oración podremos descubrir los misterios grandes que Dios nos quiere revelar. Allí se va a oír la voz del cielo, junto con todas las otras señales celestiales, ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’.
Ese Jesús que anuncia su entrega, su pasión, su muerte es el Hijo amado de Dios. Va a ser difícil ver ese misterio cuando llegue la pasión y la cruz, pero tenemos que saber descubrirlo. Habrían de descubrirlo los discípulos, para eso se transfigura delante de ellos, y luego les hablará de resurrección. Les va a costar, porque a pesar de todo eso huirán, se esconderán y hasta Pedro le negará. Luego, tras la resurrección lo reconocerán todo. Tras la venida del Espíritu será Pedro el que proclame que a ‘ese Jesús a quien vosotros entregasteis, Dios lo resucitó de entre los muertos y lo ha constituido el Mesías y el Señor’.
Necesitamos hoy nosotros contemplar la Transfiguración del Señor si somos conscientes de que nosotros también tenemos que hacer el mismo camino de Pascua de Jesús. Será la renovación que tenemos que hacer de nuestra vida, o será la pascua concreta que cada uno de nosotros ha de vivir en su vida en medio de sus sufrimientos, con sus problemas, con la lucha que cada día ha de mantener para superarse, para ser mejor, con las negruras que pueden aparecer en su vida, con tantas cosas que nos pueden ser duras y difíciles, pero que son nuestro camino, nuestra pascua.
Necesitamos subir al Tabor para contemplar a Cristo transfigurado que es imagen de lo que será su resurrección. Necesitamos subir al Tabor de nuestra oración para sentirnos plenamente unidos al Señor y llenos de la fuerza de su Espíritu. Necesitamos subir al Tabor para escuchar esa voz que nos habla allá en lo más profundo de nosotros señalándonos el camino de Jesús, señalándonos lo que ha de ser nuestro camino de Pascua, señalándonos lo que es la voluntad de Dios para nosotros. Necesitamos subir al Tabor para contemplar a Cristo glorioso, pero sabemos que hemos de bajar de nuevo a la llanura porque habrá otra montaña de pascua que hemos de subir. No nos vamos a esconder en la montaña santa del Tabor haciéndonos nuestras tiendas de refugio.
Nuestra Eucaristía de cada día ha de ser nuestro Tabor, donde nos llenemos de Dios, donde nos sintamos transfigurados en el Señor. Nuestra oración, nuestra escucha de la Palabra de cada día, nuestra vivencia sacramental nos dará esa luz y esa fuerza que necesitamos porque nos garantiza la presencia y la gracia del Espíritu en nosotros. Vamos a seguir haciendo el camino porque sabemos que nos lleva a la vida, nos conduce a la plenitud de la resurrección. 

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