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sábado, 4 de octubre de 2025

Reconocer lo que Dios va realizando en nosotros aunque nos consideremos pequeños y pecadores y abrir los ojos para ver las maravillas de Dios en los demás

 


Reconocer lo que Dios va realizando en nosotros aunque nos consideremos pequeños y pecadores y abrir los ojos para ver las maravillas de Dios en los demás

Baruc 4, 5-12. 27-29; Salmo 68; Lucas 10, 17-24

Quizás nos encomendaron una tarea que casi nos parecía una misión imposible, no nos creíamos capaces de llevarla a cabo, por la novedad de lo que se nos encomendaba, por lo poco acostumbrados que estábamos a situaciones así, porque quizás nos veíamos pequeños e incapaces de realizarla; pero a la vuelta de esa experiencia nos sentíamos contentos, porque vimos que fuimos capaces, que las cosas salieron mejor de lo que habíamos imaginado, pero es que además a la vuelta quien nos había confiado aquella misión se alegraba con nosotros por el éxito logrado, nos valoraba y felicitaba por lo que habíamos hecho. Seguramente que nos sentiremos llenos de orgullo y satisfechos en nuestro interior, porque la experiencia había sido para nosotros maravillosa.

He querido comenzar mi reflexión de hoy con esta experiencia, y ojalá fuéramos más valientes para emprender tantas cosas que son necesarias aunque las veamos difíciles, pero también ojalá sepamos valorar lo que nos pueda parecer insignificante pero que sin embargo ha llenado de satisfacción a quien lo ha realizado, demasiadas veces nos falta esa visión optimista y esa valoración que hagamos de las cosas sencillas, digo que he querido traer esta experiencia, porque en el texto del evangelio que hoy se nos propone es lo que realmente estamos viendo.

Los discípulos que habían sido enviados a hacer un preanuncio del Reino de Dios allí por donde había de ir luego Jesús, regresan contentos porque han visto como la semilla ha ido prendiendo en aquellos corazones y eran muchos los signos que lo manifestaban. Hablan de curaciones y de expulsión de demonios, pero sabemos que es como un signo de lo que se iba realizando en aquellos corazones.

Pero se encuentran con la acogida de Jesús, la valoración que hace de la obra realizada. ‘Veía a Satanás caer como un rayo del cielo…’ les dice. Pero lo importante es que ‘vuestros nombres están inscritos en el cielo’. Palabras ciertamente de valoración que hace Jesús de lo que han realizado sus discípulos; pero aun más, da gracias al Padre por las maravillas que Jesús ve realizándose a través de los pequeños y de los sencillos.

Es una acción de gracias al Padre, es cierto, que se revela a los pequeños y los sencillos, pero podemos decir también que es una acción de gracias porque en aquellos que se consideraban pequeños, sus discípulos, incapaces quizás de poder hacer ese anuncio del Reino de Dios, se están realizando las obras maravillosas del Señor. ‘El Señor hizo en mi obras grandes’, que diría María, que es también lo que de alguna manera Jesús les está invitando a reconocer a aquellos sus discípulos, a través de ellos también Dios realiza obras grandes.

Nos dice mucho para nuestra vida este texto del evangelio. Reconocer lo que Dios va realizando en nosotros aunque nos consideremos pequeños y pecadores; nos motiva a descubrir esas maravillas de Dios en nosotros, nos motiva a ser humildes pero también agradecidos porque Dios así se manifiesta en nosotros. Pero también nos abre los ojos para ver esas maravillas de Dios en los demás; cuántos signos de la presencia y del actuar de Dios hemos de saber descubrir en los demás; con ellos nosotros nos alegramos, con ellos y por ellos nosotros también damos gracias, de ellos también nosotros aprendemos. Son los signos y señales claras de que el Reino de Dios se está realizando en nosotros, de lo que además tenemos que contagiar a nuestro mundo.

