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lunes, 23 de febrero de 2015

La misericordia del Señor nos pone en caminos de santidad

La misericordia del Señor nos pone en caminos de santidad

Levítico 19,1-2.11-18; Sal 18; Mateo 25,31-46
La misericordia del Señor nos hace santos; la misericordia del Señor nos pone en caminos de santidad; la misericordia del Señor nos impulsa a ser también nosotros misericordiosos y nos hace merecedores de dicha eterna.
Muchas afirmaciones nos hacemos en torno a la misericordia del Señor. Hoy nos decía el Levítico ‘Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo’ como una invitación y como un mandato. Es la meta y el ideal. Es por lo que tenemos que luchar y esforzarnos y ya el Señor nos va señalando las actitudes buenas y nuevas que tiene que haber en nuestro corazón. Pero, ¿quién nos hace santos? ¿nos hacemos santos solo por nuestro esfuerzo o voluntad? Es el Señor el que nos hace santos, porque tiene misericordia de nosotros que somos pecadores y siempre nos está ofreciendo su compasión, su perdón, su amor que nos llena de vida y de santidad.
Por eso podíamos afirmar que es la misericordia del Señor la que nos pone en caminos  de santidad. Por una parte porque cuando nos sentimos amados, nos sentimos llamados a corresponder a ese amor; y si es así de grande la misericordia de Dios con nosotros, ¿cómo no vamos a vivir nosotros en su amor y en su gracia? Por eso desde esa misericordia de Dios nos sentimos impulsados a vivir esos caminos de santidad.
Y ¿qué tenemos que hacer? Vivir un amor como el amor que el Señor nos tiene. Llenar también nuestro corazón de amor y de misericordia; amor por encima de todo a Dios; pero amor que va a manifestarse en el amor que le tengamos a los demás, en el bien que le hagamos a los otros, en la misericordia y compasión con la que nosotros tratemos a los demás.
Lo que nos señala el Levítico que tenemos que hacer para ser santos como el Señor quiere que seamos precisamente pasa por esos caminos. Por eso terminará diciéndonos, algo que luego escucharemos en labios de Jesús en el evangelio que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos.
Esos son los caminos que nos señala el evangelio que hoy hemos escuchado. Nos habla del juicio final y nos dice de qué vamos a ser juzgados. Como diría bellamente san Juan de la Cruz ‘en el atardecer de la vida seremos examinados de amor’. No voy a repetir aquí lo que ya hemos escuchado en el evangelio sino que tomemos de nuevo ese texto en nuestras manos y volvamos a leerlo, pero poniendo rostros, poniendo nombres, poniendo esas personas que todos conocemos y que nos vamos encontrando en nuestra puerta o en el camino de nuestras calles o plazas. Y detrás de ese rostro, de esa figura que conocemos, miremos a Jesús. Ahí está Jesús para que le amemos; ahí está Jesús para que mostremos nuestra misericordia y nuestra compasión.
Recordemos, finalmente, que si nosotros tenemos misericordia con los demás, también alcanzaremos misericordia. Podríamos recordar aquello de Tobías que nos dice que la limosna lava nuestros pecados; pero podemos recordar simplemente las bienaventuranzas: ‘Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia’. 

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