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sábado, 4 de mayo de 2019

Jesús viene también a nosotros en medio de las tormentas y nos dice ‘no temáis, soy yo, aquí estoy’


Jesús viene también a nosotros en medio de las tormentas y nos dice ‘no temáis, soy yo, aquí estoy’

Hechos 6, 1-7; Sal 32; Juan 6, 16-21
‘Soy yo, no temáis’. ¿Cuántas veces habremos escuchado palabras semejantes en el evangelio? Y es que la presencia del Señor no es para el temor sino para la paz.
Nos sentimos, es cierto, sobrecogidos por el misterio, por la inmensidad de la presencia de Dios. Y es fácil que ante la infinitud de tanta grandeza nos sintamos anonadados y llenos de temor. Como nos podemos penetrar en el misterio nos sentimos como ante lo desconocido, ante lo que nos sorprende, nos supera porque no terminamos de captarlo, de hacerlo nuestro.
Siempre ante lo desconocido sentimos como temor ante lo que hay detrás de lo que no vemos y podemos palpar con nuestras manos, con nuestros razonamientos. Queremos como aprehenderlo pero no podemos y nos sentimos sobrepasados. Nos pasa en tantas ocasiones en la vida. Llegamos a la presencia de alguien desconocido y nos ponemos alerta para saber quien es, y si se nos manifiesta con signos de grandeza o de poder la alerta en cierto modo es mayor. No queremos dejarnos sorprender, aunque quizá en la vida tendríamos que dejarnos sorprender en más ocasiones para descubrir la novedad de lo que se nos ofrece.
Decíamos antes que en muchas ocasiones en el evangelio escuchábamos aquellas palabras ‘no temáis’. Fue la sorpresa de Maria y fueron las palabras del ángel. Fue el despertar sobresaltado de los pastores de belén y fueron las palabras y el anuncio del ángel, porque era una buena noticia la que se les comunicaba. Fue en tantas ocasiones en el evangelio cuando los pecadores se acercaban a Jesús con humildad y temor y la paz que Jesús les ofrecía con su perdón y su paz. Fueron los saludos de paz de Cristo resucitado a las mujeres que habían ido al sepulcro o a los discípulos encerrados en sus temores en el cenáculo. Y así en tantas ocasiones. Sería interesante hacer un recorrido por las páginas del evangelio con esta clave.
Hoy son los discípulos que con mucho esfuerzo van atravesando el lago después que Jesús los embarcara rumbo a Cafarnaún cuando lo de la multiplicación de los panes en el desierto mientras El se quedaba y se iba a sola a la montaña a orar. Un día también atravesaban el lago y se levanto fuerte tormenta pero Jesús estaba durmiendo como su nada allí en medio. Habían gritado a Jesús y les había recriminado su poca fe, pero les decía que por qué temían y tenían miedo de zozobrar si El iba con ellos. Ahora con gran esfuerzo porque se levantaba viento en contra en la noche querían avanzar hacia Cafarnaún con gran dificultad y aparece Jesús andando sobre el agua. Creen ver un fantasma, pero ahí están las palabras de Jesús. ‘No temáis, soy yo’.
Con Jesús no hemos de temer. Ni nos tiene que asustar la presencia de Jesús que nos sale al encuentro allí donde estamos y también en medio de nuestras dificultades, ni hemos de tener ningún temor de que nos vaya a dejar solos en la tormenta. La tormenta de nuestra vida tan llena de debilidades y de pecados, la tormenta de nuestras dudas y de nuestra inconstancia, la tormenta de la tibieza con que vivimos la vida llena de superficialidades y muchas veces oscurecidas nuestras metas, la tormenta de las oscuridades de nuestras soledades en lo humano y que nos parece también en lo divino porque pensamos que Dios no nos escucha.
Jesús viene a nosotros y nos dice ‘no temáis, soy yo, aquí estoy’. Abramos los ojos para no confundirnos, para reconocerle, mejor, para sentir hondamente su presencia siempre en nuestro corazón, para descubrirle también cuando se nos hace presente a través de los demás. ‘No temáis, soy yo’.  

viernes, 3 de mayo de 2019

Con el testimonio de nuestra vida tenemos que facilitar hoy el encuentro de los demás con Jesús y el evangelio



