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miércoles, 1 de mayo de 2019

Si amamos de verdad porque nos hemos dejado inundar por la luz del amor de Dios, nuestras obras serán obras de luz



Si amamos de verdad porque nos hemos dejado inundar por la luz del amor de Dios, nuestras obras serán obras de luz

Hechos 5, 17-26; Sal 33; Juan 3, 16-21
¿Nos importa que los que están alrededor nuestro vean las cosas que hacemos o preferimos hacerlas a ocultas? Por supuesto no tenemos que ir por la vida alardeando de lo que hacemos dejándonos llevar por la vanidad. Ni hacemos las cosas para que los demás las vean; sería arrogancia, vanidad, orgullo pretender dar lecciones a los otros. Pero cuando hacemos cosas buenas, dentro de un espíritu de sencillez y de humildad, no nos importa que los demás vean lo que hacemos.
Lo que ocultamos más bien son aquellas cosas que consideramos vergonzosas, no queremos que los demás se enteren de nuestra malicia o nuestra maldad, de nuestros vicios o de las corruptelas que haya en nosotros – aunque haya también quien quiera alardear de esas cosas – más bien intentamos que permanezcan ocultas. Nos cuesta, por otra parte, reconocer lo malo que hacemos, nuestra maldad o nuestro pecado. 
Sin vanidades ni autocomplacencias lo que tendría que resplandecer en nuestra vida son las obras de la luz, como nos dice el evangelio, porque – y entramos en el ámbito de nuestra fe – con ellas hemos de dar gloria al Señor. Ojalá todo lo que hagamos fuera siempre para la mayor gloria de Dios.
De esto nos habla Jesús hoy en el evangelio, como colofón al diálogo que había mantenido con Nicodemo.  ‘El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios’.
Aprendamos a dejarnos iluminar por la luz de Dios para que resplandezcan nuestras buenas obras. Es que con esa luz de Dios, con esa mirada de Dios en nosotros nos sentiremos impulsados siempre al bien. Cuando nuestra mirada se turbia porque nuestro corazón está también turbio lo que va a resplandecer en nosotros es la malicia de nuestro actuar. De lo que hay en el corazón habla la boca, la maldad de nuestro corazón se va a reflejar en aquello que hagamos.
Como ya nos dirá Jesús en otro momento del evangelio la maldad y la impureza no entra de fuera, por la boca, sino que brota de nuestro corazón lleno de tinieblas y de oscuridades. Son los malos deseos que brotan del corazón. Pero si nuestro corazón está iluminado con la luz de Dios desaparecerán esas tinieblas, lograremos controlar esos malos deseos o esas maldades que brotan en nosotros como tentación.
Es muy importante la primera sentencia que escuchamos en el evangelio de Dios. Cuando consideramos cuanto es el amor que Dios nos tiene nos sentiremos impulsados de la misma manera al amor. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna’. Amemos con ese amor de Dios y en nuestro corazón no habrán sombras sino que todo será vida y será luz y así será glorificado nuestro Padre del cielo. 
No iremos entonces por la vida ocultándonos, porque si amamos de verdad porque nos hemos dejado inundar por la luz del amor de Dios, nuestras obras serán obras de luz que no tenemos por qué ocultar.

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