La misericordia del Señor nos pone en caminos de santidad
Levítico
19,1-2.11-18; Sal
18; Mateo
25,31-46
La misericordia del Señor nos hace santos; la
misericordia del Señor nos pone en caminos de santidad; la misericordia del
Señor nos impulsa a ser también nosotros misericordiosos y nos hace merecedores
de dicha eterna.
Muchas afirmaciones nos hacemos en torno a la
misericordia del Señor. Hoy nos decía el Levítico ‘Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo’ como
una invitación y como un mandato. Es la meta y el ideal. Es por lo que tenemos
que luchar y esforzarnos y ya el Señor nos va señalando las actitudes buenas y
nuevas que tiene que haber en nuestro corazón. Pero, ¿quién nos hace santos?
¿nos hacemos santos solo por nuestro esfuerzo o voluntad? Es el Señor el que
nos hace santos, porque tiene misericordia de nosotros que somos pecadores y
siempre nos está ofreciendo su compasión, su perdón, su amor que nos llena de
vida y de santidad.
Por eso podíamos afirmar que es la misericordia del
Señor la que nos pone en caminos de
santidad. Por una parte porque cuando nos sentimos amados, nos sentimos
llamados a corresponder a ese amor; y si es así de grande la misericordia de
Dios con nosotros, ¿cómo no vamos a vivir nosotros en su amor y en su gracia?
Por eso desde esa misericordia de Dios nos sentimos impulsados a vivir esos
caminos de santidad.
Y ¿qué tenemos que hacer? Vivir un amor como el amor
que el Señor nos tiene. Llenar también nuestro corazón de amor y de
misericordia; amor por encima de todo a Dios; pero amor que va a manifestarse
en el amor que le tengamos a los demás, en el bien que le hagamos a los otros,
en la misericordia y compasión con la que nosotros tratemos a los demás.
Lo que nos señala el Levítico que tenemos que hacer
para ser santos como el Señor quiere que seamos precisamente pasa por esos
caminos. Por eso terminará diciéndonos, algo que luego escucharemos en labios
de Jesús en el evangelio que tenemos que amar al prójimo como a nosotros
mismos.
Esos son los caminos que nos señala el evangelio que
hoy hemos escuchado. Nos habla del juicio final y nos dice de qué vamos a ser
juzgados. Como diría bellamente san Juan de la Cruz ‘en el atardecer de la vida seremos examinados de amor’. No voy a
repetir aquí lo que ya hemos escuchado en el evangelio sino que tomemos de
nuevo ese texto en nuestras manos y volvamos a leerlo, pero poniendo rostros,
poniendo nombres, poniendo esas personas que todos conocemos y que nos vamos
encontrando en nuestra puerta o en el camino de nuestras calles o plazas. Y
detrás de ese rostro, de esa figura que conocemos, miremos a Jesús. Ahí está
Jesús para que le amemos; ahí está Jesús para que mostremos nuestra
misericordia y nuestra compasión.
Recordemos, finalmente, que si nosotros tenemos misericordia
con los demás, también alcanzaremos misericordia. Podríamos recordar aquello de
Tobías que nos dice que la limosna lava nuestros pecados; pero podemos recordar
simplemente las bienaventuranzas: ‘Dichosos
los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia’.
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