Con el testimonio de nuestra vida tenemos que facilitar hoy el encuentro de los demás con Jesús y el evangelio

1Corintios 15, 1-8; Sal 18; Juan 14, 6-14
‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta…’ le pedía Felipe a Jesús. Les costaba asimilar las palabras de Jesús. A nosotros ahora quizá nos puede parecer muy claro. Pero era algo nuevo y distinto lo que estaban escuchando. Y cuando escuchamos algo nuevo que nos sorprende por su novedad, porque nos hace cambiar nuestros esquemas mentales, la forma en que estábamos acostumbrados a ver las cosas también nos cuesta asimilar, digerir. Es como un alimento nuevo y fuerte que nunca hemos comido, tenemos que irlo saboreando poco a poco para encontrar esas nuevas sensaciones, esa nueva visión de las cosas.
Jesús acababa de decirles  si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto’. Pero costaba entender. A Jesús lo conocían, con El llevaban mucho tiempo, pero les hablaba de Dios, les decía que conociéndole a El conocerían también a Dios; y estaba además esa forma nueva de llamar a Dios, porque Jesús les hablaba del Padre, mientras ellos en su religión judía ni se atrevían a mencionar el nombre de Dios para no profanarlo.
Y ahora Jesús les dice que cómo es esto que después de tanto tiempo que están con El no acaban de conocerle ni de comprender sus palabras. Bien sabemos que necesitarán la presencia y la fuerza del Espíritu para comprenderlo todo, como les diría más tarde Jesús. ‘Cuando venga el Espíritu de la verdad El os lo enseñará todo. Pero ahora siguen con sus dudas y con sus interrogantes interiores que son mucho más que las palabras que puedan balbucir. Por eso Jesús terminará diciéndoles que ‘quien me ha visto a mí ha visto al Padre’.
Parece que le damos vueltas y vueltas a las palabras de Jesús, pero bien necesitamos nosotros rumiarlas muy bien. Porque tenemos que fortalecer nuestra fe. Porque tenemos que sentirnos muy seguros con nuestra fe en Jesús. Porque vamos a encontrar mucha gente que no comprenda estas cosas y nosotros tenemos que iluminar también sus vidas con nuestra presencia, con nuestras obras, con nuestra vida. Porque esa fe que tenemos en Jesús para creer en sus palabras tiene que transformar nuestra vida, tiene que darnos un nuevo sentido de vivir. Y reconozcamos que muchas veces no terminamos de dar ese nuevo sentido de vida a nuestra existencia.
Estamos celebrando hoy a dos apóstoles, Felipe y Santiago el Menor. Poco sabemos de lo que fue su vida a partir de su dispersión por el mundo para anunciar el evangelio, pero sobre todo de Felipe encontramos un par de retazos en el evangelio que podrían ayudarnos. Felipe es llamado directamente por Jesús y pronto se va con El.
Pero es que inmediatamente en esa misma página del evangelio lo contemplamos ya como misionero. Será quien se encuentre a Natanael y le hable de Jesús hasta convencerlo a pesar de sus reticencias para que venga también a conocer a Jesús. Más tarde nos encontraremos que unos gentiles se dirigen a Andrés y Felipe para decirlos que quieren conocer al Maestro y ellos los llevan ante Jesús, podríamos decir que les facilitan el encuentro con Jesús.
¿No tendría que ser algo así nuestra vida? Siempre misioneros, siempre apóstoles, siempre anunciando el nombre de Jesús a pesar de las reticencias que encontremos en nuestro mundo, siempre facilitando a través del testimonio de nuestra vida que otros puedan encontrarse con Jesús.
Vivimos en nuestra Iglesia un estado de misión. Algo que nunca puede faltar, pero que en nuestro tiempo queremos de una manera especial intensificar, pero no solo pensando en países lejanos sino en nuestra periferia particular de aquellos que nos rodean que necesitan de nuestro testimonio para encontrarse con el evangelio, para encontrarse con Jesús. Es la tarea misionera en la que está empeñada nuestra Iglesia en este hoy de nuestra vida y de nuestra historia.
Creemos que ya todo el mundo está convertido al evangelio, pero bien sabemos que no es así. Que en este sentido nuestros tiempos son difíciles, pero que ahí está donde hemos de encender nuestra luz, o mejor, la luz de Jesús que reflejamos con nuestra vida para hacer el anuncio del evangelio al mundo que nos rodea. No cejemos en nuestro empeño misionero.

