Reconocer
lo que Dios va realizando en nosotros aunque nos consideremos pequeños y
pecadores y abrir los ojos para ver las maravillas de Dios en los demás
Baruc 4, 5-12. 27-29; Salmo 68; Lucas 10,
17-24
Quizás nos encomendaron una tarea que
casi nos parecía una misión imposible, no nos creíamos capaces de llevarla a
cabo, por la novedad de lo que se nos encomendaba, por lo poco acostumbrados
que estábamos a situaciones así, porque quizás nos veíamos pequeños e incapaces
de realizarla; pero a la vuelta de esa experiencia nos sentíamos contentos,
porque vimos que fuimos capaces, que las cosas salieron mejor de lo que
habíamos imaginado, pero es que además a la vuelta quien nos había confiado
aquella misión se alegraba con nosotros por el éxito logrado, nos valoraba y
felicitaba por lo que habíamos hecho. Seguramente que nos sentiremos llenos de
orgullo y satisfechos en nuestro interior, porque la experiencia había sido
para nosotros maravillosa.
He querido comenzar mi reflexión de hoy
con esta experiencia, y ojalá fuéramos más valientes para emprender tantas
cosas que son necesarias aunque las veamos difíciles, pero también ojalá
sepamos valorar lo que nos pueda parecer insignificante pero que sin embargo ha
llenado de satisfacción a quien lo ha realizado, demasiadas veces nos falta esa
visión optimista y esa valoración que hagamos de las cosas sencillas, digo que
he querido traer esta experiencia, porque en el texto del evangelio que hoy se
nos propone es lo que realmente estamos viendo.
Los discípulos que habían sido enviados
a hacer un preanuncio del Reino de Dios allí por donde había de ir luego Jesús,
regresan contentos porque han visto como la semilla ha ido prendiendo en
aquellos corazones y eran muchos los signos que lo manifestaban. Hablan de
curaciones y de expulsión de demonios, pero sabemos que es como un signo de lo
que se iba realizando en aquellos corazones.
Pero se encuentran con la acogida de
Jesús, la valoración que hace de la obra realizada. ‘Veía a Satanás caer
como un rayo del cielo…’ les dice. Pero lo importante es que ‘vuestros
nombres están inscritos en el cielo’. Palabras ciertamente de valoración
que hace Jesús de lo que han realizado sus discípulos; pero aun más, da gracias
al Padre por las maravillas que Jesús ve realizándose a través de los pequeños
y de los sencillos.
Es una acción de gracias al Padre, es
cierto, que se revela a los pequeños y los sencillos, pero podemos decir también
que es una acción de gracias porque en aquellos que se consideraban pequeños,
sus discípulos, incapaces quizás de poder hacer ese anuncio del Reino de Dios,
se están realizando las obras maravillosas del Señor. ‘El Señor hizo en mi
obras grandes’, que diría María, que es también lo que de alguna manera
Jesús les está invitando a reconocer a aquellos sus discípulos, a través de
ellos también Dios realiza obras grandes.
Nos dice mucho para nuestra vida este
texto del evangelio. Reconocer lo que Dios va realizando en nosotros aunque nos
consideremos pequeños y pecadores; nos motiva a descubrir esas maravillas de
Dios en nosotros, nos motiva a ser humildes pero también agradecidos porque
Dios así se manifiesta en nosotros. Pero también nos abre los ojos para ver
esas maravillas de Dios en los demás; cuántos signos de la presencia y del
actuar de Dios hemos de saber descubrir en los demás; con ellos nosotros nos
alegramos, con ellos y por ellos nosotros también damos gracias, de ellos también
nosotros aprendemos. Son los signos y señales claras de que el Reino de Dios se
está realizando en nosotros, de lo que además tenemos que contagiar a nuestro
mundo.
En ese mundo nuestro tan lleno de
recelos y de envidias, con tantas desconfianzas y también con tantas
descalificaciones a lo que hacen los demás, nosotros tenemos que ser signos de
algo nuevo, dar las señales de que vivimos en verdad el sentido del Reino de
Dios. ¿Aprenderemos de una vez por todas
a saber valorar a los demás?