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sábado, 28 de febrero de 2015

Seamos buenos hijos de Dios amando con un amor como el que Señor nos tiene, como el que el Señor tiene a todos.

Seamos buenos hijos de Dios amando con un amor como el que Señor nos tiene, como el que el Señor tiene a todos.

Deuteronomio 26,16-19; Sal 118; Mateo 5,43-48
"Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo os digo: Amad a vuestros enemigos. Haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian". Qué bien nos viene escuchar estas palabras de Jesús en el día de hoy en nuestra sociedad actual. Lo de aborrecer al que no consideras tu amigo, o no piensa como tu, o no hace las cosas como tú crees que deben hacerse está a la orden del día. Cuánto tendríamos que reflexionar sobre esto.
Decimos que vivimos en una sociedad cristiana, o al menos en una sociedad en la que todos o la mayoría están bautizados, pero qué lejos nuestra manera de actuar de lo que nos está diciendo hoy Jesús en el Evangelio. Enfrentamientos, podríamos decir, que es normal que los haya, porque no todos tenemos que pensar lo mismo y una sana confrontación tendría que llevarnos siempre a buscar y encontrar lo mejor, a buscar un acuerdo, a un intentar caminar juntos; pero ya sabemos, esos enfrentamientos o confrontaciones muchas veces terminan en rencillas y resentimientos, en ponernos barreras, en ir generando en principio desamor pero que puede terminar convirtiéndose en odio en nuestros corazones.
Y eso lo vemos en todos los ámbitos de nuestra sociedad; no digamos a nivel político, pero pensamos también en las relaciones familiares que se ven enturbiadas muchas veces por esos sentimientos, en el trato con los que llamamos amigos, en el encuentro o convivencia con los vecinos o los que están a nuestro lado, en el ámbito del trabajo.
Tenemos que escuchar las palabras de Jesús; tenemos que aprender a asumirlas en nuestra vida, en convertirlas en el sentido y razón de ser de nuestra convivencia de cada día. Jesús nos viene a decir que si en el mundo en que vivimos esas cosas nos pudieran parecer normales, entre nosotros los que le seguimos no puede ser así, nuestro estilo es diferente, nuestra manera de ver las cosas y las personas tienen que tener otra hondura. A la larga Jesús nos está pidiendo que seamos más humanos.
Pero es que además nosotros tenemos otras motivaciones más profundas. Cuando queremos amar queremos parecernos a Dios, queremos amar con un amor como el amor de Dios. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’, nos dice el Señor.
Y terminará diciéndonos hoy donde está la meta de nuestro amor: ‘Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’. Nos parecerá imposible, nos puede parecer una meta muy alta, pero bien sabemos que el Señor no nos deja solos, nos da la fuerza de su Espíritu.
Que con la fuerza de su Espíritu comencemos a amar a aquellos que más nos cuesta amar, no solo a perdonar a quienes nos hayan podido hacer daño, sino a rezar por ellos. Seamos buenos hijos de Dios amando con un amor como el que Señor nos tiene, como el que el Señor tiene a todos. 

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