jueves, 2 de mayo de 2019

Busquemos por el camino de la fe encontrarnos con la sabiduría verdadera, la verdad del hombre y de la vida, la verdad del mundo que vivimos y la verdad de todo ser

Busquemos por el camino de la fe encontrarnos con la sabiduría verdadera, la verdad del hombre y de la vida, la verdad del mundo que vivimos y la verdad de todo ser

Hechos 5,27-33; Sal 33; Juan 3, 31-36
‘El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea en el Hijo no poseerá la vida…’ nos dice el evangelio hoy. Creer. Poseer la vida eterna. Un misterio. Maravilloso misterio aunque tantas veces nos cueste comprender. Un misterio de fe. ¿Por qué no todos creen? Es un don de Dios. Es algo sobrenatural. Nos supera. No es algo que tengamos por nosotros mismos. Pero es algo que hemos de desear.
Quien no se abre a lo espiritual, a la trascendencia no se está abriendo a la fe, se está cerrando a ese don de Dios. Nos cuesta creer. No siempre es fácil. Tenemos que vaciarnos de nosotros mismos y eso cuesta, porque tenemos nuestro orgullo, porque tenemos nuestro amor propio, porque buscamos las pruebas que nos convenzan. Pero creer no es cosa solo de pruebas, tiene que ser algo de poner mucha confianza para abrirnos al misterio. Sí, abrirnos al misterio porque todo lo que hace referencia a Dios nos trasciende, nos supera, va mucho más allá de nuestros razonamientos, y queremos tener razonamientos, pruebas y no queremos salir de nosotros mismos.
Es algo que nos toca al corazón, pero que no son solo sentimientos. Es una luz que nos llega y que nos envuelve. Pero no podemos poner cortinas que impidan la entrada de esa luz. Y las cortinas están en nuestro yo, en nuestro orgullo, en nuestra autosuficiencia, en nuestro amor propio.
Tenemos que dejarnos cautivar; tenemos que dejarnos conducir; tenemos que coger sin miedo esa mano que se nos tiende para ponernos en camino aunque nos parezca que vamos a lo desconocido, pero en la medida que avancemos sentiremos satisfacciones hondas que de ninguna otra manera podemos obtener, nos sentiremos como levantándoos en volandas hacia algo más alto, hacia algo más grande, hacia algo que nos llena de plenitud interior.
Es que con esa luz lo veremos todote una manera distinta, que no es irreal, que es muy vivo, que nos hace sentir un gozo hondo que no podremos encontrar en otro sitio. Es encontrarnos con la sabiduría verdadera, la verdad del hombre y la verdad de la vida, la verdad del mundo que vivimos y la verdad de toda la creación. Nos sentiremos libres de verdad porque nos encontraremos con la verdad de nuestra vida.
Sin embargo tantas veces en la vida preferimos nuestras dudas, nuestras oscuridades, nuestras cegueras y tinieblas. Nos lo queremos saber todo por nosotros mismos de manera que ni siquiera escuchamos nuestro interior; nos dejamos llevar por impulsos, por pasiones, por apetitos de cosas que nos satisfagan momentáneamente que rehusamos la felicidad que nos puede dar plenitud. Queremos vivir la vida a nuestra manera de forma que no admitimos que haya algo superior. Nos estamos como cortando las alas y no podremos volar, no podremos levantarnos de los apegos terrenos para descubrir lo espiritual que nos eleve.
Despertemos la fe que tenemos dormida. Busquemos aquello que nos eleve de verdad. Vayamos a la búsqueda de lo que nos da plenitud y eso solo podemos encontrar en Dios. Acerquémonos a Jesús y veamos que es el camino que nos lleva a Dios, el camino que nos hace encontrarnos con el Dios que es un Padre que nos ama.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Si amamos de verdad porque nos hemos dejado inundar por la luz del amor de Dios, nuestras obras serán obras de luz



Si amamos de verdad porque nos hemos dejado inundar por la luz del amor de Dios, nuestras obras serán obras de luz