En ese mundo nuestro tan lleno de recelos y de envidias, con tantas desconfianzas y también con tantas descalificaciones a lo que hacen los demás, nosotros tenemos que ser signos de algo nuevo, dar las señales de que vivimos en verdad el sentido del Reino de Dios.  ¿Aprenderemos de una vez por todas a saber valorar a los demás?

viernes, 3 de octubre de 2025

Escuchemos esa Palabra que se nos anuncia como en verdad lo tiene que ser para nosotros, Palabra de Dios que nos está hablando hoy a nuestra vida concreta

 


Escuchemos esa Palabra que se nos anuncia como en verdad lo tiene que ser para nosotros, Palabra de Dios que nos está hablando hoy a nuestra vida concreta

Baruc 1,15-22; Salmo 78; Lucas 10,13-16

Es como si me lo hicieras a mí. Es la reacción que solemos tener cuando sentimos que se ofrende, por ejemplo, a alguien a quien nosotros queremos mucho; son las reacciones que tenemos cuando nos ‘tocan’ a nuestra madre, por decirlo de alguna manera, y salimos en su defensa, porque es nuestra madre, y lo sentimos como algo que nos hacen a nosotros mismos; es también una reacción cuando hay una amistad profunda entre dos personas que se sienten muy unidas de manera que casi las cosas de uno son como si fueran de los dos. ‘Me estás ofendiendo a mi’, les decimos y eso no lo puedo aguantar. Por extensión así nos afectan las cosas de nuestro pueblo y son las reacciones que tenemos muchas veces entre pueblos vecinos, donde defendemos lo nuestro, las cosas de nuestro pueblo como si tocaran cosas nuestras personales.

Es lo que nos está expresando Jesús de la recepción o no que se haga de sus palabras, pero sobre todo de aquellos que como enviados suyos nos traen la buena nueva del Evangelio. De ahí nace también la valoración y el respeto que los cristianos tenemos por nuestros pastores, porque los vemos como enviados de Jesús para ofrecernos la gracia de la salvación.

Este texto intercalado aquí en el evangelio en la valoración que se está haciendo de la acogida al evangelio que se tiene en algunos lugares de Galilea, tiene también esa amplitud más abierta y universal en referencia a los que son los enviados de Jesús para el anuncio del evangelio; cosa que, por supuesto, tendría que hacernos pensar en la acogida que hacemos del mensaje de Jesús en nuestras vidas, la importancia que le damos a la Palabra de Dios y cómo hacemos que sea semilla plantada en la buena tierra de nuestro corazón para hacerle dar fruto.

Como decíamos, en este texto se parte de la respuesta que están dando al anuncio del Reino de Dios en algunos lugares de Galilea. Hemos visto cómo la gente acogía la palabra y la enseñanza de Jesús, cómo se entusiasmaban por escucharle y por estar con El, cómo cuando contemplaban los milagros que Jesús hacia curando a los enfermos o expulsando a los demonios ellos sabían ver un signo de la presencia de Dios en medio de ellos. ‘Dios ha visitado a su pueblo’, exclamaban en muchas ocasiones.

Pero bien contemplamos en algunas ocasiones que esos entusiasmos eran pasajeros; ya Jesús nos había señalado en la parábola del Sembrador, como no siempre la tierra estaba preparada para recibir la semilla, y la caída en el borde del camino se la comían las aves del cielo y lo daba fruto, la caída entre pedregales o zarzales pronto se secaba por falta de buena tierra donde enraizarse esa nueva planta del Reino de Dios que iba brotando en los corazones de quienes la escuchaban. No siempre se recogía el fruto al ciento por uno.

Es lo que ahora detectamos en este texto en relación a aquellos pueblos de Corozaín y Betsaida, en los alrededores del lago de Tiberíades o en el propio Cafarnaún. Muchos milagros había realizado Jesús en aquellos lugares, mucha había sido su presencia cuando caminaba aquellos caminos de Galilea, pero no siempre dan fruto; pronto se secaba aquella planta del Reino de Dios, porque pronto olvidaban las acciones de Dios en medio de ellos.

Es la queja de Jesús, es la nueva invitación que está haciendo Jesús, es la persistencia de la presencia y predicación de Jesús en aquellos lugares. Pero no lo podemos mirar como hechos acaecidos en la lejanía de los tiempos y lugares. Somos nosotros hoy los que escuchamos esa Palabra de Dios, en medio de nosotros también se están realizando esos signos de Dios que no siempre sabemos descubrir; también nosotros muchas veces nos ponemos críticos ante el anuncio que nos hace la Iglesia o ante la invitación que nos hacen nuestros pastores; tantas veces damos la vuelta, no queremos escuchar, no nos dejamos interpelar, ponemos nuestros ‘peros’ y nuestras pegas, nos hacemos oídos sordos.

