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viernes, 27 de febrero de 2015

Tenemos que ser siempre sembradores de vida, de reconciliación y de paz

Tenemos que ser siempre sembradores de vida, de reconciliación y de paz

Ezequiel 18,21-28; Sal 129; Mateo 5,20-26
‘Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón…’ Así rezamos con el salmo. Es a lo que nos invita hoy la liturgia como respuesta a la Palabra de Dios que se nos había proclamado con el profeta. ‘Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor-, y no que se convierta de su conducta y que viva?’
‘Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos…’ continuábamos diciendo en el salmo. Es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Es lo que nos impulsa a convertir nuestro corazón al Señor. Es lo que nos está pidiendo continuamente que seamos santos.
Somos pecadores, es cierto; cuántas veces olvidamos los caminos del Señor; cuántas veces olvidamos su amor. Viene la tentación y tropezamos una y otra vez. Pero una y otra vez acudimos al Señor confiados en su amor. Una y otra vez le decimos ‘no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal’, sabiendo que en el Señor siempre vamos a encontrar la misericordia y esa paz que necesitamos en el corazón. ‘Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?’
Pero como nos enseña Jesús hoy en el evangelio siempre hemos de estar buscando la comunión y la reconciliación con el hermano. Estamos llamados a la vida y todo lo que sea muerte hemos de desterrarlo de nosotros. Por eso tenemos que ir siempre regalando vida, porque siempre vamos regalando amor.
Jesús se nos muestra, por así decirlo, exigente en sus palabras hoy en el evangelio. Nos recuerda el mandamiento de no matarás. Pero al mismo tiempo nos hace ver toda la amplitud que tiene ese mandamiento. Estaríamos dando muerte al hermano no solo cuando le quitemos la vida física - cuántos dicen que no tienen pecado porque ellos no han matado a nadie - sino que dar muerte es tratar mal, es insultar, es juzgar, es llenar nuestro corazón de envidia, es dejar que se introduzca en nosotros el rencor y el resentimiento. Todo eso es muerte, una muerte que tenemos que ir desterrando de nosotros y de nuestro mundo. Desgraciadamente cuantas señales de muerte vemos a nuestro alrededor; cuántas señales de muerte pudiera haber allá escondidas en nuestro corazón cuando no amamos de verdad al hermano.
Por eso nos pide Jesús que siempre tenemos que buscar la reconciliación con el hermano. Ya en otro momento del evangelio, en este mismo sermón del monte de donde están tomadas estas palabras nos dice que no solo hemos de perdonar a quien nos haya podido hacer daño, sino además rezar por él. Eso es poner vida en nuestro corazón, porque eso nos da paz, y eso es sembrar semillas de paz en nuestro mundo queriendo llenarlo de vida también.
Cuánto podemos y tenemos que hacer en este sentido. Tenemos que ser siempre sembradores de vida, de reconciliación y de paz.

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