Hechos 5, 17-26; Sal 33; Juan 3, 16-21
¿Nos importa que los que están alrededor nuestro vean las cosas que hacemos o preferimos hacerlas a ocultas? Por supuesto no tenemos que ir por la vida alardeando de lo que hacemos dejándonos llevar por la vanidad. Ni hacemos las cosas para que los demás las vean; sería arrogancia, vanidad, orgullo pretender dar lecciones a los otros. Pero cuando hacemos cosas buenas, dentro de un espíritu de sencillez y de humildad, no nos importa que los demás vean lo que hacemos.
Lo que ocultamos más bien son aquellas cosas que consideramos vergonzosas, no queremos que los demás se enteren de nuestra malicia o nuestra maldad, de nuestros vicios o de las corruptelas que haya en nosotros – aunque haya también quien quiera alardear de esas cosas – más bien intentamos que permanezcan ocultas. Nos cuesta, por otra parte, reconocer lo malo que hacemos, nuestra maldad o nuestro pecado. 
Sin vanidades ni autocomplacencias lo que tendría que resplandecer en nuestra vida son las obras de la luz, como nos dice el evangelio, porque – y entramos en el ámbito de nuestra fe – con ellas hemos de dar gloria al Señor. Ojalá todo lo que hagamos fuera siempre para la mayor gloria de Dios.
De esto nos habla Jesús hoy en el evangelio, como colofón al diálogo que había mantenido con Nicodemo.  ‘El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios’.
Aprendamos a dejarnos iluminar por la luz de Dios para que resplandezcan nuestras buenas obras. Es que con esa luz de Dios, con esa mirada de Dios en nosotros nos sentiremos impulsados siempre al bien. Cuando nuestra mirada se turbia porque nuestro corazón está también turbio lo que va a resplandecer en nosotros es la malicia de nuestro actuar. De lo que hay en el corazón habla la boca, la maldad de nuestro corazón se va a reflejar en aquello que hagamos.
Como ya nos dirá Jesús en otro momento del evangelio la maldad y la impureza no entra de fuera, por la boca, sino que brota de nuestro corazón lleno de tinieblas y de oscuridades. Son los malos deseos que brotan del corazón. Pero si nuestro corazón está iluminado con la luz de Dios desaparecerán esas tinieblas, lograremos controlar esos malos deseos o esas maldades que brotan en nosotros como tentación.
Es muy importante la primera sentencia que escuchamos en el evangelio de Dios. Cuando consideramos cuanto es el amor que Dios nos tiene nos sentiremos impulsados de la misma manera al amor. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna’. Amemos con ese amor de Dios y en nuestro corazón no habrán sombras sino que todo será vida y será luz y así será glorificado nuestro Padre del cielo. 
No iremos entonces por la vida ocultándonos, porque si amamos de verdad porque nos hemos dejado inundar por la luz del amor de Dios, nuestras obras serán obras de luz que no tenemos por qué ocultar.

martes, 30 de abril de 2019

Nacer del Espíritu, vivir una vida nueva no por la voluntariedad que pongamos, o por las cosas que queramos hacer, sino porque nos dejemos conducir por el Espíritu de Dios



Nacer del Espíritu, vivir una vida nueva no por la voluntariedad que pongamos, o por las cosas que queramos hacer, sino porque nos dejemos conducir por el Espíritu de Dios