¿Escucharemos esa Palabra que se nos anuncia como en verdad lo tiene que ser para nosotros Palabra de Dios que nos está hablando hoy?

jueves, 2 de octubre de 2025

Hacernos como niños en la simplicidad y en la generosidad, en la ausencia de malicia y en el deseo de crecimiento interior, camino para vivir el Reino de Dios

 

Hacernos como niños en la simplicidad y en la generosidad, en la ausencia de malicia y en el deseo de crecimiento interior, camino para vivir el Reino de Dios

Nehemías 8, 1-4ª. 5-6. 7b-12; Salmo 18; Mateo 18, 1-5. 10

Nadie quiere aparecer como pequeño e insignificante. Es una tentación que sentimos, aunque al final tengamos que reconocer que no somos tan importantes, al menos entre los que nos rodean queremos hacernos notar; nos puede suceder a todos, buscamos influir, que se nos tenga en cuenta, no queremos quedarnos atrás, nuestro deseo es sobresalir. Y sucede en todos los ámbitos, muchas veces nos quedamos relegados a un ámbito más cercano, pero vemos que en esa escala ascendente de los que se sienten poderosos continuamente andamos en esa carrera por ostentar el poder, por creernos superiores o mejores que los demás; cuántas vanidades de ese tipo contemplamos en la vida social, en la política o en los círculos de influencia en nuestra sociedad; verdadera guerras sordas por conseguir esos lugares de apariencia o de poder.

Frente a esa experiencia de la vida cada vez más frecuente, aunque siempre ha habido quien se ha andado con esas insuflas de grandeza, hoy nos habla Jesús en el evangelio de que en su reino hemos de hacernos como niños. Palabras de Jesús que en el tiempo y momento en que fueron pronunciadas tenían como una connotación especial, por la poca importancia que en aquella sociedad se les daba a los niños. Hasta que no llegaran a una cierta edad en que ya se consideraran mayores no se les tenia en cuenta, se les dejaba a un lado.

Y ahí en medio de esa connotación de la sociedad Jesús nos viene a decir que seamos como niños; ¿con su inocencia? ¿Con su ingenuidad? ¿Con esa falta de malicia? ¿Con esa curiosidad de su espíritu que les hace preguntar y preguntar porque quieren saber, porque quieren entender? ¿Con esa simplicidad del niño que corre libremente de una lado para otro parece que es ajeno a todas las preocupaciones? ¿Con esa espontaneidad que se convertía en una generosidad natural siempre dispuestos a ser los primeros en hacer las cosas?

Podrían parecer valores muy infantiles, cosas de niños que nos decimos. Pero ¿realmente son valores infantiles o pueden convertirse en valores muy fundamentales para entender lo que ha de significar el Reino de Dios para nosotros?

Ojalá tuviéramos esa inocencia para quitar la malicia y desconfianza a nuestros actos, a lo que hacemos, a lo que son nuestras relaciones con los demás. Ojalá tuviéramos siempre esa hambre de aprender y de crecer, supiéramos acelerar ese motor de búsqueda interior que nos hace encontrarnos con nosotros mismos o con lo que es la verdad de la vida y de las cosas que vivimos. Ojalá tuviéramos esa disponibilidad que nos hace generosos haciendo que pensemos menos en nosotros mismos que en el bien que podemos hacer a los demás. Ojalá supiéramos entrar en esa órbita en la solo buscamos poner nuestra parte, nuestro granito de arena, sin buscar coronas de oropeles, sin querer estar imponiéndonos sino sabiendo colaborar poniendo cada uno su saber y su capacidad de actuar.

No son cosas tan infantiles, sino que serán cosas que nos harán profundizar más en nuestra vida para buscar lo que verdaderamente es fundamental y así abandonáramos esas ínfulas de vanidad que tantas veces nos envuelven para hacernos un mundo de fantasías y de superficialidad.