Hechos 4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 5a. 7b-15
Hoy volví a nacer, decimos cuando nos ha ocurrido algo del que salimos vivos, como se suele decir, por milagro. Un accidente del que salimos con vida, algo fortuito, una catástrofe, una epidemia que afecto a la vida de muchas personas, pero de la que nosotros nos libramos. Tienes que contar que volviste a nacer, nos dicen, ahora tiene un nuevo cumpleaños, y recordamos la fecha del acontecimiento, del accidente, de aquello de lo que nos libramos, como decimos, por milagro.
Pero no se trata de eso de lo que hoy nos quiere hablar el evangelio. Entramos en un ámbito distinto, porque ya no se trata de nuestra vida física, aunque luego en nuestra vida tendría en verdad que reflejarse. Andamos por el ámbito de la fe y de nuestra referencia a Jesús.
Ya desde el principio del evangelio nos está pidiendo que para creer en El y en la Buena Nueva que nos anuncia hay que realizar un cambio radical en la vida. Oímos la palabra conversión y no siempre le damos toda la amplitud que tiene que tener la palabra. Porque de lo que se trata es que comenzamos a vivir una nueva vida, lo viejo, lo anterior tiene que morir para nosotros porque lo que ahora tenemos es un nuevo vivir, es un nuevo sentido, es una nueva vida. Y ahora sí que tendríamos que comenzar a contar nuevos años.
Es de lo que nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. Había ido de noche a ver a Jesús un magistrado judío y que era fariseo. En la placidez de la noche hablaron largo y tendido. Aunque es magistrado, maestro en Israel – lo que llamamos en otros momentos doctores de la ley – encargado de la enseñanza del pueblo reconoce que en Jesús hay algo especial porque si Dios no está con El no puede hacer las obras que El realiza. Será el único que en el Sanedrín defenderá a Jesús, oponiéndose a un juicio sumarísimo y sin escucharle, y será el que finalmente colaborará con José de Aritmatea en la sepultura de Jesús. Lo que Nicodemo está reconociendo es algo fundamental que si lo hubieran aceptado no hubieran llegado a perseguir a Jesús como lo hicieron.
Y es a Nicodemo a quien habla Jesús de nacer de nuevo. Algo que no entiende y pregunta. ‘¿Cómo tu siendo maestro en Israel no entiendes esto?’ le dice Jesús. Y habla Jesús del nacimiento por el Espíritu. Por algo diría ya Juan casi al principio de su Evangelio que los que creen en Jesús serán hijos de Dios, pero no por nacimiento carnal, sino por obra del Espíritu.
Creo que estas palabras de Jesús a Nicodemo tendrían que llevarnos a amplias y profundas reflexiones; algo que hemos de asumir y creer desde lo más hondo de nosotros mismos porque comprendiéndolo, intentándolo comprender, podríamos comenzar a dejarnos conducir de verdad por la acción del Espíritu divino en nosotros. Ser cristiano, creer en Jesús no es cuestión de doctrinas o de cosas que nos aprendamos de memoria; no porque nos sepamos el credo de memoria o nos hayamos aprendido el catecismo ya decimos que somos cristianos. Es una cuestión de vida, de una vida nueva en que verdaderamente nos sintamos transformados.
Decimos tantas veces, es que no podemos, es que nos cuesta, es que son cosas que nos superan, pero nos olvidamos de la acción del Espíritu de Dios en nosotros. Es nacer del Espíritu, es comenzar a una vida nueva no por la voluntariedad que nosotros pongamos, por las cosas que nosotros queramos hacer, sino porque nos dejemos conducir por el Espíritu de Dios. Si lo hiciéramos, como se suele decir, otro gallo nos cantaría, otra vida estaríamos viviendo en la autenticidad del verdadero discípulo de Jesús, del verdadero cristiano.


lunes, 29 de abril de 2019

Nos sentimos pobres pero no llenemos el corazón de autosuficiencia sino abramos nuestra vida a quien en verdad nos engrandece


Nos sentimos pobres pero no llenemos el corazón de autosuficiencia sino abramos nuestra vida a quien en verdad nos engrandece

1Juan 1, 5-2, 2; Sal 102; Mateo 11, 25-30
Nuestra carencia de medios, la pobreza que pudiera haber en nuestra vida y no solo en lo material sino también en lo cultural, los problemas o dificultades que nos van apareciendo muchas veces nos llenan de negatividad y nos hace sentirnos vacíos e inútiles. ¿Qué puedo hacer yo si nada sé ni nada tengo? Pensamos algunas veces. Muchos problemas tengo ya para meterme en otros berenjenales, nos decimos y nos escudamos para no hacer nada, para no comprometernos. Llenamos así de negatividad nuestra vida y esa es la peor pobreza o el peor problema que podamos tener, al no ser capaces de valorarnos a nosotros mismos.
Nuestras limitaciones están ahí, es cierto, y la carencia de medios la tenemos porque además nunca tendremos todo lo que quisiéramos o anheláramos. Pero eso no nos debe conducir a la negatividad, sino que tendría que ser un impulso para levantarnos, para querer crecer en la vida como personas y ser capaces de superarnos incluso en medio de nuestras limitaciones. Quizá muchas veces reaccionamos con esa negatividad desde un orgullo encubierto que nos lleva a la envidia y a corroernos por dentro porque andamos siempre haciéndonos comparaciones con los demás.
La humildad del reconocimiento de lo que somos – y muchas veces somos mucho más de lo que aparentamos o de lo que nosotros mismos nos valoramos – puede ser un hermoso principio de crecimiento personal, pero además de saber confiar en quien puede tendernos una mano para levantarnos. Tendremos que hacer el esfuerzo, pero hemos de saber valorar y agradecer esa mano tendida que podemos encontrar que nos ayude a descubrir lo que quizá hay dentro de nosotros y aun no hemos valorado lo suficiente.
En el misterio de Dios y de nuestra vida cristiana, que es la respuesta que nosotros damos a la mano tendida de Dios que nos levanta, podemos descubrir que Dios se manifiesta de verdad a los que saben ser sencillos y humildes, porque además no habrá el tropiezo de nuestro orgullo que como un tapón quizás nos impide descubrir a Dios y encontrarnos con El.
Nada somos y nada valemos, pues así nos ponemos ante Dios, que es el que verdaderamente nos va a hacer grandes; que tenemos problemas y angustias en nuestra vida en nuestros sufrimientos o en nuestras carencias, así con esa carga vamos a Dios porque sabemos que en El es donde encontramos nuestra descanso y el consuelo que nos levanta y nos fortalece.
Escuchamos hoy a Jesús dar gracias al Padre porque revela el misterio de Dios a los que son sencillos y humildes, a los que son pequeños o se sienten pobres en su vida, porque no han llenado su corazón del orgullo de la autosuficiencia y siempre están abiertos a Dios. ‘Venid a mi los que estáis cansados y agobiados, nos dice, que en mi encontrareis vuestro descanso’.
Para Dios nunca somos insignificantes, porque es su amor el que nos engrandece y es el que por la fuerza de su Espíritu nos ha dado la dignidad grande de ser hijos de Dios. No son los entendidos, los que se lo quieren saber todo por si mismos, los que llegarán a conocer el misterio de Dios. Sobra en el mundo autosuficiencia y nos falta la humildad de sentirnos pobres ante Dios que es el que nos da la verdadera riqueza de nuestra vida. Con los ojos de Dios veremos nuestra vida con una carga grande de positividad y eso nos ayudará a hacer un mundo mejor.

domingo, 28 de abril de 2019

Se acabaron los miedos porque vamos con la valentía del amor y con la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que nos hace caminar nuevos caminos de servicio y de paz


Se acabaron los miedos porque vamos con la valentía del amor y con la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que nos hace caminar nuevos caminos de servicio y de paz