El evangelio de hoy nos ha querido hablar de esa sencillez con que hemos de tomarnos la vida, de esa alegría de vivir simplemente porque somos generosos, porque somos capaces de compartir con los demás lo que somos, porque estamos deseando estar siempre en esa actitud de servicio.

Claro que si hoy se nos ofrece este evangelio, en esta fiesta de los Santos Ángeles Custodios, es por aquello que se nos dice al final de que tengamos ‘cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial’.

Nos quiere recordar este texto el sentido de la celebración de este día y es el pensar en esos Ángeles de Dios que están a nuestro lado, que serán inspiración celestial para nosotros y signos de esa presencia de Dios en nuestras vidas para insuflar en nosotros también esa fortaleza de gracia para el camino de nuestra vida. No nos sentiremos nunca abandonados de Dios que nos hace sentir su presencia en el signo de los ángeles del cielo y que son también una invitación para que nos unamos siempre, como decimos en la liturgia, al coro de los ángeles que canta la gloria del Señor.


miércoles, 1 de octubre de 2025

No basta solo buena voluntad si no nos desprendemos de apegos y añoranzas a cosas pasadas, seguir a Jesús es ponernos en camino abiertos a unos valores nuevos

 


No basta solo buena voluntad si no nos desprendemos de apegos y añoranzas a cosas pasadas, seguir a Jesús es ponernos en camino abiertos a unos valores nuevos

Nehemías 2,1-8; Salmo 136; Lucas 9,57-62

No basta solo la buena voluntad. Es necesario algo más, aparte de un realismo que nos haga ver cosas concretas y cuales son las exigencias, por otra parte hace falta una disponibilidad generosa para dejarnos conducir y para abrirnos a todas las posibilidades. Ese realismo es conocernos a nosotros mismos, con nuestras cualidades y posibilidades, con los valores que podemos y hemos de desarrollar pero también con nuestras carencias, nuestras deficiencias acompañadas de una fuerza de voluntad para superarlas y que nos de continuidad y permanencia a aquello que emprendemos, es necesario constancias para no cansarse y volvernos pronto atrás y tirar la toalla porque creemos tarde que no somos capaces.

Esto podemos decir es en todos los ámbitos de la vida, es lo que nos hace maduros, lo que va a marcar nuestra personalidad, lo que nos hará conseguir altas metas, lo que nos arrancará de la mediocridad. Es la tarea personal de nuestro propio crecimiento y maduración como personas, son nuestros trabajos y cuanto emprendemos, es la vida de nuestra familia en la que tenemos que ser incluso creativos para buscar siempre lo mejor y no arriesgarnos a lo que salga, es en cuanto nos podamos comprometer en el ámbito de nuestra sociedad de la que no nos podemos sentir ajenos nunca.

De eso nos está hablando Jesús, que aunque de forma concreta se está refiriendo a lo que significa su seguimiento y nuestra vocación cristiana, me gusta también aterrizar en todo lo que es el ámbito de nuestra vida humana, porque cualquier palabra del evangelio siempre es luz para toda nuestra vida; desde el evangelio precisamente nos sentimos impulsados a vivir con toda intensidad la responsabilidad de nuestra vida allí donde estemos, allí donde nos desarrollemos como personas, allí donde estamos realizando nuestras tareas humanas. Por eso trato de siempre de hacer una lectura de la vida, de cuanto no sucede, porque ahí siempre tenemos dejar el matiz de nuestro sentido cristiano.

El episodio de hoy del evangelio nos habla de quienes entusiasmados quieren seguir a Jesús, o de aquellos a los que Jesús invita a un seguimiento especial donde tenemos que saberlo vivir con un desprendimiento y una generosidad especial, pero también con realismo.

Nos habla primero de aquel que entusiasmado dice que quiere seguir a Jesús a donde quiera que vaya, o sea, cualquier cosa que le pida Jesús. Pero Jesús lo hace detenerse a pensar, a calibrar bien lo que significa seguir a Jesús, a lo que son las exigencias de vida que se le presentan. No es el fervorín de un momento, como tantas veces sucede y luego vemos que aquella llamarada tan ostentosa pronto se afloja y apaga. La decisión del seguimiento de Jesús no parte solo de una buena voluntad que nosotros tengamos, sino también de una llamada que escuchamos en lo hondo de nosotros mismos.

¿Hasta dónde somos capaces de seguirle? ¿Qué estamos dispuestos a dar o a hacer? Jesús le habla a aquel buen hombre tan entusiasmado por seguirle que las fieras del campo tienen sus madrigueras y las aves del cielo sus nidos, pero ‘el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’. ¿Seremos capaces de una disponibilidad así? Jesús no tenía casa, porque incluso cuando va a su pueblo es rechazado y lo quieren tirar barranco abajo; si vida es itinerante de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, lo veremos más o menos establecido en Cafarnaún pero parece ser la casa de Pedro su centro de referencia; cuando va a Jerusalén estará pidiendo a alguien que le preste una sala para celebrar la pascua con los discípulos. ¿Seremos capaces de ponernos así en camino?

A otro a quien invita Jesús a seguirle y que le pida que le permita primero ir a enterrar a su padre, le dirá tajantemente que deje que los muertos entierren a sus muertos, que el camino que El le ofrece es un camino de vida; mientras que al que le pide que primero quiere ir a despedirse de su familia le dirá que no hay que volver la mirada atrás con añoranzas de tiempos pasados, sino que quien se pone en camino siempre ha de mirar hacia delante. No quiere Jesús que rompamos nuestros vínculos familiares, pero sí que no nos creemos ataduras; ponerse en camino, y ya nos dirá en otra ocasión que sin alforjas, porque no dependemos de las cosas, la fuerza está en el mismo camino que hacemos y en la Palabra que pronunciamos, porque la fuerza nos viene del Señor, para El toda nuestra disponibilidad.

¿Es el camino que hacemos en nuestra vida cristiana? ¿Habremos entendido bien lo que significa seguir a Jesús? ¿Nos dejaremos envolver por sus valores o estaremos con nuestro corazón desgarrado porque siempre estamos aspirando a las cosas que dejamos atrás?

martes, 30 de septiembre de 2025

Evangelizar es hacer una oferta de amor como sentido de vida con el testimonio de nuestra vida que siempre espera respuesta libre

 


Evangelizar es hacer una oferta de amor como sentido de vida con el testimonio de nuestra vida que siempre espera respuesta libre

Zacarías 8,20-23; Salmo 86; Lucas 9,51-56

Quizás porque decimos que somos más civilizados ya no se suele dar con tanta frecuencia aquellas peleas o discusiones entre pueblos cercanos donde siempre lo de mi pueblo es mejor que lo del tuyo. Algo en ocasiones se sigue dando muchas veces quizás desde polémicas entre las fiestas de pueblos vecinos, o incluso en ocasiones dentro del mismo pueblo pues se crean unos bandos según se sea de una parte del pueblo o de otra. Pero siempre ha habido esas rencillas y esas envidias entre pueblos cercanos, en  ocasiones son situaciones verdaderamente pintorescas pero también en cierto modo grave por resentimientos que se crean.  Una guerra de bandos, podríamos decir, unos resentimientos entre pueblos vecinos, unos distanciamientos que pueden dar pie a situaciones que se pueden convertir en algo difícil.

Menciono esto en referencia a lo que nos dice el evangelio. Los discípulos de Jesús que realizaban su subida a Jerusalén atravesando Samaría se encuentran que no son bien recibidos en algún pueblo por el hecho de que iban a la Pascua a Jerusalén. Conocido es, y nos aparecen distintos episodios a lo largo del evangelio, cómo desde la división del Reino judío los samaritanos y los judíos no se llevaban y estaban enfrentados en relación a la situación del Templo, entre el de Jerusalén de todos los judíos y el que se habían levantado en el Reino del Norte, en Samaría como una oposición a Jerusalén.

¿Cómo tú siendo judío me pides de beber a mi que soy samaritana?, le había replicado aquella mujer junto al pozo de Jacob en Samaría. Jesús resaltará, por el contra, en la parábola que fue el samaritano el que se bajó de su cabalgadura para atender al hombre caído mientras el sacerdote y el levita habían pasado de largo. Hoy contemplamos este rechazo por el hecho de ir subiendo a Jerusalén.

Los discípulos que se habían visto rechazo en su fervor por Jesús habían querido hacer bajar fuego del cielo como castigo a quienes no les habían recibido. Pero no es esa la actitud de Jesús. La verdad y el amor no se pueden imponer por la fuerza, tampoco con la violencia es manera de proclamar el Reino de Dios que nos anuncia Jesús. Dios no se impone, solamente ofrece su amor y su salvación a la que nosotros libremente hemos de dar respuesta. La fe no se puede imponer, la fe se ha de contagiar, la fe es una invitación a dar una respuesta con libertad.

¿Habremos llegado a entender de verdad este mensaje de Jesús que nos ofrece hoy el evangelio? Podemos estar muy seguros y muy ciertos de la verdad del evangelio y de la fe que nosotros profesamos, para nosotros es la única salvación, lo único que da vida al hombre, pero la seguridad de los pasos que nosotros damos no se puede imponer a nadie, siempre ha de ser una oferta de amor a la que libremente se da respuesta.

Quizás en la historia, y podemos pensar de forma concreta en nuestra historia personal, la que nosotros hemos vivido, la que se ha desarrollado a nuestro lado, por un fervor mal entendido hemos convertido la transmisión de nuestra fe en una guerra invasiva de la conciencias de los demás. Precisamente porque estamos plenamente convencidos nos hacemos misioneros, llevamos el anuncio a los demás, expresamos nuestro testimonio, pero siempre será una invitación, una invitación hecha desde el amor. Queremos contagiar nuestra fe pero desde el descubrimiento que los otros hacen del testimonio que nosotros le ofrecemos con nuestra vida.

No es un evangelio de palabras y doctrinas que tengamos que aprender, sino que es un anuncio de salvación cuando ayudamos a descubrir un sentido de vida que nos conduce por caminos de plenitud. ¿Será eso en verdad lo que nosotros ofrecemos? Lo malo sería que ya hubiéramos perdido ese sentido de vida y no tengamos nada que ofrecer. Es la frialdad que se ha apoderado de los cristianos que solo lo son de nombre, es la pasividad con que vivimos en nuestras comunidades cristiana donde ya nos falta ese arrojo para hacer el anuncio del evangelio. ¿Dónde están los evangelizadores de nuestro tiempo?

lunes, 29 de septiembre de 2025

Tres nombres de arcángeles, Miguel, Gabriel y Rafael, que tendríamos que llevar gravado en nuestras vidas por el testimonio que hemos de dar del evangelio de Jesús

 


Tres nombres de arcángeles, Miguel, Gabriel y Rafael, que tendríamos que llevar grabado en nuestras vidas por el testimonio que hemos de dar del evangelio de Jesús

Daniel 7,9-10.13-14; Salmo 137; Juan 1,47-51

Hay cosas, por decirlo de alguna manera, que no siempre llegamos a entender en todo su sentido, que son de alguna manera un misterio para nosotros, pero que ahí están, que son para nosotros señal y signo de algo distinto y superior a todo lo que nosotros podamos entender o imaginar, pero que de alguna manera envuelven nuestra vida y nos hacen entrar en algo inmensamente superior a nosotros mismos y que abre para nosotros horizontes de plenitud que aunque nos sintamos pequeños llenan de una grandeza superior a nuestra vida.

Es el misterio de Dios que hoy celebramos; sí, quiero llamarlo misterio de Dios, porque nos hace sentir su presencia misteriosa que hace que nuestra vida entre en una nueva dimensión. A lo largo de la Biblia sobre todo en el Antiguo Testamento cuando se nos habla de la presencia de Dios que actúa en la vida de los hombres habitualmente se nos habla del Ángel de Dios que se nos manifiesta. Muchos podría ser los testimonios que nos ofrece la Biblia en este sentido, donde siempre quien recibe esa visita del Ángel del Señor se sentirá fortalecido desde lo más hondo y con una misión nueva en su vida.

Una presencia de Dios en sus ángeles que nos eleva y nos hace al mismo tiempo sentirnos espirituales, que se convierte en fortaleza para nuestro caminar, para mantener viva nuestra fe y para crecer en esa dimensión del amor. Sentiremos esa presencia del Ángel de Dios junto a nosotros que hace entrar en esa nueva dimensión nuestra vida, que no es solo la materialidad de un cuerpo humano sino ese espíritu que dentro de nosotros da sentido y grandeza a nuestro ser.

En este día del 29 de setiembre la iglesia ha querido aunar en una sola festividad a los santos Arcángeles, Miguel, Gabriel y Rafael, cada uno, podríamos decir, con sus particularidades propias según se nos van manifestando en distintos momentos de la Biblia y que de alguna manera van a encauzar lo que significa la presencia de los santos ángeles y arcángeles en nuestra vida.

¿No necesitaremos esa fortaleza de Dios que significa la figura del Arcángel san Miguel en esa lucha de nuestra vida por el bien y la verdad para preservar la santidad de nuestra vida en esa lucha contra el maligno?

¿No necesitaremos esa claridad y sabiduría de nuestra mente para saber escuchar y discernir lo que es la Palabra de Dios para nosotros como representó la figura del Arcángel Gabriel que fue mensajero de Dios que tanto en Zacarías como en María los descubría los misterios de Dios y la misión que Dios les confiaba?

Necesitamos sentirnos sanados porque nuestra vida se corrompe con el mal y el pecado, necesitamos sentirnos sanadas de esas perturbaciones que sentimos en nuestro espíritu desde nuestros miedos y nuestra dudas, desde esas influencias del mal y la mentira que dañan nuestro espíritu, necesitamos sentirnos sanados porque el desamor y el odio nos dañan interiormente y necesitamos encontrar esa paz de nuestro espíritu como el santo Arcángel Rafael fue medicina de Dios y acompañante en el camino para Tobías.

Es la imagen que se proyecta sobre nosotros y nuestra vida con esa presencia de Dios que se manifiesta en sus arcángeles para ayudarnos en el camino de nuestra vida. Pero es también en lo que nosotros hemos de convertirnos como signos de una vida nueva ante aquellos que nos rodean. Mensajeros de Dios hemos de convertirnos en medio de nuestro mundo con los signos de una vida santa y de una vida sana; mensajeros de Dios que con el testimonio de nuestra vida nos convertimos en portavoces y trasmisores de un mensaje de salvación para nuestro mundo.

¿No deberíamos llevar el nombre de estos tres santos arcángeles gravado en nuestras vidas sobre todo por el testimonio que damos y por el signo en que nos convertimos de ese Reino nuevo de Dios ante el mundo que nos rodea?

domingo, 28 de septiembre de 2025

Siempre el evangelio es camino que nos abre a la sensibilidad y al amor, a nuevas actitudes y a dar nuevo sentido a nuestros encuentros y a una nueva mirada a los que nos rodean

 


Siempre el evangelio es camino que nos abre a la sensibilidad y al amor, a nuevas actitudes y a dar nuevo sentido a nuestros encuentros y a una nueva mirada a los que nos rodean

Amós 6, 1a. 4-7; Salmo 145; 1Timoteo 6, 11-16; Lucas 16, 19-31

¿Quiénes son los que tienen nombre en la sociedad donde vivimos? Los pobres y los que nada tienen  no ocupan páginas en los medios de comunicación, no son noticia. Recuerdo aquellos tiempos en que el ‘don’ como tratamiento de respeto a la persona solo se ponía delante del nombre de los personajes importantes por su influencia, su poder económico o su riqueza, su rango en una sociedad muy jerarquizada en razón de sus títulos, o su presencia como hombre fuerte e influyente de la sociedad por sus dominios o posesiones; a un pobre nunca se le llamaba por ejemplo ‘don José’, era simplemente el que vivía en tal sitio, o José o Pepe en el trato con sus iguales.

Pero es curioso que en este texto que nos ofrece hoy el evangelio, en esta parábola de Jesús no sea el rico el que tiene nombre sino el pobre, el pobre Lázaro, un mendigo a la puerta del rico pero que era ignorado por el personaje poderoso. ¿Será un signo del contraste que nos quiere proponer Jesús con la transformación que por el Reino de Dios se ha de realizar en nuestro mundo?

La parábola nos quiere enseñar muchas cosas, quiere reflejar muchas actitudes o posturas en las que nosotros podemos caer en la vida. Es fuerte el contraste entre la vida de aquel rico opulento que se lo pasaba banqueteando cada día, pero que era insensible a lo que pasaba a su puerta con aquel mendigo al que parece que únicamente la presta atención un perrito que le lame sus heridas. No es la condena de la riqueza en sí misma lo que pretende decirnos el evangelio sino las actitudes que tenemos en la vida y en consecuencia el uso que hacemos de aquellos medios que tenemos en nuestras manos.

Aquellos bienes que conseguimos a través de nuestro trabajo honrado no son en sí mismo malos, pues ya Dios puso toda la creación en la manos del hombre para que la trabajase y desarrollase. Pero es el camino que hacemos que lo convertimos en un camino de insensibilidad, como aquel hombre que no se daba por enterado de lo que sucedía a su puerta. Cuántas veces nosotros también cerramos los ojos para no ver o volvemos la mirada para otro lado para no sentirnos heridos en la sensibilidad que nos quede en el corazón; cuantas veces ensimismados en nosotros mismos no nos enteramos de lo que sucede a nuestro lado, no queremos ahondar en esos rostros que se cruzan con nosotros en la vida sino que seguimos caminando con nuestros prejuicios y prevenciones y no somos capaces de vislumbrar lo que hay detrás de esos rostros.

Apagamos la televisión o cambiamos de canal para no ver los desastres que asolan nuestro mundo con tantas violencias y tantas guerras; criticamos y juzgamos a quienes llegan a las puertas de nuestra sociedad calificándonos tantas veces de tan mala manera pero no vemos lo que hay detrás, las familias llenas de dolor y de miseria que quizás quedaron en su tierra para que estos como emigrantes lleguen hasta nosotros buscando una vida mejor, ¿habremos pensado en la tragedia que han vivido cuando han dejado su tierra arriesgándose a cruzar un mar, por ejemplo hablo de los que llegan a las costas de nuestras islas, que no saben si terminarán su travesía con vida mientras allá han quedado unas familias llenas de angustia?

La parábola que escuchamos hoy sigue haciéndonos pensar en muchas cosas. Pensemos en el vacío en que ha caído aquel rico, en esa imagen en que lo contemplamos en el abismo, en el que clama por un dedo mojado en agua que refresque su garganta, o porque vayan a anunciar a sus hermanos lo que a ellos les puede suceder siguiendo el mismo camino. Parece un abismo infranqueable, una situación de la que no se puede salir, unas soluciones que parece que no se encuentran tan fácilmente. Pero el evangelio siempre tiene un faro de esperanza para el hombre, el evangelio siempre es buena nueva, buena noticia de esperanza y salvación.

No es el camino la aparición de los muertos para tratar de convertirnos, como algunas veces nosotros pedimos también, sino que tiene que ser una apertura de la vida, una apertura de los oídos del corazón para escuchar la Palabra de Dios. Como se nos dice en la parábola, tienen a Moisés y los profetas que nosotros tenemos que saber interpretar bien.

Escuchemos el evangelio, dejémonos sorprender por esa buena noticia que nos anuncia esperanza y salvación, dejémonos transformar para que en verdad cambiemos nuestras actitudes y no vivamos ya solo pensando en nosotros mismos que es la tentación fácil que nos aparece, no vivamos encerrados en nuestra insensibilidad y nuestra insolidaridad sino que seamos capaces de darnos cuenta que cuanto tenemos no es solo en beneficio propio sino que tenemos que pensar en el bien de ese mundo y en el bien de cuantos caminan a nuestro lado.

No es un evangelio para sentirnos abrumados porque quizás hayamos tenido momentos en que no hayamos sabido hacer uso de la vida y cuanto somos y tenemos para caer el vacío de un sin sentido, sino para abrir puertas, para abrir nuestros oídos, para abrir nuestra vida a nuevas actitudes, a un verdadero encuentro sin prejuicios a cuantos caminan con nosotros en la vida.