Hechos 5, 12-16; Sal 117; Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19; Juan 20, 19-31
‘Estaban los discípulos con las puertas cerradas  en una casa por miedo a los judíos…’ el evangelista nos da las circunstancias en las que Jesús se les va a manifestar. Con las puertas cerradas… por miedo a los judíos. Pero es también el estado de ánimo en que se encontraban tras los que había sucedido el viernes anterior.
Cuando en la noche del jueves, a la hora del prendimiento en el huerto de los Olivos, salvo el intento de Pedro de utilizar la espada por defender a Jesús, todos lo abandonaron y huyeron. Pedro se había metido en la boca del lobo, porque se había atrevido a acercarse al patio del pontífice, por aquello de que Juan era conocido, y terminó negándole como Jesús le había anunciado. Solo había llegado a lo alto del calvario Juan, con algunas mujeres y con la madre de Jesús. No era valentía lo que estaban demostrando. Y ahora temían que a ellos les pudiera pasar lo mismo, en fin de cuentas eran galileos la mayoría y fácilmente reconocibles. De ahí los temores.
Temores con los que andamos demasiadas veces en la vida. Podríamos pensar genéricamente en tantos temores que nos acompañan en el actuar de la vida – temores y miedos ante lo nuevo, temores al que dirán, temores que nos acobardan porque pensamos que no somos capaces, temores muchas veces infantiles que nos hacen escondernos porque vemos a otros más poderosos en tantas cosas…-; pero creo que tendríamos que centrarnos también en los temores de nuestra fe, en los miedos a dar la cara, en los miedos a hablar delante de los demás de aquello que son nuestras convicciones, en los miedos y temores a enfrentarnos a un mundo adverso que rechaza lo religioso, o rechaza nuestros valores y no somos capaces ni siquiera de proponerlos con el testimonio de nuestra vida.
Necesitamos un revolcón que nos despierte, necesitamos encontrar lo que nos de seguridad y fortaleza en nuestra fe, necesitamos esa fuerza interior que no solo es nuestra buena voluntad sino que es el llenarnos del Espíritu de Cristo resucitado, necesitamos un verdadero encuentro con Jesús, porque no es a base de razonamientos y lógicas humanas desde donde vamos a anunciar que verdaderamente Jesús a resucitado.
Como le sucedería incluso a Pablo allá en el Areópago griego cuando desde unos razonamientos quiso hablar de la resurrección, hoy también nos vamos a encontrar a quienes nos digan que de eso hablaremos otro día, para escurrir el bulto porque es algo que le cuesta también creer a la gente de nuestro tiempo.
Fue lo que sintieron los apóstoles que andaban allá encerrados en aquella casa con sus miedos, cuando Jesús se les presentó delante y resucitado. Primero creían ver un fantasma – eran muy dados por cultura a esas creencias de visiones fantasmagóricas – pero luego sintieron de verdad que era un encuentro vivo con Jesús, un encuentro con Jesús que estaba allí resucitado en medio de ellos y los llenaba de su Espíritu para emprender un mundo nuevo, de perdón, de vida, de paz.
‘Paz a vosotros’, será el saludo pascual de Cristo resucitado. Claro que se acaban todos aquellos temores y llegaba la paz; claro que se acababa todo aquel  peso de nuestros pecados y culpas porque llegaba la vida; claro que comenzaba un mundo nuevo de amor porque estaban sintiendo que todo cuanto había sucedido era el producto del amor y en ese amor habían de vivir ya para siempre como el había dejado como mandamiento en la ultima noche cuando la cena pascual. ¿No tendríamos que sentirnos nosotros de la misma manera? También Jesús llega a nosotros con el saludo pascual de la paz.
Uno de los discípulos no estaba con ellos, Tomás, y a su regreso es el primer saludo que se va a encontrar. ‘Hemos visto al Señor’, le contarán inmediatamente el resto de los discípulos. Pero como un jarro de agua fría continuarán las dudas y la búsqueda de pruebas de quien allí no había estado, de quien no había tenido la experiencia pascual del encuentro con Cristo resucitado. Ya sabemos cómo a los ocho días simplemente con la presencia de Jesús comenzará a creer haciendo hermosa profesión de fe. No necesitará meter los dedos en las llagas de sus manos, ni su mano en la llaga del costado.
¿No había sido suficientemente convencido por quienes habían visto al Señor? Fue la experiencia del encuentro con Cristo el que le haría doblar la cabeza y abrir el corazón. Pero eso no  nos quita de que nosotros tenemos que seguir anunciando, y no solo con palabras, que ‘hemos visto al Señor’, que tenemos la experiencia de Cristo resucitado, sino que tendrá que ser con el testimonio de nuestra vida. Pero  no podemos callar, no podemos ocultar, tiene que ser palpable en nuestras obras y en nuestra vida y es así como llegaremos al convencimiento de los demás, que no será un convencimiento racional sino un convencimiento del corazón.
Estamos viviendo la Pascua, estamos en la octava de la resurrección y lo celebramos con alegría, pero lo hemos de vivir desde lo hondo de corazón, lo tenemos que proclamar con el testimonio de una vida nueva. También nosotros tenemos que ir al mundo con el saludo pascual de la paz y tenemos que convencer a nuestro mundo que es posible esa vida nueva, que es posible el perdón y que es posible un amor al estilo del amor de Jesús, que podemos ser hermanos y que podemos vivir en una verdadera comunión los unos con los otros.
Y ese tiene que ser el testimonio de la Iglesia, un testimonio de comunión y de amor, para que no se quede en el mundo la idea que tienen de la Iglesia como una organización de poder. Son otros los caminos de servicio por los que hemos de caminar y con los que tenemos que presentar a esa iglesia servidora de los hombres que lleva siempre el anuncio de la comunión y de la paz. Se acabaron los miedos, llevamos con nosotros la valentía del amor, con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor.